Sobre los peores monstruos

POR DÉBORA ARRAUTH

De Álvaro Uribe Vélez se ha dicho de todo. Con el tiempo, los epítetos de “paraco” y “narco” evolucionaron hasta llegar a “asesino” y “genocida” y yo misma no lo bajo de “monstruo”. En su competencia personal con Pablo Escobar para determinar quién es el individuo más malo de la historia de Colombia, Uribe ya va sacando una buena ventaja, una vez el periodo temporal del reinado de Pablo fue inferior al de Uribe. Pablo nos atormentó entre 1982-1993, 11 años; los tormentos de Uribe ya van para 26 años, desde 1994, cuando resultó elegido Gobernador de Antioquia.

Uribe, a su vez, sobrepasa a Pablo en número de muertos, sevicia, vendettas y “sang froid”. Pablo Escobar fue un bandido cruel y sanguinario, pero Uribe es un genocida, un epíteto de mayor envergadura. El nivel de criminalidad de uno y otro son distintos. A Pablo lo acompañan en su “Olimpo” de crimen Al Capone, Toto Riina, Carlo Gambino y otros criminales de fama orbital. Uribe, en cambio, estará algún día en los círculos inferiores del infierno de Dante junto a Hitler.

Álvaro Uribe Vélez

En realidad, Uribe es el genocida más grande de la historia del continente americano. No hay un conquistador español, o colono americano, que haya matado más gente en la historia de este hemisferio que Uribe. Uribe tiene en su haber un genocidio de al menos 200 mil muertos y contando. El único país del mundo que ha reproducido un fenómeno parecido al nazismo, desde 1945, ha sido Colombia con el uribismo. Con decir que Uribe es malo no alcanza. El tipo, simplemente, es la encarnación de la muerte. Todo lo que tiene que ver con Uribe muere o se marchita. No es una exageración decir que toda Colombia es una gran “fosa común” de Álvaro Uribe Vélez. En el futuro, su paso por la historia política de Colombia será recordado de la misma manera que hoy es recordado Hitler en Alemania: con vergüenza. Ya llegara el día en que muchos de los que hoy lo adoran, lo nieguen. Y para el récord, quedará que este monstruo fue apoyado y financiado subrepticiamente por todos los gobiernos norteamericanos desde el 2002, porque en el “Manual de Latinoamérica” de los gringos un monstruo genocida es preferible a un comunista, ¡hablase visto!

Todos los que tenemos dos neuronas sabemos todo esto. La pregunta es, ¿cómo este monstruo ha logrado atormentarnos por tanto tiempo y continuar en la política por tanto tiempo?

Hay un poco de todo, incluyendo el ya mencionado apoyo de los norteamericanos, pero sus capacidades histriónicas no son un detalle menor. Uribe es el MEJOR ACTOR DE LA HISTORIA DE COLOMBIA, no se equivoquen. Ni Carlos Muñoz, ni Frank Ramírez, ni Robinson Díaz le ven una a este demagogo parido de diablo y chacal. Entre más yo estudio sus movimientos y comentarios, más me asombra su acto.

Durante la última entrevista con Vicky Dávila, Uribe sabía que necesitaba vender una imagen de hombre honesto, de político decente que no se roba ni un dulce. Entonces, preparó de manera acorde el “decorado” de la escena que quería vender con un mecedor y un agradable patio interior que le diera ese toque de “abuelo pueblerino” que quería vender. Se puso una camisa manga corta, dio declaraciones de inocencia y habló como patriarca paisa conmovido por la traición de sus subalternos. Él no sabía nada del Ñeñe, él es el padre García Herreros, a él lo engañaron esos dos vallenato mafiosos (Ñeñe y Caya). Cualquiera que hubiera visto a Uribe durante esa entrevista, en esa mecedora, no hubiera pensado que estaba viendo a un genocida. No vimos a un paraco de estirpe narca, vimos a un “abuelo bonachón”, que era lo que él quería vender.

Su tono de voz de cura, su dicción pausada y lenta, y su lenguaje corporal inofensivo son todos movimientos calculados para vender una imagen de “patriarca sabio”, de “gran hombre de extracto campesino”. Él quiere que sintamos que no estamos oyendo a un genocida adicto a la sangre, que es lo que él es, sino que oímos al abuelo finquero que se sabe todos los secretos de la vida después de batallar 60 años en el campo. Su papel es como el rol de esos viejos sabios de las películas de Kurosawa, la de un viejo curtido por la vida que lo ha visto todo y tiene respuestas para todo, mientras maneja con diligencia y humildad una plantación de arroz en algún lugar remoto de la geografía nipona. Álvaro Uribe recrea un rol de “maestro de karate chino” que vence a sus enemigos con sabiduría y poco esfuerzo. Para decirlo más gráficamente, es nuestro “Maestro Borrachón”, una comparación que los seguidores de películas de karate seguro entenderán.

Y si durante esa entrevista nuestro “Maestro Borrachón” nos engrupió con su acto de “abuelo en mecedora”, antes de ayer su acto tuvo otro nombre. No era el de “Maestro Borrachón”, hombre sabio y experimentado, sino una representación de hombre probo y honesto que se da cuenta que ha sido traicionado por otros. “Caya Daza abusó de mi confianza y de la del Presidente”, dijo con cara de pecador en confesionario, y no faltará el idiota que le crea.

De hecho, esta es una de sus facetas actorales más usadas, esa de hombre probó traicionado por otros menos honestos que él. El criminal más sagaz sobre la faz de la tierra en estos momentos, es, a su vez, un hombre vulnerable al que traicionan a sus espaldas. Uribe sabe quién y cuándo sus enemigos políticos hacen esto o lo otro, y lo sabe antes que nadie, pero no sabía que el Ñeñe Hernández era un narcotraficante que le compraba votos a su “muchacho”, a pesar de que el Ñeñe dice explícitamente en una grabación que fue Uribe el que lo mandó a comprar votos en La Guajira. ¡Por Dios, que acto!, con un Oscar no alcanza para recompensarlo.

Y ese obituario que le dedicó al Ñeñe cuando lo mataron no significa nada. Fue un “favor” que le hizo a los ganaderos del Cesar que se lo pidieron sin que él supiera a quién le escriba el obituario. Este tipo no es un compadre de narcos, él lo que es un “doliente pago”, alguien al que le pagan por llorar muertos ajenos, nada más.

Y esas fotos con el Ñeñe, tampoco significan nada pues él se toma fotos con todo el mundo.

La evidencia disponible sepulta su acto histriónico superlativo, pero el sigue diciendo que no sabía nada como aquel marido adúltero que es cogido infraganti por su mujer mientras retoza con su amante. El marido adúltero aún se atreve a negar el affaire porque sabe que su mujer es una pendeja que aún lo ama. “¡Mi vida, no es lo que tú crees, déjame y te explicó!”, dice el bufón perverso para agregar burla al dolor de la esposa engañada.

Uribe sabe que Colombia es una mujer abnegada que aguanta todo, por eso le pone cachos una y otra vez, él sabe que su “mujer” siempre lo va a volver a recibir, haga lo que haga. Solo basta un poco de teatro para que su mujer lo perdone, él lo sabe, y por eso actúa, por eso se ha convertido en un maestro de la actuación, para poder matar, robar y violar, y después poner cara de abuelo adolorido, de hombre probo traicionado.

Colombia no es un país de realidades, es un una especie de anfiteatro griego en donde llevamos 25 años viendo a un déspota asesino desarrollar su propia tragedia. Y los colombianos vemos esta tragedia, día tras día, desde la tribuna del Anfiteatro, sin hacer nada, pues nos gusta más la historia que toma lugar en el escenario, que sus consecuencias.

Somos espectadores hipnotizados por un actor magistral que nos vende dictadura, sangre y venganza, y en vez de detener tan macabro mensaje, vamos y le pedimos al actor que nos dé un segundo acto. Estamos hipnotizados por este Olivier criollo, queremos más de su Hamlet. Queremos atraparlo en su acto adúltero una vez más para verlo actuar su nueva excusa. “¿Con qué saldrá ahora Uribe?”, es la pregunta que todos se hacen, y con cada nueva viveza de este actor macabro, gozamos como idiotas sin tener en cuenta el reguero de víctimas que deja su sanguinario acto. No hay espectador enardecido que brinque de su silla y apuñale al actor como un Brutus, no hay espectador que reniegue del acto y aunque sea lance unos tomates podridos al escenario, no hay nada.

Pero Colombia no es la Grecia Antigua y el acto que vemos no es una tragedia. Es un “shit show”, una parodia de Boudeville barato en donde se puede ver el entramado rústico detrás de las roídas cortinas en el escenario. Y Uribe no es un Olivier sino un bufón enano, un payaso que tiene el oído del Rey y por eso se siente con derecho a cagar a todo el mundo en la Corte, sin pagar por las consecuencias.

Es una pena que no estemos en la Antigua Roma Republicana. En aquella época, a veces mataban al actor de verdad-verdad para darle más realismo a la obra.

Somos unos espectadores patéticos y terribles. Nadie quiere matar al enano pues nadie quiere que se acabe este “shit show” y se termine este espectáculo de mierda.