POR JULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO
Siguiendo los planteamientos establecidos por el filósofo alemán Walter Benjamin (1892-1940), debemos revisar las promesas del “progresismo” y, particularmente, ese espejismo de un “capitalismo de rostro amable”, que promocionan el liberalismo y la socialdemocracia.
Reflexiones en torno a la idea del progreso y del progresismo
Es tiempo de entender que se ha cerrado todo horizonte de esperanza, todo optimismo, toda ilusión, toda utopía. Las posibilidades históricas de salir de la barbarie están clausuradas, en gran parte, gracias a la idea del “progreso”.
Walter Benjamin en sus Tesis sobre Filosofía de la Historia, mediante reflexiones cargadas del mismo pesimismo ilustrado que alentara las reflexiones de Voltaire, planteó, premonitoriamente, una nueva visión de la historia, advirtiéndonos sobre la crisis general del proyecto ilustrado iniciado por la naciente burguesía, pero luego abandonado. Proyecto que, al tratar de realizarse, finalmente fue un fracaso, un reduccionismo, una traición a lo soñado, ya que se contradijo, imponiendo una visión de la historia, entendida, no como liberación, sino como catástrofe, como decadencia, como pérdida de toda esperanza, donde la idea de “progreso”, terminó comprometida con el retroceso humano y no con su emancipación.
La Ilustración ha sido víctima de una lógica regresiva y reduccionista; ha retornado a la coacción sustentada en el miedo y la mitología, de la que pretendía redimir a los humanos. Horkheimer y Adorno lo expresan con gran fuerza en uno de los pasajes mejor logrados de su obra la “Dialéctica de la Ilustración”: «La propia mitología ha puesto en marcha el proceso sin fin de la Ilustración, en el cual toda determinada concepción teórica cae con inevitable necesidad bajo la crítica demoledora de ser sólo una creencia, hasta que también los conceptos de espíritu, de verdad, e incluso el de Ilustración, quedan reducidos a magia animista… Como los mitos ponen ya por obra la Ilustración, así queda ésta atrapada en cada uno de sus pasos más hondamente en la mitología».
En las Tesis sobre el concepto de historia, obra concebida a comienzos de 1940, poco antes de su muerte, Walter Benjamin, paradójicamente, logró irrumpir con la idea del “mesianismo” como una estrategia contra la generalizada noción positivista del “progreso” –concepto que, desde una convicción supuestamente racional, ha pretendido explicar todo el acontecer histórico–.
En este texto, Benjamin entra a discutir la presunta racionalidad de una historia que a su paso lo que ha dejado es un reguero de muerte, miseria y destrucción, siempre en nombre de la marcha triunfal de la civilización y la cultura.
El escepticismo con respecto a la idea de la historia, –hasta entonces entendida como un itinerario inmodificable y siempre ascendente hacia la emancipación y la “paz perpetua”, como optimistamente lo expresara Immanuel Kant–, bajo la mirada escudriñadora de Benjamin, nos muestra el desencanto provocado por el fracaso de esa filosofía basada en la ilusión racionalista, liberal e ilustrada, sustentada, además, en la promesa de convertirnos en dueños de los secretos de la naturaleza, para ponerlos a nuestro servicio y así alcanzar la felicidad y la armonía. Toda esta crítica la complementa Benjamin, descorriendo los velos que ocultan el irrefrenable triunfo de la muerte organizada, programada y administrada por los vencedores, bajo las coartadas del progreso y el supuesto desarrollo de la civilización.
Quiero presentar de un modo sintético, concentrado y fragmentario a la vez, una relación de las ideas expuestas por Walter Benjamin en sus Tesis sobre el concepto de historia, subrayando, precisamente, la noción de tiempo y de devenir histórico que maneja el autor. Tesis de las que se desprende el concepto de lo “mesiánico”, en un sentido muy determinado, como un compromiso ético-filosófico en pos de la redención de los vencidos.
Benjamin, en su romántica y radical crítica a la modernidad y a la comprensión de la historia que ella promueve, afirma que es indispensable retomar una especie de teología mesiánica en apoyo del materialismo histórico y a fin de permitir una nueva comprensión del sentido de la historia y, por ende, de las posibilidades políticas de la emancipación.
Dice el autor: “La imagen de la felicidad es inseparable de la imagen de la liberación (…). Existe un acuerdo tácito entre las generaciones pasadas y la nuestra. Nos han aguardado en la tierra. Se nos concedió, como a cada generación precedente, una “débil” fuerza mesiánica sobre la cual el pasado hace valer una pretensión. Es justo no ignorar esa pretensión” (Tesis II).
Más adelante expone: “El Mesías no viene solo como redentor; viene también como vencedor del Anticristo. El don de atizar para el pasado la chispa de la esperanza solo toca en suerte al historiógrafo perfectamente convencido de que, si el enemigo triunfa, ni siquiera los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando este venza. Y ese enemigo no ha dejado de vencer” (Tesis VI). Y, a tenor con este aserto, añade: “Quien domina es siempre heredero de todos los vencedores (…). Todos los que hasta aquí obtuvieron la victoria participan de ese cortejo triunfal en el que los amos de hoy marchan sobre los cuerpos de los vencidos (…). No hay un documento de cultura que no sea a la vez documento de barbarie” (Tesis VII).
Más adelante, frente al colapso de esa pretendida “marcha triunfal” de los vencedores, inscrita en los imaginarios del “progreso”, concluye: “Se ha dado una sola y única catástrofe, que no deja de amontonar ruinas sobre ruinas (…). La tempestad empuja al ángel de la historia irresistiblemente hacia el futuro (…). Esa tempestad es lo que llamamos progreso” (Tesis IX).
La idea de un progreso de la especie humana a lo largo de la historia es inseparable de la idea de su marcha a través de un tiempo homogéneo y vacío. La crítica centrada en la idea de una marcha semejante es el fundamento de la crítica a la idea del progreso en general (Tesis XIII).
El historicista postula la imagen eterna del pasado; el teórico del materialismo histórico hace de ese pasado una experiencia única en su tipo (Tesis XVI).
El partidario del materialismo histórico solo se aproxima a un objeto histórico cuando este se le presenta como una mónada.
En esa estructura reconoce el signo de una suspensión mesiánica del devenir o, en otras palabras, de una posibilidad revolucionaria en el combate por el pasado oprimido (Tesis XVII).
Para el filósofo Michael Löwy, la pretensión de Walter Benjamin, con sus Tesis sobre el concepto de historia, es explicarnos que el futuro será lo que seamos capaces de hacer de él; que “la variante histórica que ha triunfado no es la única posible”; que, contra la historia de los vencedores, existen multiplicidad de opciones, de futuros concebibles, por lo que cabe descubrir estas alternativas escudriñando en los combates olvidados de la historia…
Para identificar el sentido del “mesianismo” benjaminiano, nos parecen muy acertadas las siguientes palabras de Daniel Bensaid: “[Walter Benjamin], testigo del derrumbe de un mundo, somete la religión laica del Progreso a una crítica que la socava hasta lo más profundo de sus cimientos: una concepción mecánica, homogénea y vacía del tiempo (…). El futuro ya no ilumina retrospectivamente al presente y al pasado según el sentido único de una causa final. El presente se convierte en la categoría temporal central (…). Benjamin encuentra una tercera vía, entre la concepción historicista y lineal de una Historia universal homogénea, orientada en el sentido ineluctable del Progreso, y una historia desgajada, reducida a fragmentos caóticos equidistantes de Dios (…). [En su concepción], el presente, al ocupar el lugar central del Dios depuesto, ejerce un poder resucitador sobre el pasado y un poder profético sobre el porvenir. Esta solución aclara las razones por las que Benjamin reivindica una ya nueva alianza entre el materialismo histórico y la teología (…) Propone, a continuación, una metamorfosis del Mesías y una inversión de la espera. En este mesianismo secularizado no esperamos la llegada de un Mesías cargado de promesas. A nosotros nos espera el interminable cortejo de los vencidos y oprimidos del pasado; y de estos últimos nos llega el temible poder de perpetuar o de interrumpir el suplicio”.
La concepción burguesa e ilustrada de la historia está basada completamente en la noción del Progreso: una visión teleológica ascendente del devenir, asumido en la perspectiva del supuesto triunfo de la racionalidad. Para esta concepción, imperante en todas partes, el pasado es menospreciado y excluido. Pero Benjamin afirma que el pasado tiene una fuerza de confrontación subversiva frente a ese progreso presentado como “dirección única” e insoslayable, ya que en el pasado hay una promesa de realización auténtica incumplida. Frente a un presente equivocado y que marcha hacia la decadencia, la destrucción y la catástrofe, y bajo una historia sustentada en la explotación, la miseria, la alienación y la permanente derrota de los vencidos y humillados, tal realización se presenta como la “redención”. La “débil fuerza mesiánica” es aquella que acompaña, precisamente, a los vencidos, y que apunta a una subversión del rumbo de la historia. La historiografía crítica debe “articular históricamente lo pasado”; es decir, ha de interpretarlo desde la perspectiva de los vencidos y con el objeto de ayudar a redimir su historia.
Siguiendo los planteamientos establecidos por Walter Benjamin, debemos revisar las promesas del “progresismo” y, particularmente, ese espejismo de un “capitalismo de rostro amable”, que promocionan el liberalismo y la socialdemocracia ya que todas estas ofertas políticas, culturales, técnicas y científicas, han sido acomodadas por la burguesía a fin de mantener vigente la imposición de esa nueva doctrina, nuevo credo, nueva mitología; esa religión del “progreso”, dando continuidad y vigencia, a los paradigmas civilizatorios y culturizadores emprendidos, desde sus comienzos, por la burguesía –originalmente revolucionaria– y que continúa aplicando aun en estas épocas y en estas geografías, marcados por el fingimiento, la simulación, la falsedad y la hipocresía, disfrazados con certificaciones y títulos doctorales, académicos, universitarios, que nos fue llevando a la decadencia, a la desolación y a la catástrofe humanística que hoy padecemos, en nombre de esa necia fe el “El progreso”. En fin, debemos entender que los vencedores, los anticristos del capitalismo, no pueden presentarse a sí mismos como los Redentores y Mesías de los sectores populares, históricamente humillados y vencidos.
Semanario Caja de Herramientas, Bogotá.
.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.