Lula y el hambre de belleza

POR FREI BETTO

¡Acabó Bolsonaro! El pueblo brasileño eligió a Lula para gobernar Brasil por tercera vez. El Innombrable podrá chillar, ofender, pero será desalojado del Palacio del Planalto en la mañana del 1 de enero de 2023. Volverá a ser un ciudadano común, sin inmunidades, sujeto a responder, ante la Justicia, a los numerosos, graves y serios acusaciones que pesan en su contra.

Lula ganó, pero aún no ha ganado. Sabe que enfrentará importantes dificultades en su desempeño presidencial. Tendrá que lidiar con un Congreso Nacional hegemónicamente conservador. Y con gobernadores abiertamente bolsonaristas al frente de estados que juegan un papel protagónico en la política y la economía de Brasil, como São Paulo, Minas Gerais y Río de Janeiro.

El desafío más problemático será enfrentar la cultura bolsonarista impregnada en millones de ciudadanos que indignaron el “mito” y, ahora, presencian su caída y amargan la victoria de Lula. Esta gente no está organizada, pero es autoritaria, agresiva, violenta. Su propósito es sabotear las instituciones democráticas, propagar  fake news  y la filosofía del negacionismo, reforzar los prejuicios (hacia mujeres, negros, indígenas y gays) y anarquizar la cultura.

Aquejados de paranoia, estas personas ven el comunismo en el rojo de las túnicas cardenalicias. El bolsonarismo no es un sistema filosófico, es una secta religiosa en torno a un líder miliciano. No busca justicia, actúa por venganza. Sin propuesta, protesta. No confía en la fuerza de la ley, sino en la ley de la fuerza. No tiene adversarios, sino enemigos. Valora más a la Policía que a la política. No respeta los derechos humanos y predica la violencia. No habla, dispara. No cree en dios, usa su nombre en vano. Considera la democracia un estorbo; la cultura, caldo de cultivo marxista; la diversidad una aberración; crítica, una ofensa.

Para gobernar Brasil, Lula deberá demostrar una flexibilidad excepcional. El Partido de los Trabajadores (PT) tiende a llenar el vacío dejado por el PSDB. Tendrá que satisfacer las demandas de los pobres y los ricos. Pero, como advierte el Evangelio, “Nadie puede agradar a dos señores…”. (Mateo  6:24).

Lula es plenamente consciente de lo que debió y pudo haber hecho en sus dos primeros mandatos y no lo hizo. Queda por ver si tendrá las condiciones políticas para llevar a cabo sus propósitos: reformas estructurales, políticas sociales robustas, lucha contra el hambre y el desempleo, un aumento significativo en la calidad de la salud y la educación; preservación del medio ambiente.

La forma de fortalecer el gobierno de Lula no es precisamente la colusión entre bastidores, las alianzas partidarias, los pactos federativos. Este camino ya ha sido recorrido y ha resultado en escándalos y conmociones. No se puede confiar en un juego en el que el compañero no actúa con fluidez. Coser por encima siempre favorece a los que desprecian a los de abajo.

El camino es uno de conciencia popular, organización y movilización. Sin gente en la calle y en las redes, el gobierno de Lula correrá incluso el riesgo de ser destituido. Para consolidarse tendrá que saciar el hambre de pan y, también, el hambre de belleza, a través de la educación política del pueblo. Es necesario impulsar una inmensa fuerza de trabajo desde Paulo Freire.

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