RESUMEN AGENCIAS /
Como anticiparon todas las encuestas, en las elecciones realizadas el pasado domingo 4 de febrero en El Salvador, el derechista Nayib Bukele obtuvo su reelección presidencial por una aplastante mayoría de más de 85 por ciento de los sufragios y, de acuerdo con las primeras previsiones, su partido Nuevas Ideas tendrá casi la totalidad de los 60 diputados en el Congreso unicameral.
Bukele, quien se ha caracterizado por ser el paladín mundial de la mano dura obtuvo su reelección gracias a que se dio la intromisión de la Justicia, habida cuenta que si bien la Constitución salvadoreña prohíbe la relección inmediata, el mandatario fue habilitado por el Tribunal Electoral.
Son múltiples las razones de este resultado avasallador que consolida el dominio casi total del mandatario sobre el conjunto de la institucionalidad salvadoreña.
La más visible es, sin duda, la espectacular caída de los índices delictivos, que pasaron de ostentar la tasa de homicidios más elevada del mundo a una cifra ínfima, un fenómeno que le ha valido a Bukele un respaldo masivo y una popularidad incontestable.
Debe considerarse también la crisis casi terminal de los principales partidos opositores, Arena (derecha) y Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN, izquierda), reducidos casi a la insignificancia en los votos captados. Y a ello hay que sumar el conocido talento publicitario del Presidente, el cual ha sabido vender una imagen ‘cool’ que ha cautivado a muchos ciudadanos.
Pero, tras la arrasadora victoria electoral y el curso de consolidación del bukelismo, hay realidades mucho menos presentables que la del joven mandatario adicto a las redes sociales, implacable con el crimen organizado, respondón ante Washington y siempre hábil ante los cuestionamientos en las ruedas de prensa.
Violación de derechos humanos
Si bien la estrategia de seguridad pública impuesta por Bukele, basada en el estado de excepción ha reducido la violencia delictiva, la misma se ha traducido también en una masiva violación de derechos humanos, en el irrespeto a las garantías procesales, en el terror policial, en una cauda de atropellos contra personas inocentes y en una nación que tiene a dos de cada cien habitantes en la cárcel, muchos de ellos sin juicio, en régimen de incomunicación y, en no pocos casos, sometidos a torturas y tratos degradantes y crueles.
Esta estrategia ha pervertido el principio de la presunción de inocencia –al punto de que las fuerzas del orden actúan con base en la presunción de culpabilidad–, es intrínsecamente clasista –toda vez que afecta a los más pobres– y ha significado la suspensión de las garantías constitucionales para el conjunto de la población salvadoreña.
Por añadidura, la total arbitrariedad y discrecionalidad con la que operan policías y militares contra cualquier persona a la que consideren sospechosa de algo abre la perspectiva de un empleo de semejantes prácticas en perjuicio de opositores políticos y activistas sociales; es decir, sienta las bases de una dictadura.
De hecho, numerosos activistas de derechos humanos han señalado ya el clima de zozobra y temor en la que deben realizar sus tareas, pues nada impide al régimen aplicar contra disidentes las medidas “antiterroristas” que son rutinarias en la lucha contra las pandillas.
Por otra parte, si en materia de seguridad los resultados gubernamentales parecen espectaculares a corto plazo, en el terreno económico la primera administración de Bukele ha dejado un saldo pésimo, con un endeudamiento alarmante, la depauperación de la población y un incremento en las cifras de los migrantes, expulsados del país por el hambre y el desempleo.
Así pues, los dos “milagros” bukelianos, el de la reducción de la inseguridad y el de la refrendada popularidad del mandatario, pueden ser construcciones frágiles y poco duraderas o, peor aún, la prefiguración de una tiranía personalista.
Dado su talante autoritario, Bukele busca fortalecer relaciones con mandatarios afines en la región, como por ejemplo, con su par de Argentina.
Según informa el diario La Nación de Buenos Aires, Bukele ha estrechado vínculos con el reaccionario presidente argentino Javier Milei y se ha anunciado que se solidificarán las relaciones de cooperación entre ambos gobiernos.