POR OCTAVIO QUINTERO
El ambicioso plan de desarrollo del presidente Gustavo Petro se puede sintetizar en dos bloques de reformas políticas y sociales enmarcadas, a su vez, en dos principios básicos de convivencia: la paz con todos los actores armados y la justicia social con todos los actores no armados. Nadie creería, ni loco, que en cuatro años se pueda alcanzar tan portentoso cambio de cultura política y modelo económico en un país gobernado por un fuerte espíritu castrense de élites que, precisamente, han diseñado el Estado a su imagen y semejanza, y para su propio beneficio.
Esos dos bloques han quedado definidos por el propio equipo gubernamental entrante en: (1) las reformas tributaria, rural integral, política y la creación de los Ministerios de la Igualdad y el de Paz, Seguridad y Convivencia; y, (2) las reformas a la salud, educación, laboral y pensional. El primer bloque (político) entrará a consideración del primer año de legislatura; el segundo bloque (social), el año entrante.
Sabido es que el Pacto Histórico (coalición del Presidente), no alcanza a consolidar en el Congreso una mayoría legislativa determinante a la hora de abocar las profundas reformas, y ni siquiera una fuerza política monolítica, ideológicamente hablando. Y Petro lo dijo abiertamente… “como no somos mayoría, nos toca hablar con (dirigentes) de la política tradicional para lograr que parte (de ella) decida apoyar el esfuerzo de las reformas que proponemos”. Tal vez, sus más radicales y esperanzados seguidores, por ejemplo, el senador Gustavo Bolívar, no han entendido bien que la gobernanza tiene costos que, particularmente, en Colombia son insanos. Y la pregunta que sigue es… ¿Convendrá Petro en mantenerle cotos de corrupción a esa política tradicional a cambio de asegurar en el Congreso una mayoría que avale parte de sus reformas?
Y llegamos al punto crucial de la definición del propio Petro: “Las reformas se hacen el primer año o no se hacen… No creemos que se puedan aprobar proyectos de esta magnitud después del primer año… O lo hacemos en éste, con el viento a favor, o después la historia nos mandará a otros lares”. Así de sencillo, agregamos.
En síntesis, Petro ha decidido jugársela con las reformas políticas el primer año, es decir, las que darán espacio a la consolidación de una paz integral con todos los actores armados. Conclusión: las reformas sociales (salud, educación, laboral y pensional), que conllevaron al estallido social de noviembre del 2019 y subsiguientes, quedan aplazadas, sin viento a favor que “la historia puede lanzar a otros lares”. El mismo Petro confirma que dos de sus grandes enemigos son los padres del neoliberalismo, expresidentes César Gaviria, director enquistado del Partido Liberal, y Álvaro Uribe, dueño absoluto del Centro Democrático.
Lástima grande por la reforma a la salud, la más necesaria, ya que conecta con todo lo demás que en vida le pueda suceder al ser humano: mente sana en cuerpo sano, no solo sigue siendo la sincronización de la mente, el cuerpo y el espíritu sino, también, condición sine qua non del óptimo funcionamiento orgánico de los individuos, sin lo cual, todo lo demás queda a medias. El viento en contra, o al menos, no a favor, que soplará sobre el gobierno Petro a partir del segundo año, será aprovechado por los poderosos sectores, nacional financiero y el transnacional farmacéutico, que usufructúan el negocio de la salud. Veremos progresar los ataques a la ministra Carolina Corcho en el transcurso de los próximos meses, inclusive desde adentro del mismo gabinete.
Claro que los partidos que se declaran de gobierno en esta primavera gubernamental: liberal, conservador y de la U, principalmente, suscriben con Petro un pacto de caballeros; pero el término ‘caballero’ en política, donde reina el pragmatismo y la corrupción, es un decir.
Lástima grande, repetimos, porque el desempleo, la pobreza, la desigualdad social, la desnutrición y el hambre no son problemas derivados primariamente de un orden económico adverso al desarrollo social sino, básicamente, del problema sanitario que hay que atender desde el inicio mismo de la vida en madres gestantes, bebés, niños y niñas y adolescentes.
No solo es Colombia, es el mundo entero que lucha contra este modelo neoliberal de la salud. Por lo mismo, nos pareció lo más normal, casi un hecho intrascendente, que finalmente la Organización Mundial del Comercio (OMC), a mediados del pasado mes de junio, haya liberado parcialmente la patente de producción de la vacuna anticovid, imponiendo su criterio comercial por encima del derecho fundamental a la salud.
La producción de la vacuna es libre ahora. Toda una ironía: a mediados de junio ya se habían producido cerca de 14.000 millones de dosis en todo el mundo; tantas, que los potentes sectores farmacéuticos que retrasaron la liberalización de las patentes están desechando millones de dosis por caducidad, no obstante que, a hoy, 14 países y territorios latinoamericanos (la mitad de la región) no tienen ni siquiera el 40% de su población con las dos dosis básicas. Todo un “apartheid vacunal” como señala Tendayi Achiume, relatora especial de la ONU sobre discriminaciones.
La persistencia de conflictos bélicos, especialmente la guerra de Ucrania, y la inflación mundial con amenazas de recesión económica, nos hacen olvidar del problema sanitario mundial dominado por un modelo privado ineficaz, algo que dejó al desnudo la pandemia con sus secuelas económicas y sociales jamás vistas en la era moderna; secuelas que perduran y nos lanzan atrás de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), también denominados Objetivos Globales, puestos en marcha en 2015 que nos estaban impulsando, al menos mentalmente, a la conquista de un mundo en paz y prosperidad para todos a partir del 2030. Seguro que si los ODS hubieran sido acordados en medio de esta pandemia, la salud hubiera encabezado todos los objetivos porque, más que ninguna otra área, encadena el propósito global de alcanzar un desarrollo equilibrado con la sostenibilidad social, económica y ambiental del planeta.
El modelo de salud, puesto en manos de la empresa privada, refleja la interconexión con las desigualdades económicas y sociales; la rápida urbanización, las amenazas para el clima y el medio ambiente; la lucha continua contra el VIH y otras enfermedades infecciosas y nuevos problemas como enfermedades no transmisibles. En este campo de la salud hoy, el mundo no está bien encaminado.
Los reflectores del mundo mediático alumbran hoy sobre la evolución de la economía y las tasas de interés de la banca central; la paridad del dólar, la inflación, los mercados bursátiles, el precio del petróleo; se detienen con sobrado morbo sobre el 1% de los ricos y famosos que ostentan sus fortunas físicas y económicas en paraísos turísticos y fiscales. Es un mundo fatuo: importa más el nonagenario de Isabel II; los ingresos de Messi y la separación de Shakira, que los 825 millones de seres humanos que se mueren de hambre; los 3.000 millones y más que padecen desnutrición crónica; los bajos salarios que no alcanzan a garantizarle a los trabajadores una vida digna, o que millones de desempleados y desplazados deambulen por el mundo en busca de utopías convertidas, rato ha, en distopías. Es un mundo de millones de víctimas a manos de pocos victimarios, todos conectados a mentes, cuerpos y espíritus enfermos e insanos.
Fin de folio.- La realidad nos está descubriendo la infinita estupidez humana, como lo sospechó Einstein.
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