POR OCTAVIO QUINTERO
“Para el cielo un telescopio, una escafandra para el mar; un buen libro para el alma, una ventana pa’ soñar”.
Con la venia de Marta Gómez, cantautora colombiana, tomo prestado el título de su composición: Para la guerra nada, y uno de sus versos, para introducir el tema sobre el conflicto armado en Colombia, desarrollado y presentado por la Comisión de la Verdad. En la entrega (martes, 28.06.2022), podría pensarse que el sacerdote Francisco de Roux, presidente de la Comisión, pronunció las siguientes palabras recordando su canción pero, sobre todo, pensando en Estados Unidos:
“… A las naciones amigas, a las que agradecemos la compañía y solidaridad en la negociación de la paz… dejar de vernos como un país que necesita armas para sobrevivir en el conflicto. Hemos sufrido 70 años de guerra. No nos den nada para la guerra… No la queremos…”.
El Informe es el acopio más completo que se haya hecho del conflicto, y, aunque esté levantando algunas ampollas, no tiene nada desconocido por la opinión pública. Tal vez, lo que desgarra el alma nacional es la descarnada pregunta que se hace y nos hace el sacerdote jesuita Francisco de Roux: “¿Cómo nos atrevimos a dejar que esto pasara, y cómo nos atrevemos a entrever –a permitir– que continúe?”.
En las mismas palabras puntuales del sacerdote ignaciano:
- ¿Por qué el país no se detuvo para exigir a la guerrilla y al Estado parar la guerra política desde temprano y negociar desde el principio una paz integral?
- ¿Cuál fue el Estado y las instituciones que no impidieron, y más bien promovieron, el conflicto armado?
- ¿Dónde estaba el Congreso?
- ¿Dónde los partidos políticos?
- ¿Hasta dónde, los que tomaron las armas contra el Estado calcularon las consecuencias brutales y macabras de su decisión? Nunca entendieron que el orden armado que imponían sobre los pueblos y sus comunidades, que decían proteger, las destruía y las dejaba después en manos de los paramilitares que llegaban a acabarlas.
- ¿Qué hicieron ante esta crisis del espíritu los líderes religiosos, y, aparte de los pastores y los líderes de fe que incluso pusieron la vida para acompañar y denunciar, qué hicieron otros sacerdotes y obispos y comunidades religiosas y ministros?
- ¿Que hicieron los educadores?
- ¿Qué dicen los jueces y fiscales que dejaron acumular la impunidad?
- ¿Qué papel jugaron los formadores de opinión y los medios de comunicación?
Bueno, si no podemos volver atrás el tiempo, sí podemos evitar que hacia adelante tales preguntas se repitan sobre los cadáveres de otro millón de compatriotas; sobre el dolor de otros 8 millones de desplazados y, sobre todo, ante la mirada impávida de 50 o más millones de habitantes que seremos para entonces.
En adelante, podemos y debemos exigir a Estados Unidos que no se siga haciendo en el de la vista gorda con los militares “detrás de la ola de asesinatos de activistas de izquierda” que recoge la noticia The New York Time, publicada el mismo día de la presentación del Informe.
La mayéutica del padre De Roux nos hace descubrir una responsabilidad colectiva en lo pasado, que nos impele en adelante a montar guardia sobre las instituciones oficiales: el Congreso, la justicia en general, y la Fiscalía en particular, y con marcado énfasis sobre los medios de comunicación, difusores del discurso del odio que envenena la consciencia nacional y enerva la reacción social.
Afortunadamente, el nuevo gobierno que inicia el 7 de agosto próximo se comprometió públicamente a difundir la historia de nuestra desgracia pasada, con ánimo de reconciliación nacional, en busca de una paz con justicia social, con el fin de cerrar la causa sui, que, a mi modo de ver, generó, desencadenó y prolongó en el tiempo la barbarie.
Fin de folio.- “No hay almuerzo gratis”, dicen los gringos. La solícita llamada de Biden a Petro ofreciéndole un diálogo de “igual a igual”, refleja la angustia del imperio ante el nuevo mapa geopolítico que va trazando la guerra en Ucrania y la elección de gobiernos progresistas en Latinoamérica.
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