Merkel: un legado de sombras

POR LUIS EDUARDO MARTÍNEZ ARROYO /

Alemania celebró hace casi un mes elecciones mediante las cuales se escogerá quien ha de suceder a la señora Angela Merkel en la Cancillería, después de 16 años en el poder. Ni Chávez y Maduro alcanzaron tantos años acumulados al frente de Venezuela, como ella de los destinos de la mayor potencia europea. Hitler estuvo por debajo en cuatro años. Los balances politológicos nos dirán que su reelección fue reglada por el orden constitucional del país.

Los balances de los especialistas en el asunto alemán, o mejor en el tema Merkel, no son sino laudatorios. Lo que primero que le subrayan es su humilde apartamento, que en un país como el nuestro es visto como una señal de espíritu franciscano, y su indumentaria sencilla, alejados ambos de las demostraciones de traquetismo que suelen hacer los altos funcionarios y medios colombianos, propietarios inopinados de lujosos palacios en Miami, Dubai, a escasas horas de haberse apoltronado en el cargo que les resolverá para el resto de sus días sus afugias económicas.

La Alemania merkeliana deja su impronta de supremacía en la Unión Europea (UE), gracias a las bases socialdemócratas reformistas restauradoras sentadas por Gerhard Schroeder, su predecesor, empeñado como sus copartidarios y aliados de otras corrientes políticas en desmontar lo que el Plan Marshall recomendó aplicar allí, en otros países de Europa y Japón, después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Los mediados de los setenta del siglo XX fueron el escenario. El capitalismo buscaba nuevos espacios y el “socialismo real” no era ya un peligro para la economía de mercado.

La Merkel inunda el mercado unionista hoy de sus productos con condiciones impuestas por ella. Su rol hegemónico en la zona se evidenció una vez más durante los primeros meses de la cuarentena por efectos del Covid-19, cuando se opuso a que los recursos entregados a las naciones miembros para enfrentarlo fueran considerados como un retorno de los aportes que cada año hacen al presupuesto de la Unión. La Canciller y su equipo de gobierno pretendían que se entregaran en forma de préstamos, es decir, que tuvieran condición de devolutivos.

Diversos portales no pegados a la propaganda globalista contradicen con cifras las acciones milagrosas de santa Ángela. La capital Berlín, por ejemplo, es escenario ya cotidiano del desfile de trabajadores de la bicitaxi, como cualquier ciudad intermedia del Caribe colombiano, o de barrios populares del suroccidente y suroriente de Barranquilla; y de la existencia de vendedoras de imanes y llaveros. Parece que la presencia de Colombia en la OCDE ya ha comenzado a hacer estragos, no se ven, sin embargo, en este país los frutos de nuestra membresía en el organismo primermundista.

El milagro alemán, no hay manera de llamarlo de otro modo, entrega estas cifras frías y aburridoras:

El 10% más rico es propietario del 60% de la riqueza de la nación.

1.2 millones de ricos viven allí, que es más o menos el 1,4 de toda la población.

Tiene uno de los índices de Gini con la brecha más alta.

El Banco Central Europeo (BCE) informa que el 50% de los hogares alemanes apenas puede disponer de cero a sesenta mil euros.

En 2016 fue la economía que más creció del G7; en 2017 el PIB creció en el tercer cuarto 0,8%, en octubre de ese año el paro estuvo en el 5,4%, la tasa de desempleo más baja después de la reunificación.

La pobreza infantil, a pesar de estos “alentadores” números va in crescendo. Aunque estas cosas no se pueden mencionar, so pena de lastimar los delicados espíritus de la concordia, Alemania no parece contribuir mucho al integracionismo europeo. Esto, si nos fijamos en su altanería frente a los socios menores a los que trata, como dijo un célebre exvicepresidente colombiano, extraído de las e(x)ntrañas populares y militante del polifacetismo político, es decir, del saltimbanquismo: como a unos zarrapastrosos. Repásense los casos de su prevalencia económica en la UE, y su conducta ante la entrega de recursos a los países unionistas para enfrentar la pandemia.

Y en eso la Merkel brilló con luz autónoma.

Hágase la salvedad de que no es despreciable la actitud austera que gobierna las tradiciones de ciertos dirigentes políticos en Europa, como en este caso puntual el de la Merkel; pero así, como se resalta lo que merece serlo, dígase también que eso no es suficiente para erradicar las lacras que produce el capitalismo.

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