No más pactos disfrazados de progreso

Dos destacados como cuestionados dirigentes de la ultraderecha antioqueña: el alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez y el aspirante presidencial Sergio Fajardo Valderrama.

POR OMAR ROMERO DÍAZ /

En Colombia, la historia tiende a repetirse, pero no por casualidad, sino por el cinismo con que ciertos sectores políticos manipulan la verdad y revisten de “buenas intenciones” sus pactos con la ilegalidad. Lo ocurrido en Medellín durante las administraciones de Federico Gutiérrez y Sergio Fajardo es una muestra clara de cómo la mentira, el encubrimiento y la doble moral se disfrazan de eficiencia para engañar al país.

Ambos son potenciales candidatos presidenciales de la ultraderecha. Ambos niegan vínculos con estructuras mafiosas. Ambos repiten discursos de transparencia. Pero los expedientes judiciales y las declaraciones de los propios jefes criminales los desmienten. La verdad, por incómoda que sea, tiene que decirse: Medellín fue gobernada con el visto bueno de la Oficina de Envigado y bajo acuerdos no escritos con el paramilitarismo urbano.

Federico Gutiérrez, apadrinado por el uribismo, fue alcalde de Medellín entre 2016 y 2019. Su secretario de seguridad, Gustavo Villegas, fue capturado y condenado por ser enlace directo con la Oficina de Envigado. La Fiscalía lo dejó claro: se pactaba con los combos para reducir homicidios, no para acabar con ellos, sino para ocultarlos. Era la seguridad al servicio del show, no de la justicia. ‘Fico’ lo sabía, Villegas lo ejecutaba, y la ciudad quedaba como rehén de una gobernabilidad mafiosa.

Sergio Fajardo no puede evadir su responsabilidad. Debe explicar su papel en el establecimiento de la denominada “Donbernabilidad” en Medellín.

Pero lo más grave es que Gustavo Villegas ya venía con ese prontuario bajo el brazo desde la Alcaldía del ultraconservador Sergio Fajardo. Fue su Secretario de Gobierno, su director de la Oficina de Paz y Reconciliación, y su alcalde encargado en siete oportunidades. ¿Quién nombra siete veces a una persona que no conoce o en la que no confía? Fajardo sabía quién era Villegas. Lo promovió, lo protegió, lo convirtió en su operador de confianza. Y ahora dice que “nunca negoció con nadie”. ¿Cómo creerle a alguien que afirma no haber visto el elefante en su propia sala?

Lo que escandaliza no es solo el pasado, sino la forma como hoy quieren seguir burlándose del país. Mientras uno se abraza con el uribista Centro Democrático y se victimiza diciendo que todo fue un invento, el otro se mimetiza en una coalición de “tibios” junto al Nuevo Liberalismo, que perdió el rumbo que tenía su padre, Dignidad que de dignidad solo le queda el membrete, y el partido MIRA, que vende su fe al mejor postor. ¡Pobres feligreses que creen que su voto apoya principios cristianos mientras sus dirigentes pactan con el diablo de la política!

Estos partidos no representan la renovación, sino la continuidad del engaño. Son expertos en enredar al incauto, en disfrazar la cohabitación con mafias como estrategia de “pacificación”, y en usar el dolor de los barrios populares como plataforma de marketing político.

Mientras tanto, el país real el de los jóvenes asesinados, los líderes sociales silenciados y las comunidades desplazadas paga el precio. Y lo que es aún más indignante: pretenden volver al poder nacional para repetir la fórmula, ahora a gran escala.

El pasado domingo 22 de junio, durante un evento del presidente Gustavo Petro, jefes criminales hoy condenados rompieron el silencio. Confirmaron lo que por años se intentó tapar: los pactos existieron, los gobiernos locales sabían, y las cifras maquilladas eran producto de una estrategia mafiosa compartida entre Estado y crimen.

El pueblo colombiano tiene que despertar. Esta no es una elección cualquiera. Es una batalla entre dos caminos: seguir siendo engañados por los mismos de siempre con sus rostros lavados, o construir una nación donde la verdad y la justicia no se negocien.

Ya basta de partidos que comercian con la fe, la esperanza o la ignorancia. Ya basta de tecnócratas cómplices de los verdugos. Colombia merece gobernantes que no se arrodillen ante las mafias, ni les hagan venias en la oscuridad.

El futuro del país no puede seguir en manos de quienes negociaron la paz de los barrios con el silencio de los fusiles, mientras se lucraban del sufrimiento colectivo. Que no nos vuelvan a engañar.

Que no nos tomen otra vez por tontos.

Que el voto sea conciencia, no repetición.