Magnicidio

POR DARÍO MARTÍNEZ BETANCOURT

Con ocasión de la denuncia hecha por el presidente de la República, Gustavo Petro, al manifestar ser posible víctima de un atentado contra su vida, es oportuno hacer algunas sensatas consideraciones sobre el asesinato de jefes de Estado y personajes ilustres.

Santo Tomás de Aquino (1254-1259), justificó el tiranicidio en su obra ‘Gobierno de los príncipes’. Expresó: “Se ha de proceder contra la maldad del tirano, contra los gobernantes injustos cuando el tirano desprecia el bien común y busca el bien privado. Se ha de proceder contra la maldad del tirano por autoridad pública… cuando la tiranía es en exceso intolerable, algunos piensan que es virtud de fortaleza, el matar al tirano”.

Santo Tomás no fue contundente en defender el tiranicidio como si lo fueron Juan de Mariana (1949 sacerdote jesuita) que lo justificaba o Juan de Salisbuy, quien lo aprueba como parte del servicio a Dios. Mariana, justificaba el tiranicidio en todos los casos, sea grave o moderado, cuando el príncipe era legítimo y deviniese en tirano.

El derecho de resistencia a la opresión de la Revolución francesa de 1789, y su declaración posterior de 1793, instituyó: “Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es para el pueblo y para cada porción del pueblo el más sagrado de los derechos y el más indispensable de los deberes”. ¿Podría afirmarse, que los partidarios del tiranicidio y del regicidio, fueron los precursores del derecho de resistencia a la opresión?

En los regímenes monárquicos se aplicó la pena capital a los opositores del rey en forma cruel y tortuosa. Con la Revolución francesa, se aplica la pena capital a los monarcas absolutistas de turno y a alguno de sus partidarios. La pena de muerte existió con los sufrimientos del suplicio, como la rueda, el descuartizamiento, la hoguera, entre otros, los cuales se usaron en la última mitad del siglo XVIII.

La dulcificación y benignidad de las penas, después de la Revolución francesa, comienza con la aprobación de la guillotina, mediante la cual se realiza la abolición del tormento y de los suplicios atroces. La guillotina fue instrumento de igualdad, al ajusticiar a todos los sujetos del mismo modo, sin atender a privilegios de clases. Su nombre se debe al médico Joseph Inace Guillotin, autor de la propuesta en la Asamblea Nacional Francesa.

La razón de ser del tiranicidio o muerte del rey (regicidio), es darle muerte al tirano que como gobernante se convierte en déspota, dictador o criminal, y según algunos de sus defensores, es la justificación moral de lo que modernamente se conoce como magnicidio, que no es otra cosa, que la muerte violenta dada a una persona poderosa o con cargo importante, usualmente una figura pública. Grandes defensores de la libertad como Tomás Jefferson expresaron que: “El árbol de la libertad debe ser regado con la sangre de los patriotas y de los tiranos”.

Los magnicidios políticos en Colombia, durante el siglo XX fueron los de: Rafael Uribe Uribe, Jorge Eliécer Gaitán, Jaime Garzón, Carlos Pizarro, Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo, Jaime Pardo Leal, José Antequera, entre otros. Crímenes abominables rechazados por la sociedad colombiana y que abrieron brechas de dolor, sangre y muerte para miles de colombianos.

En la extinción del partido político Unión patriótica (UP), a sangre y fuego hubo un genocidio, así reconocido por organismos internacionales, pero estuvieron inmersos también magnicidios, con asesinatos de congresistas, diputados, concejales y dirigentes pertenecientes a esa colectividad partidista.

El magnicidio en el contexto en que vivimos se ha hecho extensivo a otras personas que ejercen liderazgo social, cultural, económico-ambiental, etc. Es necesario tipificar como conducta punible autónoma, el delito de magnicidio. El sujeto pasivo de la acción criminal es calificado y la connotación y efectos que produce, acarrean una grave fractura social, a veces irreparable, creando un inmenso grado de conmoción nacional, superior a lo que puede producir un homicidio simple, consumado en contra de cualquier ciudadano.

Bruto, asesina al emperador romano César Augusto, lo justifica y exclama: “! ¡Oh ciudadanos! Maté al amigo más caro por la salud de Roma, y no vacilaré un momento en traspasarme el corazón con este puñal con el cual he traspasado el suyo, cuando la patria tenga la necesidad de mi muerte” … “Más fuerte que el amor por César, era en Bruto, el amor por Roma” … Y Marco Antonio, en su oración dice: “He venido a sepultar a César antes de alabarlo. El mal que hacen los hombres vive, continúa después de su paso por la tierra, mientras el bien casi siempre es sepultado y olvidado con sus huesos. ¿Esto ocurrirá con César?” (1).

No se concibe que, en Colombia puedan existir nuevas versiones de un Marco Bruto que manchen con sangre el camino democrático de las urnas, transitado con legalidad y legitimidad, para acceder al poder. Las posibles recónditas intenciones de atentar contra la integridad personal del jefe de Estado, de altos servidores públicos, personalidades de la vida pública, líderes sociales, gremiales, profesorales, estudiantiles, periodistas, minorías éticas y negritudes, etc., pueden precipitar al abismo a un país sediento de paz, de justicia social y de respeto a los derechos humanos. El derecho a la vida de todos los individuos de la especie humana, más que un derecho, es el fundamento de todos los derechos.

  1. La Conferencia de Antonio Russo sobre el asesinato del emperador romano César Augusto. (Penalista y escritor Italiano). Libro: ‘Audiencias célebres de todos los tiempos’. Traduccion del Dr. Carlos Alberto Olan. Primera edicion Volumen I. (1977).