Marzo luctuoso

POR JULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO

Debe servir la memoria, la lucha contra el olvido, para que la izquierda sobreviva, tanto a los embates de sus tradicionales enemigos de clase, como para afrontar los “argumentos” de sus tránsfugas y renegados, quienes con sus abandonos y reacomodamientos cotidianos la han venido desprestigiando, como un complemento a las muertes administradas que le dispensa el poder.

Es preciso entender, como lo exigía el maestro Estanislao Zuleta, que “se debe pisar sobre huellas antiguas y no inventar una vida sin antecedentes”.

Marzo es un mes de dolorosas remembranzas para quienes aún creemos tercamente l hacer abstracción de los valores de uso de las mercancías solo conservan la cualidad de ser productos del trabajo. Pero Marx no se está refiriendo a todos los valores de uso, sino solo a los que son productos del trabajo y se intercambian. Marx no deriva de la relación de cambio el hecho de que sean productos del trabajo, lo que deduce es que estos productos del trabajo tienen, además de valor de uso, algo en común que se objetiva en ellos de una manera particular. La mercancía es para Marx un producto del trabajo humano, un objeto útil que satisface necesidades y al tiempo un objeto que es portador de valor de cambio y, por tanto de valor.

Pero, continúa Marx, no se trata de que sean productos concretos y tampoco de productos del trabajo humano en general existente en cualquier sociedad. Así como en el cambio entre mercancías se hace abstracción de los valores de uso, también desaparece o se dejan de lado todos los trabajos concretos y útiles por medio de los cuales se elaboran dichos valores de uso concretos y útiles. En el cambio, se compara el trabajo humano en general, indiferenciado, no el trabajo concreto. Así como la sustancia del valor de uso es el trabajo concreto, la sustancia del valor es el trabajo abstracto humano.

Michael Heinrich

Marx, concluye, por tanto, que ese algo en común que tienen las mercancías y que les permite cambiarse por otras, es el valor (independiente por ahora de su magnitud) y este valor tiene una sustancia social común, que es el trabajo abstracto. Marx subraya que se trata de una sustancia especial, una sustancia social y no material, lo cual la diferencia de las sustancias tradicionales, rasgo que implica que se trata de algo en común entre las mercancías. Aquí vale la pena hacer notar que Marx se refiere a dos cosas en común: a) todas las mercancías son producto del trabajo humano, tienen en común esta característica; b) todas las mercancías tienen en común ser valores.

Moseley no comparte que Heinrich interprete esto en el sentido de que existe ya una relación de intercambio al analizar la mercancías y que esto sea objeto de estudio en el Capítulo 1. Afirma, y lo va a repetir decenas de veces, que Heinrich está suponiendo erróneamente que las proporciones de cambio y el cambio entre mercancías es una abstracción de un intercambio real entre dos mercancías y dinero que existe en el mercado, lo cual le parece erróneo. Pero el texto de Marx, hasta el momento, primeras páginas de la primera sección, precisamente indica esto: Marx, mediante su método de abstracción de una totalidad, está examinado unos aspectos de las relaciones reales de intercambio (que implican el intercambio de las mercancías mediante el dinero) dejando de lado por ahora, el dinero, los poseedores de mercancías y el propio capital, aunque como lo dice textualmente, está estudiando la mercancía en la producción capitalista.

A Moseley no le cabe esto en la cabeza. Insiste incansablemente, en qué aquí Marx está examinado una mercancía considerada como una “mercancía representativa” que tiene unas propiedades comunes a todas las mercancías. En determinado momento parecería que está pensando en una mercancía aislada, pero, como veremos, no llega a tanto. Además, concibe esta mercancía como un producto del trabajo humano, como un resultado del proceso de producción, pero que todavía no  ha sido vendida.

Enfrentado a los propios textos de Marx y a los planteamientos de Heinrich que está leyendo para criticarlos, se ve forzado a reconocer que no está hablando de una mercancía aislada (de hecho, todo el tiempo reconoce que está hablando de la producción mercantil, que, por definición, implica cambio), pero hace un esfuerzo por exponer el asunto sin necesidad de intercambio.

En vez de reconocer que efectivamente Marx se está refiriendo al cambio entre mercancías, plantea que si existe una relación social entre ellas, pero que se trata de un relación general de igualdad (concepto inventado por Moseley). Lo que no queda claro, es en qué contexto se da la relación de igualdad. Lo que plantea Marx y retoma Heinrich, es que la igualdad se da precisamente en el intercambio (cuando los productores venden y compran mercancías), relación en la cual los productores igualan sus productos mediante el valor, acción que conduce necesariamente a indagar por ese algo en común que tienen las mercancías.

La noción de trabajo abstracto de Moseley

Moseley reconoce entonces que existe una relación general de igualdad y la explica porque las mercancías tienen en común ser productos del trabajo humano abstracto. Para Moseley, los trabajadores al producir una mercancía realizan simultáneamente dos tipos de trabajo: el trabajo concreto y el trabajo abstracto. Apoyándose en varias frases de Marx (mal interpretadas en mi opinión) insiste en que el valor se produce en cada mercancía, aislada y antes del intercambio, en la medida en que el trabajador gasta fuerza humana de trabajo abstracta, es decir, fuerza humana de trabajo general e indiferenciada.

El planteamiento de Moseley se fundamenta en sostener que hay dos tipos de trabajo abstracto, lo cual es una invención suya. Primero: el trabajo humano abstracto vivo, el trabajo fluido que es gastado en el proceso de producción y que se materializa o incorpora al producto elaborado. Segundo, el trabajo humano abstracto objetivado que se contiene en cada mercancía. A partir de aquí fundamenta sus tesis: a) el trabajo abstracto humano existe en el proceso de producción antes de la circulación; b) el valor que es el trabajo abstracto humano objetivado existe en el producto, la mercancía, antes del intercambio. Considera que el término congelación o solidificación, que Marx utiliza para referirse a la objetividad del valor, es una metáfora que expresa adecuadamente el proceso real. El trabajo humano abstracto vivo gastado en el proceso de producción se congela o solidifica en el producto.

El callejón sin salida

A lo largo del texto Moseley repita hasta el cansancio su argumentación y reitera que Heinrich está equivocado. Sin embargo, se mete en un callejón sin salida: 1) la “evidencia textual” de Marx con respecto a la relación de intercambio y el valor parece darle la razón a Heinrich; 2) la posición de que el trabajo abstracto humano es trabajo fisiológico gastado en la producción parece no resistir la crítica de Heinrich, basada en la interpretación de la exposición general de Marx y no solamente en algunas frases. En su intento de salir del callejón, Moseley termina renunciando sus argumentos principales, aunque trata de ocultarlo.

Sobre la objetividad de valor y el intercambio

Dice Marx en el Capítulo 1 sobre la objetividad del valor y el intercambio

“Es solo en su intercambio donde los productos el trabajen la validez del socialismo. No sólo porque el 18 de marzo de 1871 fue violentamente derrotada la Comuna de París, ese portentoso ensayo de control popular sobre el Estado al que Carlos Marx compararía con un “asalto al cielo”. También porque el 8 de marzo de 1857 ocurrió el levantamiento y posterior masacre de 129 obreras de textiles en Nueva York, fecha que hoy nos permite conmemorar con rabia y aflicción el Día de la Mujer.

El 14 de marzo de 1883 el cerebro de Carlos Marx dejaría de pensar. Y fue en marzo, el 28 de marzo de 1942, a las cinco y media de una sombría mañana cuando, carente de alimentos y tuberculoso, falleció en la cárcel de Alicante el poeta del “Viento de pueblo”, el poeta mayor de la España antifascista, Miguel Hernández.

Hace ya 35 años, en estas tierras consagradas por siempre al corazón de Jesús y a la virgen María, el 22 de marzo de 1990, fue asesinado Bernardo Jaramillo Ossa, bastión del socialismo democrático en Colombia. Este premeditado crimen político de Estado permanece en la más terrible impunidad, pero no falta el intelectual “integrado”, el reinsertado pragmático de hoy que, graciosamente, asevera que fue la anónima y difusa “mano artera de la intransigencia” la que segó su vida y así, de alguna manera, exonerar de responsabilidad directa a las élites gobernantes, mientras se imputa el magnicidio a una izquierda “sin futuro y sin opciones”.

Nos queda la rabia y la tristeza para reclamar con el grito de León de Greiff a esa “Señora muerte que se va llevando, todo lo bueno que en nosotros topa».