POR FERNANDO PANESSO
No es necesario plantear la necesidad de una organización socialista de izquierda. Hay una amplia experiencia de lucha en Colombia por una opción socialista; los intentos son múltiples, pero no han podido cristalizarse en una opción partidaria durable y sostenible que haya logrado sintonizarse con los trabajadores en nuestro país.
No obstante, los intentos por construir este partido terminaron en fraccionalismos y disputas internas, y no hubo la maduración necesaria para encarar tales situaciones. Además, como se señala en la ‘Tesis sobre el Partido Socialista en Colombia’ (1985), suscrita, entre otros, por notables dirigentes socialistas como Ricardo Sánchez Ángel, Socorro Ramírez, Arnulfo Bayona, Leticia Navia, Alfonso Avellaneda, Estela Paredes, Ramiro Gálvez, Hugo Varela (qepd), Eduardo Nieto, Luis Caraballo, Luis Pomares y Marcos Rojas:
“La tendencia socialista sufrió, no obstante, la influencia negativa que impidió su maduración consciente en una fuerza capaz de brindar alternativa. Los diversos centros internacionales del trotskismo dividieron y manipularon a los jóvenes grupos socialistas. El morenismo, el Secretariado Unificado y el lambertismo han dividido conscientemente, unas veces de manera directa y otras disfrazadas, las agrupaciones socialistas del Bloque Socialista, el P.S.T. (Partido Socialista de los Trabajadores), los Comandos Camilistas y el P.S.R. (Partido Socialista Revolucionario). No es cierto que se hayan respetado las decisiones tomadas por estas fuerzas y, a nombre de un Centro Internacional, se ha estimulado y practicado el más feroz fraccionalismo, oportunismo y sectarismo. El movimiento revolucionario, el socialismo, debe saberlo clara y directamente” (p. 16).
Este partido no tiene forma ni estructura; se encuentra diseminado, es una diáspora de socialistas desconectados de las luchas sociales por todo el territorio patrio. No se sabe qué pasos prácticos hay que dar y cómo darlos, a la manera leninista.
Muchos de nuestros compañeros ahora se dedican a reorganizar la sociedad capitalista, a planificar las miserias que el capitalismo moderno produce, a predicar a sus partidos y sus gobiernos que mejoren la situación de los trabajadores/as, su situación de pobreza y atraso, en vez de dedicarse a construir la organización socialista, a desplegar toda su imaginación para el desarrollo de la lucha de clases; dirigir y conquistar para el socialismo lo mejor del movimiento obrero y campesino, y todo con el propósito de conquistar el poder para los trabajadores y la organización de la sociedad socialista.
Sin programa, sin organización partidista y sin una teoría revolucionaria no es posible llegar a ningún lado.
El primer número de la revista Iskra formula de manera inequívoca la creación de un partido fuerte y organizado para enfrentar la autocracia, tomar el poder y construir el socialismo.
El fenómeno de la multitud de Antonio Negri es como el efecto Alka-Seltzer: así como sube y echa chispas, así de nuevo vuelve y se serena. Justamente en esos momentos es cuando se requiere tener la herramienta del partido, en esas situaciones pre-revolucionarias o revolucionarias. Sin esa herramienta política, la acción de las masas se evapora, se diluye. Esto mismo ocurrió en 1905; el partido socialdemócrata ruso aún no tenía la suficiente cohesión, fuerza y grado de organización para intervenir en esa coyuntura revolucionaria. Lenin, en el balance que hace sobre esas jornadas, es consciente de esa limitación, y por eso todo su empeño se dirige a la edificación de la organización partidaria, al trabajo disciplinado y a una intervención cada vez más creciente en el movimiento obrero-campesino y en la soldadesca.
Pero hay algo que se olvida con gran facilidad en nuestros compañeros: ¿para qué el partido? ¿Con qué fin? Lenin siempre recordaba a los trabajadores rusos que su lucha, su partido, la huelga, la toma de tierras, todo era para la toma del poder y la constitución de un gobierno obrero-campesino. No olvidaba, siempre les recordaba, que el objetivo es ese y no otro. Nada de reformas a la sociedad capitalista, nada de complacencias con la explotación del capital y de los terratenientes. Pero tampoco era ingenuo, y por eso alentaba y organizaba las luchas reivindicativas, “tradeunionistas” como se les llamaba en esa época, ya que ellas elevaban la conciencia revolucionaria. Sin embargo, esas luchas estaban atadas al objetivo central trazado en el programa del partido: la toma del poder. El reformismo, tan fustigado por el leninismo, sucumbió ante los encantos del burocratismo y el parlamentarismo.
Forjar una organización combativa, inserta en los movimientos de los trabajadores, en las comunidades étnicas, en las juntas de acción comunal, sindicatos, entre otros. Cada momento de la vida social tiene sus flujos y reflujos, caídas y levantadas; el Partido Socialista afina su táctica, la moldea de acuerdo a las circunstancias, participa de ellas y lleva un monitoreo constante sobre su desarrollo. El partido no tiene una fórmula única de lucha; evalúa cada momento para determinar lo más pertinente para el accionar revolucionario. Pero, de nuevo, no olvida que debe prepararse y estar atento cuando las circunstancias así lo requieran para intervenir en aquellas situaciones donde las masas salen a las calles, desesperadas por la situación económica, y que el partido esté preparado para canalizar estos movimientos y dirigirlos.
Lenin dice: ya es tarde. Las masas desesperadas superan con creces a los partidos, los rebasan y hasta pueden llegar a constituir juntas de gobierno, gobiernos locales, comités de fábrica, consejos comunales, etc. Brotan del subsuelo miles de formas de organización de la sociedad de los comunes, que es menester organizar, y ahí es donde el partido tiene que estar, si realmente es un partido revolucionario que tiene como objetivo tomar y conducir a los trabajadores al poder.
La revolución es un proyecto, y como todo proyecto tiene que resolver primero cuál es el problema o los problemas que intenta solucionar, y segundo, definir cuáles son los objetivos que se propone. Cualquier obrero, sin que tenga ninguna cualificación política, pregunta: ¿para qué es este partido? Porque el que tengo solo migajas nos tira. Toda una labor de preparación, quizá toda una vida dedicada a la formación política de los trabajadores; acompañar sus luchas inmediatas, su organización sindical, en fin, el partido deberá invertir todo el tiempo, la paciencia y la dedicación para cincelar el espíritu revolucionario de nuestro pueblo, y también aprender de ellos todo el imaginario que despliegan en sus luchas. Ellos, los trabajadores, desde su propia lucha, han planteado la necesidad de sepultar al capitalismo, y esto lo dijeron los obreros antes de Marx, especialmente el movimiento obrero inglés. Ese pensamiento que se cocina desde las fábricas, desde las barriadas, desde los campos, es al que hay que prestar atención.
Desde esos remotos y recónditos lugares nacen formas autogestionarias, gobiernos locales, en una palabra, formas de poder popular. Eso fue lo que creó la comuna, los consejos húngaros, los soviets, los comités de fábrica, los consejos comunitarios; en fin, son miles de formas que los trabajadores se dan a sí mismos y por fuera de los partidos llamados de izquierda. El partido revolucionario tiene el deber de apoyar y profundizar todas estas formas de poder soberano y autónomo que emergen desde las entrañas del pueblo y extenderlas por toda la geografía del país. Fortalecer y construir formas de poder soberano desde lo local.
La disputa es por el poder, no por unas curules en las cámaras, no por unos puestos en la burocracia estatal ni por ninguna prebenda que brinden los gobiernos de turno. Los socialistas se aprestan a edificar desde ya estas formas autónomas, de soberanía sobre sus propios territorios. Desde ahí hay que decirle al pueblo que la ley y el orden que consienten es el que emana de ellos mismos. Allí, en esos mundos, se crea la nueva institución social de los seres humanos libres e iguales, donde todos tienen el mismo poder y nadie tiene más poder que el otro. Allí es donde se forja la verdadera democracia, la democracia directa, sin mayores preámbulos. Nada de seguir hablando de democracia popular, radical, participativa, incluyente y todos esos apodos que le han impuesto. La democracia es única, la que ejerce el pueblo mediante un proceso deliberativo, reflexivo y decisorio, y donde todos asumen como suyas las nuevas leyes que se dictan para el bien común. Ley de los comunes e iguales.
Lenin nos recuerda que cuando llega el momento de los estallidos y explosiones sociales, si no hay un partido preparado para asumir la conducción de esos momentos de efervescencia y calor, ya es tarde. El hierro se dobla cuando está caliente, hirviendo, y no cuando se enfría. Claro que se puede doblar frío, pero cuesta mayor trabajo, mayores sufrimientos y, sobre todo, que sobrevenga la apatía, la deserción y la desilusión, no solo entre los militantes del partido, sino también entre la masa trabajadora.
Referencia bibliográfica
Sánchez, R., Ramírez, S. y otros (1985). Tesis sobre el Partido Socialista en Colombia.