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Un tremendo impacto político y social ha tenido la protesta de los trabajadores contra el intento del gobierno francés que preside el neoliberal Emmanuel Macron de elevar la edad legal de jubilación de 62 a 64 años. Más de dos millones de personas dejaron de trabajar el pasado 19 de enero, saliendo a las calles de las diversas ciudades francesas a protestar. De esta manera, atendieron el llamado de concretar una coalición de todos los principales sindicatos de Francia.
Según los sondeos de opinión aparecidos en los últimos días, cuatro de cada cinco personas se oponen a lo que el gobierno de Macron llama una “reforma” de las pensiones. Los trabajadores no solo rechazan el aumento de la edad de jubilación de 62 a 64 años, sino que también exigen se reduzca a 60.
La clase trabajadora de Francia tiene una larga y significativa historia en la lucha entre el trabajo y el capital, incluidas las revoluciones de 1848 que envolvieron a varios países europeos. Fue en el contexto de estas revoluciones que Karl Marx y Friedrich Engels escribieron el Manifiesto Comunista, entonces y ahora, uno de los textos más leídos en el mundo.
Marx y Engels no fueron los primeros escritores en denunciar el capitalismo y abogar por una solución socialista. Una de sus contribuciones clave fue afirmar que la clase capitalista (la burguesía) había creado “sus propios sepultureros”: la clase obrera o el proletariado. El proletariado era “una clase revolucionaria” que impulsaría la historia hacia la abolición de los antagonismos de clase y la creación de una nueva sociedad, donde los medios de producción fueran de propiedad colectiva al servicio del bien común.
Durante 175 años, los economistas burgueses y los “científicos políticos” se han propuesto demostrar que Marx estaba equivocado y negar el papel histórico de la clase trabajadora. Pretenden hacer creer que “el comunismo es bueno en teoría, pero nunca funcionará”, porque los seres humanos son codiciosos por naturaleza. ¿Cuántas veces hemos escuchado eso?
Pero una y otra vez, con cada movimiento que hace para aumentar su riqueza y reducir el nivel de vida de las masas, el capitalismo ha demostrado ser el enemigo de la clase trabajadora.
Y una vez más, como en 1848, como en la Comuna de París de 1871, como en el levantamiento de trabajadores y estudiantes de 1968, los trabajadores de Francia han respondido al impulso de la clase capitalista para intensificar la explotación con una demostración masiva de poder de clase. Unos 2 millones de trabajadores, en un país de 67,5 millones, dejaron de trabajar el 19 de enero, con un llamado a otra huelga de un día este 31 de enero.
A pesar de sus diferencias, ocho federaciones sindicales unieron fuerzas para construir la huelga. La provocación ha sido el plan neoliberal de Macron, un exbanquero, de aumentar la edad de jubilación para beneficio del codicioso sector financiero que especula con la administración de las pensiones.
La burguesía se desvive por minimizar el impacto de la huelga. France 24 informa el pasado 20 de enero: “‘No creo que las huelgas tengan un impacto económico realmente importante en la economía francesa’, dijo [el ministro de Finanzas Bruno] Le Maire a Bloomberg TV en el Foro Económico Mundial en Davos, y agregó que la economía francesa estaba ‘ haciendo bien.’”.
La inflación en Francia es de casi el 7%. Y si a la economía francesa le va tan bien, ¿por qué contemplar siquiera aumentar la edad de jubilación?
Ninguno de estos autoconsuelos puede borrar los hechos históricos. La clase trabajadora de Francia ha vuelto a pisar el escenario de la historia, impulsando la lucha de clases.
Como escribieron Marx y Engels en el último párrafo del Manifiesto: “Que tiemblen las clases dominantes”. Workers.org
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