¡Reorganizar el movimiento obrero para transformarlo todo!

EDITORIAL MILITANCIA Y SOCIEDAD /

Mientras Europa es testigo del resurgimiento de las grandes huelgas obreras en contra de los gobiernos capitalistas-neoliberales, en América Latina atravesamos por una situación política desemejante: el ciclo de reformas progresistas ha tenido, en el mediano plazo, un efecto desmovilizador de las fuerzas populares. En buena medida, esta circunstancia puede explicarse gracias al estancamiento legislativo e institucional que han promovido los bloques dominantes con representación en el Estado. Parte de las preocupaciones políticas que hoy asaltan al movimiento obrero latinoamericano están relacionadas con esta última condición, es decir, con la cuestión de cómo reconstruir un programa y un movimiento revolucionario autónomo (anticapitalista) en el marco de gobiernos nacional-populares.

Diversas interpretaciones han circulado en torno a esta problemática: desde las posiciones autonomistas que se distancian completamente del programa de reformas, hasta posturas que proponen la entrega absoluta del movimiento y sus tareas a los gobiernos progresistas y a la izquierda institucional-parlamentaria. A nuestro juicio, ambas lecturas hacen abstracción del problema político central: la ausencia de una verdadera organización obrera. Por otra parte, ignoran el hecho de que los objetivos del movimiento son siempre contextuales y que la estrategia revolucionaria depende, en gran medida, de las condiciones realmente existentes de organización y movilización popular.

El principio de realidad se convierte, así, en la brújula de la acción revolucionaria y en el motor del pensamiento táctico y estratégico. Sin principio de realidad no puede existir análisis dialéctico ni reorganización de la clase trabajadora en un sentido socialista. Es decir, solo la organización de la fuerza popular podrá crear las condiciones para definir nuevas tareas y nuevos objetivos autónomos.

Las valoraciones sobre la pertinencia o no de una reforma o el apoyo específico a un gobierno en una situación política determinada están condicionadas por el grado de organización del mismo movimiento de trabajadores. Con un nivel alto de organización y lucha, el objetivo de conseguir reformas es contrario a los intereses del movimiento, en cambio, en una situación política contraria (como la que actualmente vivimos) pueden ser favorables. En algunos casos, la organización es lo suficientemente sólida y consistente como para rebasar las expectativas de cualquier gobierno reformista, en otros casos, el carácter organizativo es mucho más modesto y requiere de un proceso de fortalecimiento interno.

Debemos reconocer que el triunfo electoral del progresismo ha tenido un efecto adverso en las condiciones de auto-organización y movilización popular. El ascenso de una nueva clase dirigente (con múltiples obstáculos institucionales) desvaneció la perspectiva de poder de los movimientos populares. De hecho, el impulso transformador de la ola de protestas en Colombia del 2019-2021 no se tradujo en la construcción de una plataforma organizativa ni de una dirección revolucionaria que estuviera a la altura de la profundización de las contradicciones de clase y que, además, propusiera un programa de acción obrera independiente.

Ahora bien, que las condiciones sean desfavorables no quiere decir que el movimiento de trabajadores no tenga una agenda propia ni que haya que renunciar a la iniciativa política en beneficio de la izquierda institucional. Todo lo contrario: el movimiento obrero tiene la tarea fundamental de construir una estructura organizativa revolucionaria que represente sus intereses inmediatos y sus apuestas estratégicas generales. Ningún programa reformista cumplirá integralmente las expectativas de cambio ni resolverá las tareas pendientes de la clase trabajadora.

En cuanto a esto, es importante hacer un par de aclaraciones: el ciclo de reformas progresistas iniciado por Gustavo Petro y Francia Márquez, a pesar de que tiende cada vez más a la moderación y a la baja intensidad, representa una apertura democrática relativa para el movimiento popular. No es casual que las élites señoriales y las clases dominantes se opongan radicalmente a la aprobación de las reformas a la salud y a los actuales regímenes  laboral y pensional. Los reaccionarios saben perfectamente que votar positivo a estas iniciativas no solo afecta sus negocios privados, sino que además crea las condiciones para que el pueblo trabajador salga a las calles a exigir mayores conquistas.

Desde luego, no son medidas que constituyan el objetivo último de la clase trabajadora, sin embargo, pueden representar avances parciales para el movimiento. Por tanto, es necesario defender esas conquistas a partir de una política de independencia con el progresismo. Sin renunciar a la tarea de auto-organización, las reformas pueden funcionar como un heraldo de transformaciones cada vez más profundas y como el punto de partida de un proceso revolucionario instituyente. Esto no depende del rumbo o carácter que asuma el gobierno, sino del proceso organizativo interno de los trabajadores.

Si el movimiento obrero deja fracasar por omisión las reformas que plantea el progresismo estaríamos ante un verdadero retroceso político. No se trata de supeditar la lucha y las apuestas estratégicas generales al reformismo, sino, más bien, identificar las luchas inmediatas y sus avances parciales. Las reformas pueden ser un instrumento (coyuntural) para el avance del movimiento de masas. En cuanto a esto, no hay que llamarse a engaños: el eventual hundimiento de las propuestas de reforma sería un triunfo del poder corporativo y de la derecha reaccionaria.

El verdadero avance cualitativo de la clase trabajadora está en su organización. Es necesario un movimiento real de trabajadores que debata y resuelva las contradicciones políticas en el seno del campo popular. Solo de un escenario de este tipo podrán surgir apuestas colectivas que superen verdaderamente los límites del Estado capitalista y la estrechez de miras del reformismo progresista.

El pasado Primero de Mayo no puede ni debe reducirse a la simple conmemoración de las conquistas democráticas pasadas (como si no hubiese otra alternativa ni una puerta de posibilidad al mañana), ni tampoco a la defensa del horizonte conciliador del reformismo. Por el contrario, esa jornada realizada con éxito en Colombia tiene que constituirse en uno de los pasos para insistir en el carácter realista de nuestros sueños, recordar que otro mundo es posible y que nuestras sociedades capitalistas no solo reproducen injusticia, desigualdad y desesperanza, sino que también reproducen (inevitablemente) actores colectivos dispuestos a derribar el régimen de clases y construir una nueva sociedad.  

“En la vida práctica, como en el movimiento de la historia, el fin y el medio cambian sin cesar de sitio. La democracia es, en ciertas épocas, el ‘fin’ de la lucha de clases, para cambiarse después en su ‘medio’”. / Su Moral y la Nuestra – León Trosky.

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