OTAN: la autonomía estratégica de EE.UU.

POR MANUEL MONEREO

“Este ‘momento unipolar’ tuvo una consecuencia perfectamente lógica y predecible: predispuso más a EEUU al uso de la fuerza en el exterior. Eliminada la amenaza soviética, EE.UU. quedó con las manos libres para intervenir prácticamente en cualquier lugar y momento que considerara oportuno”.

– Robert Kagan (2003).

Una gran potencia es hegemónica cuando consigue -por los medios que sea- que sus aliados compartan, hagan suyos sus objetivos estratégicos, sus definiciones geopolíticas y sus líneas básicas político militares. El concepto estratégico de la OTAN aprobado en Madrid recoge, casi sin matizaciones, las directrices de la gran potencia norteamericana que resueltamente toma el mando y pasa a la ofensiva. A esto, en puridad, se le llama autonomía estratégica que la ejerce, no quien quiere sino quien puede. Dicho sea de otra forma, la autonomía estratégica es un proyecto que se construye económica y socialmente y que define una posición internacional soberana. El concepto aprobado pone fin a un debate confuso y precisa el verdadero papel de la política de seguridad y defensa de la Unión Europea (UE) como aliado complementario y subalterno de los EE.UU. Volveré más adelante.

Las crisis, bueno es repetirlo, desvelan lo que la normalidad oculta y nos enseñan la verdadera medida de las cosas. Si además se trata de una guerra, esto se hace mucho más evidente. La guerra en Ucrania está acelerando mucho los procesos histórico sociales. Por lo pronto, se están articulando dos bloques geopolíticos y socioeconómicos. De un lado, el liderado por los EE.UU. que se refuerza, que gana disciplina y busca ampliarse desesperadamente; el otro, (contra)hegemónico, organizado en torno a China y Rusia, que pretende definir una propuesta alternativa al mundo unipolar hasta ahora dominante. Como suele ser normal, la bipolaridad de bloques impulsa el no alineamiento de países que encuentran una oportunidad para ganar autonomía, influir más en las relaciones socioeconómicas y, por así decirlo, sacar partido de una situación que se convierte en oportunidad. Lo que ya no cabe ninguna duda es que el conflicto militar en Ucrania inicia un largo proceso de transición entre las fuerzas del “viejo orden” euro norteamericano y las del “nuevo orden” en proceso de construcción.

Las cosas ya no serán como antes. Esta larga transición comienza por una guerra, de nuevo, en Europa, muy alejada de los EE.UU. y en el centro de gravedad euroasiático. No es casualidad. La guerra está donde la quería la administración Biden. Llevan años preparándose para eso, rearmando, formando y organizando a las fuerzas armadas de Ucrania. Para decirlo con más precisión, de 2014 –según datos del SIPRI- hasta 2021, Ucrania incrementó su presupuesto militar en un 142%, sus aliados formaron en torno a 10.000 efectivos cada año y le fue transferida tecnología militar avanzada. Hoy sabemos que la OTAN siempre ha estado en los puestos de mando de la estrategia militar ucraniana y ha dirigido con mucha precisión la crisis de un Estado, no se debería de olvidar, extremadamente complejo desde el punto de vista étnico, cultural, religioso y político. De ahí que en el conflicto haya elementos de guerra civil que la propaganda occidental intenta ocultar sistemáticamente.

La OTAN ha servido históricamente para tres objetivos precisos. El primero (un clásico del mundo anglosajón), impedir un acuerdo entre Europa y Rusia. La existencia de la URSS ayudó a justificar la presencia de la OTAN como bloque defensivo ante la supuesta agresividad del mundo soviético. La disolución del Pacto de Varsovia y la desintegración de la URSS obligó a una refundación de la OTAN, a encontrarle sentido a una presencia militar y nuclear en un mundo que había conseguido derrotar al imperio del mal. Se demostró –Brzezinski lo analizó con mucha precisión- que la presencia político militar estadounidense en Europa era parte de un diseño estratégico a largo plazo legitimado por la existencia de la URSS y definido por un nuevo orden internacional de carácter unipolar, impulsado, dirigido y organizado por EE.UU., devenido en hiperpotencia.

Europa vivía un momento fundante. Existía la posibilidad de recomponer las relaciones con una Rusia que se abría al mundo y que buscaba reencontrar un camino de paz, progreso económico y la primacía del Derecho Internacional. Se puede decir de muchas formas, con acentos diversos y hasta con formulaciones dramáticas: no habrá paz, no habrá autonomía política real de Europa sin un acuerdo con Rusia, sin un tratado de paz, cooperación y desarrollo con el gran país euroasiático. La enésima OTAN que surge de Madrid nace para bloquear definitivamente esta posibilidad que, es bueno subrayarlo, perjudica gravemente a Europa, pero también a una Rusia forzada a un repliegue estratégico y a una alianza duradera con China. La elección histórica tendrá una enorme trascendencia. Las clases dirigentes europeas han decidido subordinarse al “viejo orden” dirigido por los EE.UU. y oponerse con todas sus fuerzas y capacidades (económicas, políticas, militares y culturales) al “nuevo mundo” que emerge con toda su diversidad, pluralidad y dimensión poblacional con las grandes potencias asiáticas, en otro tiempo -bueno es recordarlo- colonias, países dominados y explotados por los todopoderosos representantes de la civilización occidental.

El segundo objetivo de la OTAN siempre ha sido el control político de la integración europea y de cada uno de los países individualmente considerados. Manolo Sacristán le llamó a eso “la OTAN hacia adentro”. Hay que decir que, en lo fundamental, esto ya se ha conseguido. El tipo de democracia, el modelo económico-social capitalista y la Unión Europea no son cuestionadas en parte alguna y las amenazas, de haberlas (como en EE.UU.) vienen del lado oscuro del sistema. Paradójicamente, cuando más se habla de democracia, más se acentúa su crisis y en el horizonte se vislumbran procesos de involución política, social y cultural. Las democracias europeas, las que existían realmente, se basaron en el conflicto capital/trabajo, en un potente movimiento obrero organizado y en una izquierda que aprovechó la contraposición con la URSS para hacer viable el reformismo. La integración europea, los cambios geopolíticos y tecnológicos han transformado radicalmente ese mundo. Está culminado la “gran transformación” de la cultura europea y nos adentramos en la “norteamericanización” de nuestra vida pública. La forma-partido que conocíamos ya no existe, retornan con nuevas y variadas formas los “partidos de notables” y los modos oligárquicos de organizar el voto. Luciano Canfora constata que en los países europeos se están construyendo de forma original partidos únicos, internamente articulados y externamente subdivididos en formaciones singulares; organizados en torno a una clase política cada vez más homogénea, crecientemente dependiente de las grandes corporaciones financieras y empresariales, y claramente alineadas con la Administración norteamericana.

El tercer objetivo es el más conocido y sobre el que existe abundante literatura: pertenecer a la OTAN significa que tus fuerzas armadas y, en gran medida las de seguridad, forman parte de un dispositivo transnacional dirigido, organizado y financiado por los EE.UU. Los intereses nacionales, las doctrinas militares de cada una de las FFAA, las directrices de defensa y de seguridad tienen que amoldarse a los criterios definidos por la potencia dominante que van más allá de la OTAN. La política del presidente del gobierno español Pedro Sánchez sobre Marruecos explica bien esta contracción. No se trata solo de la cuestión del Sahara. Lo que ha hecho el gobierno español es muy grave: subordinar los intereses estratégicos de España a la política de EE.UU. que coloca a Marruecos como Estado-gendarme del Magreb y pivote estratégico para el control del África subsahariana. Hay que insistir. Las menciones en el concepto estratégico a supuestas integridades territoriales no protegen a España ante un conflicto político-militar con Marruecos; estaremos solos. Sánchez lo sabe.

Volvamos al principio. La clave del concepto estratégico aprobado por la OTAN en Madrid es clara y distinta: los enemigos de EE.UU. son los enemigos de Europa, Rusia y, sobre todo, China. El triunfo de la Administración norteamericana es enorme, el fracaso de la Unión Europea histórico y el éxito de China especialmente significativo. El Imperio Medio consigue una retaguardia geoeconómica y energética decisiva, iguala poder estratégico-nuclear con el país de Biden y, lo más importante, gana tiempo para construir alianzas, definir escenarios y fortalecer su complejo militar, tecnológico y científico. Insisto, el tiempo es decisivo y el desgaste de todos los demás grande, muy grande.

Este artículo comenzaba con una cita de un autor por el que siento cierta predilección. Robert Kagan escribió un libro importante en el 2003 -aquí se tradujo como Poder y Debilidad– que era una crítica áspera contra los intentos de la Unión Europea de distanciarse de la política exterior norteamericana y jugar un cierto papel autónomo. La crítica era, en síntesis, doble: el mundo que emergía después de la victoria de los EE.UU. contra la URSS era hobbesiano, donde el uso de la fuerza sería casi obligatorio y, más duramente, la política de la UE era, en lo fundamental, hipócrita, ya que su supuesta autonomía se basaba en la seguridad que le daba pertenecer a la estructura político-militar organizada y dirigida por los EE.UU., es decir, la OTAN. Hoy el mundo se parece más al que Kagan definió y la UE se alinea entusiasta con la política de Biden.

Soldados de la OTAN llegan a la escena de un atentado suicida con coche bomba contra vehículos militares extranjeros en Jo-e-Sher en Kabul el 11 de octubre de 2015.

Kagan, compañero de aventuras políticas, sentimentales y, digámoslo así, diplomáticas de la señora Victoria Nuland -subsecretaria de Estado para asuntos políticos y conocida especialista en asuntos ucranianos- siempre se ha distinguido por hablar claro, primero como estratega republicano, luego como portavoz del “proyecto para el nuevo siglo norteamericano” y ahora como asesor privilegiado de Hillary Clinton. Hace algunos meses sorprendió denunciado un supuesto golpe de Estado en su país, señalando a Donald Trump como instigador y agente principal. Habrá que hacerle caso ya que él conoce muy bien lo que Curzio Malaparte llamaba técnicas de un golpe de Estado.

No es el momento de hacer un análisis pormenorizado de la nueva política de la OTAN. Para terminar, no me resisto a citar de nuevo a Kagan en su mencionado libro Poder y debilidad porque señala muy bien cuáles son las bases reales de la política exterior norteamericana: “Es un hecho objetivo que los estadounidenses han ido extendiendo su poder e influencia en círculos siempre expansivos, incluso desde antes de fundar su propia nación independiente”. Concluía el razonamiento así: “EE.UU., en cualquier caso, continúa y claramente tiende a mantenerse como potencia estratégica dominante en Extremo Oriente y en Europa. El final de la Guerra Fría se consideró por parte de los estadounidenses como una oportunidad, no de replegarse, sino de ampliar su influencia; de extender hacia el Este, hasta Rusia, la alianza que lideraban; de fortalecer sus relaciones con aquellas potencias de Extremo Oriente que están en vías de democratizarse; de fomentar sus intereses en partes del mundo como Asia central, cuya existencia ni siquiera conocían muchos estadounidenses”. Todo esto lo escribió en el 2003 y lo continuó aún con mayor claridad en libros posteriores. La lectora o el lector observará que no solo hay análisis sino programa que, en muchos sentidos, se ha ido cumpliendo con bastante precisión.

@ManoloMonereo

Público.es

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