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El filósofo y activista italiano Antonio (Toni) Negri, considerado uno de los principales referentes del movimiento antiglobalización, murió este sábado 16 de diciembre a sus 90 años en París, informaron allegados suyos.
Aunque fue coautor con el filósofo estadounidense Michael Hardt de una obra muy controvertida intitulada ‘Imperio’ que mereció el aplauso y reconocimiento del establishment neoliberal alrededor del mundo y que valió igualmente una serie de glosas por parte de reconocidos intelectuales de la izquierda latinoamericana, Negri fue conocido por sus estudios sobre el filósofo neerlandés del siglo XVII, Baruch Spinoza. Durante las décadas de los años 60 y 70 colaboró con los movimientos obreros de la izquierda italiana, por lo que tuvo que exiliarse en París hasta 1997. Escribió algunas de sus obras estando en prisión.
La información sobre su fallecimiento fue sumnistrada por su esposa, la filósofa francesa Judith Revel, y su hija Anna, que lo recordó con una publicación en la red social Instagram.
Catedrático de Teoría del Estado en la Universidad de Padua, Negri (Padua, Italia, 1933) estuvo involucrado en la lucha revolucionaria desde los años sesenta del siglo pasado, como pensador y como activista.
Le correspondió el mejor y el peor de los tiempos posibles para la construcción de un ideario político que colonizase las ansias de cambio desde el pensamiento. Decir que Italia vivía un periodo convulso, vista su historia, sería prácticamente como no decir nada. Pero es cierto que a finales de los años sesenta y comienzos de los setenta se formó en el desagüe de la política un remolino diabólico que derivó en los famosos Años de Plomo. Las ideas, la cultura y la política se convirtieron en un cóctel insólito —especialmente visto desde la planicie actual— en el que algunos intelectuales, profesores universitarios sin especiales dotes para la agitación se convirtieron en referentes de la lucha y el ruido que llegaba desde la calle. Negri fue uno de esos maestros, “cattivi maestri [malos maestros]”, como algunos lo denominaron en Italia y como lo recordó el ministro de Cultura, Gennaro Sangiuliano. Y ahí comenzó su leyenda.
Participó en distintas iniciativas, como Poder Obrero o Autonomía Obrera, que cuestionaban el papel de los trabajadores en la gran fábrica mecanizada. En 1979 fue detenido y, aunque los distintos cargos de asesinato de los que le acusaban fueron descartados por falta de pruebas, se lo condenó a 30 años de prisión al considerarlo “moralmente responsable” de los actos subversivos contra el Estado de aquellos años.
En 1983 fue elegido diputado por el Partido Radical de Marco Pannella, y pudo abandonar la prisión y huir a Francia, donde estuvo exiliado hasta 1997, trabajando en la Universidad de Vincennes y el Colegio Internacional de Filosofía, junto a Gilles Deleuze, Michel Foucault, Jacques Derrida y Felix Guattari, con el que escribió Las verdades nómadas. Volvió a Italia, donde terminó su condena en 2003, tras una reducción a 13 años.
Fue hijo de un comunista y una descendiente de fascistas. Su padre murió cuando Negri tenía dos años, mientras que su madre trabajaba como maestra en Poggio Rusco, un municipio del norte de Italia. Desde una edad muy temprana se aproximó a la ideología marxista y estudió para salir de la pobreza.
El mayo del 68 atravesó la obra y la vida de Negri de forma decisiva y afloró en él el arrebato revolucionario, un impulso de revuelta en las formas más románticas. Sin haber sido al comienzo puramente comunista (fue algo crítico), más bien un marxista muy sui generis, viviendo el relato político desde las universidades y entrando en el calor de las luchas estudiantiles a través de esos muros, se convirtió necesariamente en una referencia de una izquierda extraparlamentaria que debía todavía crearse. Un nuevo mundo con tentaciones muy concretas para la revolución. Gestos, como la violencia o el uso de las armas, que impedirían a muchos dar marcha atrás. Negri no empuñó nunca una pistola, pero se convirtió en los años 70 en legitimador de esta como forma política, aunque fuera desde una cierta estética y romanticismo. “Cuando me pongo el pasamontañas, siento el calor de la lucha obrera”, dijo en una ocasión.
Algunos conocidos suyos lo recuerdan como alguien desconfiado, de gesto hierático y con cierta arrogancia intelectual, fundó el movimiento político Autonomía Obrera. Ocurrió un año después del asesinato de Aldo Moro a manos de las Brigadas Rojas —del que también fue acusado y absuelto— y se creó como un artefacto político que fundamentalmente orbitaba sobre la idea de la espontaneidad de la revuelta y la insurrección y que existió entre 1973 y 1979. Era un tiempo violento, en el que cada mañana Italia se levantaba con alguien a quien habían disparado en una pierna, un paquete bomba o una amenaza. A derecha e izquierda. Y muchos intelectuales vieron cómo sus ideas traspasaban los muros de la universidad —la de Padua, en el caso de Negri— y terminaban convertidas en munición para la revuelta que incendiaba la calle, el patio de las fábricas en el norte de Italia.
Autor de numerosos libros como El tren de Finlandia, Spinoza subversivo, Europa y el Imperio, entre otros, Negri estuvo muy vinculado con América Latina dado su interés por las resistencias al neoliberalismo al finalizar la década de los 90 del siglo pasado. Analizó la política y la lucha colectiva como creatividad, como subjetividad y como composición. Nos queda su obra, y sus amigxs que son nuestros amigxs: ambxs serán imprescindibles para transitar el momento de crisis tan brutal y de necesaria reconstrucción política como el que transitaremos los próximos años», finaliza el posteo.
En la web de la editorial Tinta Limón de Argentina se pueden descargar de manera gratuita los dos tomos de la autobiografía del filósofo: Historia de un comunista y Cárcel y exilio. El tercer tomo lo estaba escribiendo.