Se niegan a la convivencia: el sentido del golpe demente

POR LEONARDO BOFF

Son muchos los interrogantes que plantea el fallido golpe de Estado del 8 de enero en Brasilia. Atónitos, nos preguntamos cómo pudimos llegar a ese nivel de barbarie al punto de destruir los símbolos de gobierno de una nación: los tres poderes, el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Esto no sucede por casualidad. Es consecuencia de factores históricos y sociales previos que se materializaron en el vandalismo de los tres palacios.

Filosóficamente, podemos decir que la dimensión demens (locura, exceso, ausencia de la justa medida) sofocó la otra dimensión de sapiens (de racionalidad, de equilibrio) que la acompaña siempre, porque esa es la condición humana. Resulta que el demens prevaleció sobre el sapiens e inundó la conciencia de numerosos grupos humanos.

Este hecho muestra el lado perverso de la cordialidad descrita por Sérgio Buarque de Holanda cuando en Raízes do Brasil (1936) habla del brasileño como un hombre cordial. La mayoría de los analistas olvidan la nota al pie que hace el autor al explicar que la cordialidad viene del corazón. En este corazón hay bondad, buena voluntad, hospitalidad. Pero también hay odio, maldad y violencia. Ambos tienen su sede en el corazón de los brasileños.

El pueblo brasileño mostró cordialidad en estas dos dimensiones, la luminosa y la oscura. En Brasilia descendió el espíritu de pura demencia, sin ningún atisbo de racionalidad, destruyendo los cuerpos que representaban la democracia y la república.

¿Por qué estalló la demencia? Es el resultado de una historia demente que comenzó con el genocidio de los pueblos originarios, la colonia se implantó como una fábrica, una empresa para hacer dinero y no para fundar una nación. Se agravó sobremanera con los 300 años de esclavitud, cuando aquí se hacían cosas de gente desarraigada de África, animales de trabajo, esclavos sometidos a todo tipo de explotación y violencia al punto que su edad media, según Darcy Ribeiro, no superan los 22 años, tal fue la brutalidad que sufrieron. La abolición los arrojó al infierno, en la calle y en los barrios bajos sin compensación alguna. Esa deuda clama al cielo hasta el día de hoy.

Con claras intenciones de golpe de Estado, extremistas partidarios del fascista expresidente Jair Bolsonaro invadieron las sedes de los tres poderes del Estado en Brasilia, este 8 de enero de 2022.

Una vez finalizada la colonización, el pueblo brasileño, en palabras del gran historiador mulato Capistrano de Abreu, fue “capeado y recapturado, desangrado y resangrado”. Esta lógica no ha sido abolida porque está presente en los 30 millones de hambrientos, en los 110 millones con alimentos insuficientes y con más de la mitad de nuestra población (54 % afrodescendientes) pobre viviendo en la periferia de las ciudades, en barrios marginales y en condiciones infrahumanas.

Los dueños del poder, “la élite del atraso”, como acertadamente la llama Jessé Souza, controlaron siempre el poder político incluso en las diversas fases de la república y en los escasos períodos de democracia representativa. Las clases pudientes hicieron una política de conciliación entre ellas, nunca de reformas e inclusión. Lógicamente se crearon varias constituciones, pero ¿cuándo regularon y limitaron la codicia de los poderosos?

Nuestro capitalismo es uno de los más salvajes del mundo, al punto que Noam Chomsky dijo: “Brasil es una especie de caso especial; rara vez he visto un país donde los elementos de la élite tengan tanto desprecio y odio por los pobres y los trabajadores”. Nunca se permitió ser civilizado. Apenas hubo lucha de clases porque ellos con violencia (respaldados por el brazo militar) la aplastaron sin piedad.

Tuvimos y tenemos democracia, pero siempre ha sido frágil y ha estado y está continuamente amenazada, como se vio en los distintos golpes de Estado contra Getulio Vargas, João Goulart (Jango), Dilma Rousseff y el 8 de enero de este año. Pero ella siempre regresaba.

Todo esto hay que tenerlo en cuenta para tener un cuadro que nos haga comprender el reciente demente y frustrado golpe de estado. Vale la pena señalar el comentario de Veríssimo en un twitter: “el antiPTismo no es nuevo, el antipueblo está en el ADN de la clase dominante”. Nunca ha permitido que nadie que viene del piso de abajo suba a otro, ocupando el centro del poder, como pasó con Lula/Dilma y nuevamente con Lula en 2023. Hizo todo tipo de maniobras de oposición y golpistas, apoyada en el brazo ideológico de la prensa corporativa más importante.

Hay otro punto a considerar: la cultura del capital. Exacerbó el individualismo, la búsqueda del bienestar individual o colectivo, nunca de todo un pueblo. Tal ethos permeó la sociedad, los procesos de socialización, las escuelas, la mente y el corazón de las personas menos críticas. Todos somos, en cierto modo, rehenes de la cultura del capital porque nos obliga a consumir bienes superfluos, que se ha implantado en todo el mundo generando una desgracia planetaria, marginando a gran parte de la humanidad y sembrando la vida en el planeta Tierra en riesgo. Creó consumidores, no ciudadanos.

La dictadura de este individualismo llevó a muchos, miles a no querer vivir juntos. Prefieren sus Alfa Villes y sus barrios restringidos a ricos y especuladores. Ahora bien, una sociedad no existe ni se sostiene sin un pacto social. Se expresa a través de un cierto orden social, materializado en una Constitución y en leyes que todos se comprometen a aceptar. Pero tanto la Constitución como las leyes son violadas continuamente, pues el individualismo ha socavado el sentido del respeto a las leyes, a las personas y al orden pactado.

Los que están detrás del intento de Brasilia son ese tipo de personas que se consideran por encima del orden existente. Hay gente de todas las clases, pero principalmente, representantes del gran capital. No olvidemos el último informe de Forbes que dio datos sobre los ricos en Brasil: 315 multimillonarios, la mayoría de los cuales viven de la renta y no de la producción de bienes de consumo.

El principal factor que generó las condiciones para este golpe frustrado fue el ambiente creado por Jair Bolsonaro, que elevó la dimensión demente en millones, llevados por el odio, la truculencia, la discriminación de todo tipo y el desprecio cobarde por los pobres y marginados. Ellos tienen la responsabilidad principal de envenenar a nuestra sociedad con rasgos de inhumanidad, regresión a modelos sociales antiguos y no contemporáneos. Ni siquiera la religión escapó a esta pestilencia, especialmente en grupos de iglesias neopentecostales y también en grupos de católicos conservadores y reaccionarios.

Gracias a la rápida determinación de los Ministros del STF y del TSE, a saber, del ministro Moraes y, en el caso del golpe, a la acción rápida e inteligente del ministro de Justicia Flávio Dino que convenció al presidente Lula, dada la gravedad del asunto, ordenar una intervención federal en materia de seguridad en el Distrito Federal, por lo que en el último momento se abortó un golpe de Estado. La estupidez de los invasores de las tres Casas de Gobierno y los destrozos que allí perpetraron, detuvieron a la junta militar que, según el plan revelado del golpe, asumiría el poder en forma de dictadura con la detención de todos los ministros, la clausura del Congreso y actos de represión ya conocidos en nuestra historia.

La democracia puede tener sus defectos y límites, pero sigue siendo la mejor manera de permitirnos vivir juntos, como ciudadanos participativos y con derechos garantizados. Sin ella, caemos fatalmente en la barbarie y la deshumanización en las relaciones personales y sociales. Esta democracia tiene que construirse día a día, ser cotidiana, abierta al enriquecimiento ya transformarse en una verdadera cultura permanente.

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