POR OLGA L. GONZÁLEZ
Llegó el 1° de Mayo y con él, la convocatoria de Petro para que los colombianos salieran a la calle. La idea no es mala: el pueblo en la calle es una fuerza viva. Puede incidir en los parlamentarios, y más allá, en crear un clima favorable para darle ánimos a las fuerzas de izquierda.
Simbólicamente, también fue importante esta convocatoria de Petro el 1° de Mayo. No recuerdo que en los últimos treinta años algún presidente haya tenido algún gesto ese día (y tanto mejor, pues no tienen porqué usar un evento con fines politiqueros).
El 1° de Mayo, día internacional de los trabajadores, guarda mucho simbolismo. Un día como ese de 1886, los sindicatos de Estados Unidos reclamaban una jornada laboral de ocho horas. Las compañías rara vez concedían ese derecho: los trabajadores se lanzaban entonces a la huelga. El 3 de mayo, por seguir en huelga, fueron reprimidos con violencia los trabajadores de una industria de Chicago (hubo entonces dos obreros muertos y cincuenta heridos). Al día siguiente, un movimiento de protesta por la violencia causada por la Policía degeneró; se acusó injustamente a militantes anarquistas, se les condenó a la horca. Desde entonces, el 1° de Mayo conmemora estas muertes (y se pueden agregar otras muchas, como la de los huelguistas de Fourmies, Francia, en 1891, o la de los trabajadores de United Fruit en 1928 en Colombia).
Hubo en la historia de Colombia un presidente que el 1° de Mayo fue ovacionado por los trabajadores, particularmente por los sindicatos: Alfonso López Pumarejo. “Una inmensa multitud que llenaba quince cuadras desfiló vivando al presidente López. No se registró ningún incidente. El liberalismo risueño y fuerte demostró su fortaleza y serenidad”, escribía El Tiempo en 1936, con fotos de la multitud.
No se puede afirmar que López Pumarejo fuera un hombre venido de las entrañas del pueblo. No fue un obrero, jamás perteneció a un sindicato. De hecho, en su segundo gobierno (1942-45) cambió de enfoque, y gobernó más para sus amigos de la élite conservadora y liberal, y para los gremios nacientes, que para los trabajadores.
La primera Presidencia de López, sin embargo, se recuerda como uno de los gobiernos más progresistas que ha tenido Colombia. En realidad, el hombre supo interpretar un momento histórico, el del gran cambio social de los años treinta. Llegó a la primera magistratura en un momento en el que las fuerzas de izquierda, después de la gran crisis de 1929, estaban en ebullición. En 1935, documenta el historiador Mauricio Archila, se hicieron un número de huelgas récord. Los trabajadores tenían conciencia de clase, y nacía la primera federación sindical. López se apoyó en estos sectores para llevar a cabo sus reformas sociales (o mejor: estos sectores empujaron a López a llevar a cabo sus reformas sociales).
Se puede preguntar qué tiene de común, aparte de apelar al balcón presidencial, ese momento histórico en particular, con la coyuntura colombiana de 2023. Los trabajadores colombianos tienen una muy baja tasa de sindicalización. Muchos no son asalariados. La informalidad es extendida, dificultando aún más cualquier forma de organización. Los capitalistas y sus emisarios políticos han logrado imponer su flexibilidad laboral y sus bajos salarios. Adicionalmente, el sistema de transacciones individuales y el clientelismo como norma de relación política debilitan la organización colectiva. Los sindicatos de varias instituciones son de papel. En algunos casos, se constituyen para lograr el exclusivo beneficio de sus dirigentes, y también por esta razón se han desacreditado fuertemente en Colombia.
Sin duda, el sindicalismo era mucho más fuerte, íntegro y reivindicativo en los tiempos del primer gobierno de López. Sin embargo, los sindicatos todavía existen en Colombia. Recientemente, incluso, han tenido protagonismo importante (por ejemplo, no se debe olvidar que el Comité Nacional de Paro estuvo en la base de la convocatoria del paro de 2021, cuando el gobierno Duque radicó su “paquetazo”). El contexto abierto por un gobierno de corte progresista debería animar a los trabajadores formales e informales a afianzar las organizaciones colectivas, sobre todo ahora que ha quedado en evidencia que la coalición de gobierno no irá muy lejos, pues la repartición de burocracia tiene un límite finito -no se puede repartir ante apetitos insaciables-.
Hoy, en otros países de América latina, como Chile, los sindicatos acompañan y empujan las reformas. Es el caso de Chile (Boric, de hecho, viene del movimiento sindical estudiantil). En ese país, donde el Presidente tampoco tiene mayorías en el Congreso, el sindicalismo ha ganado fuerza. Como en Colombia, tuvo un papel central en el estallido popular, si bien no tiene representación política (los candidatos a la Asamblea Constituyente provenientes del sindicalismo se quemaron frente a los movimientos cívicos e independientes). Sobre todo, los sindicatos han impulsado medidas importantes tomadas por el gobierno Boric, como el aumento salarial de 17 % y la semana laboral de 40 horas.
En Colombia, es muy posible que Petro no tenga un alto margen de maniobra después del cambio de gabinete, y es muy probable que las estratagemas politiqueras en el Congreso se agoten. El movimiento social -sindicatos, indígenas, feministas, estudiantes, ambientalistas, etc.-, menos contaminado con los vicios de la clase política y posiblemente más democrático, podría dar un ímpetu al anhelado cambio social, económico y cultural en Colombia.
La Silla Vacía, Bogotá.
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