POR ATILIO A. BORON
Aturdido por el abigarrado y contradictorio aluvión de encuestas y disparatados resultados de los focus groups, fui víctima de una reacción inesperada: en un gesto temerario arriesgué mi biblioteca y mis títulos académicos apostando a la derrota de Javier Milei. Si éste triunfaba una gigantesca pira al pie del monumento al Cid Campeador reduciría a cenizas el falso conocimiento que laboriosamente había adquirido mediante la lectura de esos libros. Pero pasados unos días esa audaz iniciativa dejó de apaciguar la ansiedad que me corroía las entrañas. Desconcertado por las limitaciones de la ciencia política para desentrañar el enigma del balotaje del próximo domingo opté por pegar un intrépido salto epistemológico y apelar a la sabiduría de mis ancianas tías sicilianas. Solícitas y afectuosas como siempre no tardaron en recomendarme tomar contacto con uno de los más venerables augures aún vivientes en Italia, último descendiente de un oficio que nacido en la Roma republicana ha perdurado por más de dos mil años gracias a la asombrosa exactitud de sus artes adivinatorias.
Sin demorar un segundo tomé contacto con él, de nombre Tiberio, que aceptó aliviar el tormento mental que me producía tanta incertidumbre política. Me preguntó por los actores del balotaje, sus carreras políticas y los rasgos más sobresalientes que caracterizaban la personalidad de cada uno de los candidatos. Tiberio me dijo que se dirigiría al Ianiculum, la colina más alta que rodea a Roma, para observar el vuelo de los pájaros, composición de las bandadas, su dirección, velocidad y otros datos necesarios para el buen ejercicio de su arte. Me dijo que habláramos al cabo de tres o cuatro horas.
Cuando lo volví a contactar me confesó que tropezó con signos indescifrables que le impedían adelantar un pronóstico. Me pidió más datos sobre la vida política nacional y le comenté que pocos días atrás Javier Milei había recibido el entusiasta respaldo de un grupo de ex jefes de estado de Latinoamérica y el Caribe: Mauricio Macri, los expresidentes mexicanos Felipe Calderón y Vicente Fox y otros dos ex de Colombia: Iván Duque y Andrés Pastrana; Jorge “Tuto” Quiroga de Bolivia; Sebastián Piñera de Chile; el expresidente del gobierno español Mariano Rajoy y el exgobernador de Puerto Rico, Luis Fortuño. Rubricaba este rejunte nada menos que Mario Vargas Llosa, el hechicero mayor del imperio y renombrado admirador de Margaret Thatcher. Cuando pronuncié el nombre del Nobel sentí que del otro lado de la línea Tiberio daba un respingo. “Ahora comprendo”, me dijo, ante mi desconcierto. “¿Qué es lo que comprendió?”, pregunté con voz trémula. “Es que en medio de los pájaros se escuchaba el ulular de una lechuza que nada tenía que hacer mezclada con las otras aves. Y esto es un signo de mal augurio para Milei porque Vargas Llosa es mufa, con lo cual todo aquel que reciba su apoyo está condenado a la derrota”.
Me quedé atónito ante su comentario, luego de lo cual cortó la comunicación. Afanosamente me puse a buscar antecedentes para ver si lo que me había dicho Tiberio tenía algún viso de verosimilitud. En el 2019 Vargas Llosa apoyó a Mauricio Macri y perdió la elección con Alberto Fernández. Ese mismo año se jugó con todo a favor de Carlos Mesa en contra de Evo Morales, y éste fue el ganador. En el 2021 apoyó escandalosamente a quien hasta hacía pocos meses denunciaba como jefa de una banda de ladrones, Keiko Fujimori, y fue derrotada por Pedro Castillo en Perú. También ese año ofreció su incondicional respaldo al pinochetista José Antonio Kast y en el balotaje chileno fue vapuleado por Gabriel Boric. En 2022 jugó todas sus fichas a favor del candidato uribista en Colombia y Gustavo Petro resultó ganador. Ese mismo año se dedicó a difamar a Lula, diciendo que era un “ladrón” y que por eso había estado en la cárcel y que “pese a sus payasadas prefería a Bolsonaro”, y en Brasil ganó Lula. Antes, en 2018, había satanizado a Andrés Manuel López Obrador, que se alzó con una rutilante victoria en México, relegando al candidato del mismísimo PRI al tercer lugar. Y ahora ha volcado todo su (alicaído) prestigio a favor de Milei. Exaltado, lo llamé de nuevo a Tiberio para que fuese más específico en su profecía sobre el balotaje, pero me paró en seco. “Las aves han hablado: la storia è finita. Saca tus conclusiones”, y me colgó.
Página/12, Buenos Aires.