POR OCIEL ALÍ LÓPEZ /
El mapa de América Latina se ha pintado de rojo. Salvo pequeñas excepciones, a raíz del triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, los gobiernos están, o en breve estarán, ocupados por líderes izquierdistas.
Esto dice mucho de la capacidad de recuperación que han tenido las izquierdas luego de la derrota, casi continental, del primer ciclo progresista que fue perdiendo terreno de manera estrepitosa en la década pasada.
Sin embargo, las cosas no están igual que durante aquella época dorada. Ahora, las derechas, derrotadas en las presidenciales, han mostrado no solo un avance electoral, sino un conjunto de variantes que permiten entender una gran fortaleza que podría manifestarse en los próximos años, siempre proyectando que estos tiempos seguramente serán especialmente duros en la arena económica y, por ende, proclives a la desestabilización política.
Brasil es paradigmático. Su derecha, igual que en el resto del continente, ha avanzado en el territorio popular que hegemonizaba la izquierda, y este es el principal dato.
El resultado en las presidenciales brasileñas da cuenta que una derecha radical ha logrado territorializar parte del campo popular en disputa y salir así del encierro de clase que le reparaba su discurso elitista y liberal.
Las derechas se concentraban en las clases medias y altas. En los sectores más occidentalizados, por lo general blancos, profesionales y ascendidos socialmente. Por ello se presumían políticamente “correctas”, demócratas por antonomasia y moralmente “superiores”. Le hablaban especialmente a “la gente de bien” y no les importaba vejar a los pobres, campesinos, obreros y excluidos. Pero ya no es así.
El resultado cerrado en las presidenciales brasileñas da cuenta que la derecha, y no cualquier derecha sino una radical, ha logrado territorializar parte del campo popular que ahora está en disputa y salir así del encierro de clase que le reparaba su discurso elitista y liberal.
¿Cómo lo han logrado? Hablándole a los sectores populares. Construyendo un sólido lenguaje populista que antes solo manejaba la izquierda, poniendo en suspenso su respeto por la democracia liberal y arremetiendo contra el statu quo, donde incluye a la “izquierda corrupta”.
Por populista no entendemos un adjetivo o insulto político sino, desde su concepción sociológica, como el método, la lógica política que implica interpelar a los sectores populares: hablarle al pueblo desde sus problemas y preocupaciones, y esto es algo que la izquierda va perdiendo poco a poco y que la derecha va aprendiendo a utilizar.
Una izquierda en el gobierno, pero ¿con cuánto poder?
El giro hacia la izquierda en América Latina es incontestable, pero esta vez el ciclo no parece tan sólido.
- En México, las próximas presidenciales serán en 2024 y no hay claridad sobre la estrategia de la izquierda, a pesar de la división de las fuerzas derechistas.
- En Argentina, la oposición lidera las encuestas en medio de una crisis económica profunda.
- En Chile, la derrota del Plebiscito por la nueva Constitución con un rechazo del 61 % genera un clima de desasosiego y de indeterminación para el presidente Gabriel Boric.
- En Brasil, el presidente saliente, Jair Bolsonaro, logró dividir al electorado popular, tanto así que ya comienza a hablarse de ‘Bolsonarismo’ por el enorme poder que logró en el Congreso y las regiones. Además, el ganador, Lula da Silva, quedó muy lejos de sus resultados anteriores (en 2006 consiguió 60 % y en 2022 el 50 %) y atado a las alianzas con la derecha moderada que le van a ralentizar su capacidad de maniobra.
- En Ecuador, las fuerzas progresistas siguen divididas y con ello les resultará muy difícil lograr la victoria en las presidenciales de 2025.
- En Venezuela, una oposición atomizada ha logrado acordar unas primarias para unificarse mientras las fuerzas chavistas han visto mermar de manera importante su electorado.
- En Perú, al presidente Pedro Castillo aún no le han dejado gobernar y, si bien ha sobrevivido a los intentos de ‘impeachment’, se encuentra debilitado ante una derecha radical que ha logrado avanzar de manera importante en las elecciones regionales del mes pasado.
Quizá, quien más fortaleza podría tener es el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, que proviene de la izquierda pero muchos no lo ubican en esas coordenadas ideológicas.
De esta manera, el cuadro latinoamericano lo vemos entrando en una difícil coyuntura en la que convergen diferentes factores, tales como: debilidad de la izquierda, que muchas veces tiene que refugiarse en el centro y el liberalismo, lo que le lleva a perder su iniciativa transformadora; fortaleza de la derecha, usando ahora un lenguaje popular, interpelativo y avanzando en el electorado pobre, esto es, robando “la cartera” al mundo progresista; además, una crisis económica global que se profundiza y que puede desestabilizar a cualquiera de los nuevos gobiernos, que cuentan con una férrea oposición.
En fin, un cóctel que luce muy peligroso debido al surgimiento de acciones y discursos protofascistas, de extrema derecha, que pueden fortalecerse en medio de un desequilibrio severo y una consecuente incapacidad del ejercicio de gobierno.
Y no solo eso. Sectores de derecha radical están tomando las calles, mientras las izquierdas y los movimientos sociales progresistas se retiran de ella.
De los movimientos sociales de izquierda a los de derecha
Las derechas están tomando las calles, que eran espacio privilegiado de los movimientos sociales progresistas.
Lo hemos visto en Brasil, luego de conocerse el resultado electoral, con las movilizaciones que desconocen el resultado y piden la intervención de las Fuerzas Armadas, pero también en Colombia a escasas semanas de la asunción del presidente Gustavo Petro.
A las derechas ya no les basta con tener el control de los medios y las instituciones, también han decidido movilizarse no solo para hacer oposición, sino también para quitarle el terreno de la calle a los movimientos sociales de izquierda.
En Bolivia, la agitación de la derecha santa cruceñista se ha vuelto crónica y reaparece en cada coyuntura, amparada en la impunidad igualmente crónica. En Ecuador, las movilizaciones indígenas no son suficientes para cambiar la correlación de fuerzas políticas. En Argentina, el “negacionismo” se ha movilizado y en Perú el conservadurismo también ha ido a las calles a pedir el derrocamiento de Castillo.
Entonces, ya a las derechas de la región no les basta con tener el control de los medios de comunicación y las instituciones, también han decidido movilizarse con mayor ahínco no solo para hacer oposición, sino también para quitarle el terreno de la calle a los movimientos sociales de izquierda, que han sufrido un reflujo en la medida que han asumido la gestión estatal.
Populismo o trumpismo latinoamericano
El populismo de derecha no es un fenómeno propiamente latinoamericano.
Ya el filósofo Didier Eribon, en su libro Regreso a Reims, nos cuenta cómo en Francia un cinturón industrial decididamente comunista ha terminado envilecido por los discursos de la extrema derecha francesa.
Pero el mejor ejemplo mundial está representado por el trumpismo. Ha sido el expresidente Donald Trump quien ha catapultado el discurso populista de derecha que lo llevó a aumentar en casi diez millones de votos su votación del 2016 al 2020, aunque también a aumentar exponencialmente a los electores en su contra. Ahora planea su regreso.
Hablamos de un discurso polarizador que logra su acometido en la medida que la izquierda gobierna y se debilita por la lentitud de los cambios que pregona y su enlodamiento en los mecanismos de la institucionalidad liberal.
Ya no se trata de una derecha radical que es utilizada por la derecha moderada y liberal para enfrentar a la izquierda, sino de la imposición de la radical que va hegemonizando el espectro derechista.
Bolsonaro nuevamente se ha convertido en un ícono de este movimiento para América Latina. Es una especie de ‘Trump brasileño’ que mezcla nacionalismo, anticomunismo, evangelismo y le habla a las mayorías populares en contra del establecimiento brasileño y el liberalismo político, tanto como lo hizo Trump y con resultados equiparables: pierde en las presidenciales pero gana terreno electoral y se mantiene como opción nada descartable, cada vez con mayor poder.
No es tanto toda la derecha la que está en auge como propiamente la derecha populista, mucho más peligrosa por su desapego a las reglas democráticas y su pretensión de lograr una regresión histórica que recupera los métodos represivos y la persecución hacia los sectores progresistas.
Si la izquierda no analiza y comprende las nuevas variantes, estará incapacitada de controlar este auge y estaremos en presencia de un ciclo progresista mucho más corto que el anterior. Aún quedan varios años para ver cómo evoluciona esta disputa.
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