POR ÁLVARO GARCÍA LINERA
No se trata de un concepto extraído de los rancios archivos del populismo latinoamericano de mediados del siglo XX. “Nacionalismo económico” es el título de un amplio reporte especial de la revista The Economist de octubre del 2023, referido a la nueva tendencia económica que está desplazando al libre mercado a escala global.
Hace un año atrás, este prestigioso y conservador semanario que sirve de brújula para todos los seguidores del liberalismo económico, ya había lanzado la alerta acerca de los riesgos del “fin de la globalización” promovida por la fragmentación geopolítica de los mercados. Hoy, más a la defensiva, denuncia la “tendencia alarmante” al crecimiento de un conjunto de medidas que están adoptando los gobiernos del mundo; de una corriente de opinión empresarial y académica ascendente, favorables al proteccionismo nacional de las industrias, la aplicación de subvenciones a la actividad económica, la elevación del gasto público y la regulación de los mercados. Todo agrupado bajo la denominación de “nacionalismo económico” o “homeland economics”.
Pero no solo es el The Economist que detecta este cambio de época. Durante el último año, el influyente periódico norteamericano The New York Times ha entregado numerosos estudios y opiniones sobre el regreso de las llamadas “políticas industriales” (industrial policy), nombre con el que se denomina al conjunto de intervenciones estatales para apoyar la actividad manufacturera, por medio de exenciones tributarias, subsidios, créditos blandos, garantías públicas, contrataciones estatales y, llegado el caso, nacionalizaciones. Uno de los animadores de este debate, es el Premio de Ciencias Económicas del Banco de Suecia en Memoria de Alfred Nobel (mal llamado ‘Premio Nobel de Economía’),
Paul Krugman que, en apasionados artículos en defensa de las políticas de subsidios del presidente Biden, afirma sin complejos que, si ello llevara a una proliferación de nacionalismos económicos en todo el planeta, entonces, bienvenido sea ese proteccionismo.
Projet Sindicate, que agrupa a más de 500 medios de comunicación del mundo y donde escriben reconocidos académicos de las más prestigiosas universidades, en los últimos meses ha recogido la intensidad del debate referido al tema. La prestigiosa universidad norteamericana Massachusetts Institute of Technology (MIT) acaba de publicar un libro referido a la historia de las “políticas industriales”, en tanto que el reconocido profesor de Harvard Dani Rodrik desde meses atrás viene recomendando cómo aplicar de manera “correcta” ese nacionalismo económico. En medio de todo ello, no es casual que haya una reanimación de los debates keynesianos y polanyianos, sino que también aparezcan nuevas ediciones de la obra clásica del proteccionismo, la del economista alemán Friedrich List (The National Sistem of Political Economic, 1841), a la que Marx le dedicó decenas de comentarios críticos en sus cuadernos de lectura de 1847.
Y es que este neoproteccionismo industrial no es solo una nueva moda académica, sino una tectónica transformación de las estructuras económicas del orden global que está en marcha debajo de nuestros pies. Veamos:
Adiós a los mercados “libres”
Un mercado global autorregulado fue la gran utopía neoliberal de las ultimas décadas. El fin de la Guerra Fría, la incorporación de China a la OMC y la expansión de cadenas de valor que integraban al mundo entero en función de la eficiencia y oportunidades, alentaron ese gran sueño. En la primigenia tensión entre la territorialidad global / territorialidad local-nacional de la mercancía (valor de cambio/valor de uso), la historia parecía inclinarse por la primera. Pero era solo una ilusión. Los mercados son incapaces de cohesionar a las sociedades, lo que a la larga lleva a la polarización política. Los mercados son incapaces de equilibrar producción con finanzas, lo que a la larga lleva a la desindustrialización de los opulentos, y a la pérdida de su liderazgo global. Esto es lo que precisamente está pasando ahora en “el llamado Occidente” y, en particular, en EE.UU.
Por ello, era previsible que EE.UU. y Europa busquen, desesperadamente, detener su ocaso imperial frente a un “asiatismo” industrioso ascendente. Ese momento ha llegado. El primer giro histórico lo lanzó EE.UU. en 2018 al embarcarse en una guerra de aranceles a las importaciones chinas, imponiéndoles el pago de hasta un 25 por ciento de impuestos sobre su valor total. En contraparte, China hizo lo mismo con las importaciones norteamericanas. Con ello, las dos más importantes potencias económicas del planeta han enterrado el libre comercio.
La Unión Europea no se ha quedado atrás. Desde enero de 2022 ha reducido su compra de gas a Rusia, de un 45 por ciento del total de su consumo a un 13 por ciento (Comisión Europea, 2023); incluyendo en este recorte la voladura del gasoducto de abastecimiento Nord Stream 2. Y esa reducción nada ha tenido que ver con las “eficiencias” del mercado, sino con motivos geopolíticos. El gas ruso, que durante décadas sostuvo energía barata de los europeos y la pujante industria alemana, costaba cerca de 6 dólares el MBTU. En 2022, tuvieron que pagar 45 dólares el MBTU a otros proveedores amigos, incluidos los EE.UU. La eficiencia de los mercados se ha arrodillado ante el “mercado de amigos”.
Junto con ello, en marzo de 2023, la UE ha aprobado una ley de “defensa comercial contra las coacciones económicas”, que permite elevar aranceles y restringir participación en licitaciones a países que realicen “presiones económicas indebidas”, es decir China. La sinfónica del siglo XXI ya no acompaña odas al libre comercio sino a la seguridad nacional.
Que luego se restrinja el ingreso a Huawei al mercado europeo, que se prohíba la venta de tierras agrícolas a chinos o que, en agosto, Biden emita órdenes ejecutivas para prohibir exportaciones e inversiones norteamericanas en China en el área de semiconductores, inteligencia artificial, etc., es la nueva realidad de los mercados subordinados a los Estados.
Este nuevo espíritu global lo cartografía perfectamente el FMI al momento de lamentar el incremento, a escala geométrica, de las restricciones al libre comercio mundial, que de 250 medidas marginales y en países marginales en 2005 han pasado a 2500 en 2022; principalmente en los países económicamente más avanzados (Globalización a tope, junio, 2023). Los litigios contra trabas comerciales por temas de seguridad nacional han pasado de 0 en 2005 a 11 en 2022 (OMC, The impac of security…, 2023).
Todo ello está provocando una reorganización geográfica de la división del trabajo o, como suele llamarse ahora, de las “cadenas de valor”. La Organización Mundial del Comercio (OMC) reporta que desde 2009 esa articulación global de los procesos productivos ya no ha continuado expandiéndose y, desde entonces, ha comenzado a retraerse paulatinamente (WTO, Global value chain…, 2022). Las palabras de moda entre los CEOs del mundo son ahora “nearshoring”, “friendshoring” o, en los clásicos eufemismos de la presidenta de la Unión Europea, Von der Leyen, “reducir riesgos”.
Guerra de subvenciones
En la última década, la estantería globalista, anteriormente ya agrietada por el progresismo latinoamericano, comienza a desmoronarse. El sagrado mandamiento de que los Estados deben ser austeros y reducir al mínino los gastos es ahora una insensatez contrafáctica. En 2008, a raíz de la crisis de las hipotecas subprime que arrastró al mundo a una crisis financiera, las economías avanzadas tuvieron que movilizar el equivalente al 1,5 de su PIB para contener la caída de las acciones bancarias y las bolsas de valores. En 2020, ante el “gran encierro” frente al Covid-19, el esfuerzo fiscal extraordinario llego al 18 por ciento del PIB, inundando la sociedad de emisión monetaria para pagar salarios, solventar deudas empresariales, sostener las acciones de las empresas e implementar ayudas sociales (FMI, Monitor Fiscal, 2021. El endeudamiento público mundial, que durante los años “dorados” del neoliberalismo acató una rigurosa disciplina fiscal con una deuda pública baja, alrededor del 50 por ciento del PIB, en la última década ha saltado hasta el 80 por ciento, y en EE.UU. al 110 (Kansascity FED, 2023). El gasto público, que durante 30 años se mantuvo en torno al 24 por ciento respecto del PIB, en los últimos años ha saltado al 34 (Banco Mundial, 2023). El elevado endeudamiento público no es ni una pasajera enfermedad económica ni un patrimonio latinoamericano. Es la nueva normalidad global.
Y para la pesadilla de los liberales, no solo hay un nuevo Estado gastador, sino además ahora industrialista y generador de mercados. El presidente norteamericano Biden desde 2022 ha movilizado cerca de 400 mil millones de dólares para subvencionar la fabricación de autos eléctricos, tecnologías verdes y microchips en EE.UU., con tecnología de EE.UU. y trabajadores en EE.UU. (Ley IRA, Ley Chips). “Consuma americano” es el nuevo lema proteccionista. Europa no se queda atrás. Según el Observatorio económico Brugel, entre 2022 y julio de 2023, los gobiernos han tenido que subvencionar a sus ciudadanos con 651 mil millones de euros el precio final de la energía eléctrica. Para Alemania, esto ha alcanzado al 5 por ciento de su PIB anual. En el viejo lenguaje liberal, una ineficiencia pasmosa. Pero en estos tiempos, los intereses de la guerra contra Rusia están por encima de las delicatessen del mercado.
Además de todo ello, desde 2019, las subvenciones estatales a la industria de la Unión Europea, de manera directa mediante transferencias y reducciones tributarias, y de manera indirecta mediante préstamos y garantías, suman anualmente el 3,2 del PIB (OCDE, junio 2023). En casos más osados, los Estados han nacionalizado la generación de la electricidad (Francia), o la distribución del gas (Alemania). Por su parte, la India y Corea del Sur acaban de aprobar generosos incentivos estatales a la producción de determinados productos. Y en China está en marcha su plan para que en 2025 el 70 por ciento de las materias primas básicas de sus manufacturas sean nacionales (Harvard Review, otoño 2018). De menos de 34 intervenciones de “políticas industriales” en el mundo en 2010, se ha pasado a 1568 en 2022 (Juhasz, Rodrik, agosto 2023).
El orden global está cambiando rápidamente y las ideologías dominantes también. De la antigua gubernamentalidad sostenida en el libre mercado, el globalismo, el Estado mínimo y el solitario emprendedurismo, estamos transitando a una legitimidad política aun difusa, pero en la que parecen comenzar a destacar otras bases de anclaje, como el industrialismo local, la autonomía tecnológica y la competitividad en mercados segmentados (Thurbon, 2023).
Ciertamente, todo ello no impide que por acá o por allá renazca con violento furor el melancólico apego a los imaginados años gloriosos del libre comercio. Son fósiles políticos que no por ello son inofensivos y meramente carnavalescos. Estos defensores del libre mercado que, como lamenta The Economist, ahora son tratados como “una reliquia colonial” en extinción, han provocado mucho dolor social en su aventura como en Brasil, y lo seguirán haciendo, como en Argentina. Lo curioso es que Latinoamérica, que vanguardizó este regreso a políticas proteccionistas, sea también donde se engendren las versiones más pervertidas y crueles de este anacronismo liberal.
Esto no significa que próximamente se imponga el nacionalismo económico. El tiempo de incertidumbre global aún continuará por una década o más. Pero este proteccionismo que ahora comienza a expandirse es distinto al que existió en los años 40 del siglo XX. Las subvenciones estatales ya no apuntalan tanto a un Estado productor, sino a un sector privado que necesita de la protección y guía estatal para prosperar. Igualmente, la nueva “sustitución de importaciones”, que nos recuerda a la antigua consigna de la CEPAL, ahora es selectiva, en áreas estratégicas ordenadas por criterios político-militares; en tanto que el resto de las importaciones que se mantendrán buscan ser relocalizadas a otros mercados más cercanos o políticamente aliados. Pareciera ser que estamos ante el nacimiento de un nuevo modelo híbrido, anfibio, que combina proteccionismo y libre cambio, según necesidades nacionales.