Terrorismo mediático: cuando la palabra mata

POR STELLA CALLONI

Estamos viviendo tiempos de incertidumbres y grandes cambios, cuando la palabra mata y oculta crímenes brutales bajo envolturas de mensajes muy bien calculados que resultan clave en los diseños de guerras reales y cibernéticas, con comandos especializados, criminales atípicos que no llevan armas sino discursos mediáticos, tan destructivos como un misil. Los generales mediáticos y sus soldados, bien pagados y alimentados por la corrupción, son la avanzada primera de las tropas de ocupación internas y externas.

El periodismo actual debe entender la responsabilidad que le cabe cuando sirve a los diseños políticos guerreristas, a los terrorismos de Estado, abiertos o encubiertos, cuyo mejor y trágico ejemplo han sido las guerras coloniales del siglo XXI, en Medio Oriente, África del Norte y otras donde se produjo un genocidio de casi dos millones de muertos.

En este caso la actividad mediática es tan criminal como el que deja caer las bombas asesinas. Guantánamo es hoy un símbolo del silencio de una prensa que se autocensura como espectadora de un delito de lesa humanidad, transmitido pasivamente por las redes del poder mundial sin que nadie actúe.

Algo que recordar

Es bueno recordar los acontecimientos clave de la historia de fines del siglo XX y principio del XXI, que permitían anticiparse a los planes del imperio para Nuestra América. Entre éstos, la brutal invasión a Panamá el 20 de diciembre de 1989, un antecedente básico de todo lo que se actuaría en la región y el mundo en los años 1990-2000. La invasión estuvo precedida por una campaña desinformativa que logró penetrar en sectores progresistas y de izquierda, lo que paralizó acciones en defensa de un pueblo agredido como lo fue el panameño entonces.

En 1989 esta invasión marcó un hito sobre lo que vendría. La manipulación informativa sobre las razones que adujo Estados Unidos para invadir un pequeño país de poco más de dos millones de habitantes, dividido en dos por un enclave colonial que la potencia hegemónica mantenía desde principios del siglo pasado, fue increíble y burda y aún es imposible entender cómo se paralizó América Latina. Los medios estadunidenses y sus repetidores mantuvieron la atención mundial sobre los sucesos en Rumania y la visión televisiva de Panamá fueron trazadoras de luces mientras se cometía la atroz invasión con aviones barcos, tropas que salían desde las bases del Comando Sur, es decir, desde el propio territorio panameño.

Fue uno de los actos de mayor cobardía, si consideramos que Panamá tenía fuerzas armadas incipientes (en formación) y sin ningún tipo de armas para resistir una invasión incluso mucho menor que la que sucedió.

Hasta hoy, en la mayor parte del mundo se ignora que allí murieron miles de personas, y que hay desaparecidos que inspiraron a las madres a hacer homenajes permanentes arrojando flores al mar y que existen tumbas colectivas, de las que se han abierto sólo algunas para mostrar los horrores de la invasión. En Estados Unidos se ocultó la cantidad de soldados muertos o heridos. Como Guantánamo, el silencio esconde la memoria de un pequeño país que fue arrasado y antes sometido a una de las más descarnadas guerras sucias. Se ocultó, además, que en esa invasión se probaron nuevas armas y tecnologías de guerra. Panamá fue el Guernica de América.

Esta impunidad fue el experimento que necesitaba Estados Unidos para llevar adelante la llamada Operación Tormenta del Desierto al comenzar los años 90, donde se movilizó una coalición internacional para supuestamente obligar a Irak a retirarse de Kuwait, con el empleo de varias de las armas y equipos, como los aviones silenciosos probados en Panamá. Era el preludio de los horrores del siglo XXI.

En ambos casos los medios informativos, con el modelo de la noticia continuada y al momento implantada por CNN, impusieron como verdad única e indiscutible la información que proveía el Pentágono estadunidense. Estados Unidos y sus asociados podían actuar con las manos desatadas y sin ningún control, porque los medios masivos de comunicación en el mundo, salvo raras excepciones —que además tienen un escaso radio de influencia—, transmitían los partes del Pentágono como información.

Todo el dispositivo de propaganda que Estados Unidos armó durante la Guerra Fría en su combate contra la entonces Unión Soviética fue globalizado y después de la caída de la URSS simplemente, sin competencia alguna, avanzó sobre el mundo.

Las miles de víctimas de ese poder siniestro y sigiloso, entre muertos, heridos, torturados, despojados y maltratados, han sido ocultadas por una desinformación tolerada o admitida, en muchos casos ayudada por la confusión de algunos intelectuales que sin poder separar el árbol del bosque trabajaron a favor de las falsas argumentaciones imperiales. Hoy, ninguno de ellos tiene la humildad suficiente para volver atrás y reconocer el error, lo que también deja huérfanos de la verdad a los pueblos y posibilita la escasa solidaridad con las víctimas de estas guerras preventivas, sin límites y sin fronteras.

Otro caso que mostró las debilidades en nuestro propio campo fue la desintegración programada de la ex Yugoslavia, entre 1991 y 1995, y todo lo actuado en las diferentes etapas de esta desintegración con el más acabado diseño contrainsurgente de Estados Unidos, sus socios europeos y la OTAN. Esto también desintegraría a las Naciones Unidas, convertida en una presencia de papel en todos estos conflictos.

La desinformación y el acatamiento de algunos intelectuales a las campañas de guerra sucia y psicológica que fueron derrumbando las bases de la ex Yugoslavia y su desmoronamiento posterior, dejó una suma de pequeñas repúblicas bien manejables a los efectos del control y la dominación en una zona estratégica. No es casual que el exembajador de Estados Unidos en Bolivia, Philip Goldberg, experto en azuzar aparentes o reales conflictos étnicos y raciales, haya sido enviado en vía directa desde Kosovo a La Paz, Bolivia, de donde fue expulsado por el presidente Evo Morales. Todo un símbolo. Goldberg era un activo participante en el golpismo en ese país y un activista del ejercicio de un terrorismo mediático en los medios que jaquearon al Presidente y al pueblo boliviano.

Entonces, ¿estudiamos el terrorismo mediático aplicado en ambos casos o nos sometemos a la dinámica que nos impone el sistema de dejar atrás rápidamente esa historia de muerte y depredación, para admitir un hecho criminal como un hecho consumado e irreversible?

Los medios privados y la incitación al genocidio

Vale referirse a lo que informó el Centro Internacional de Investigación y Desarrollo de Canadá que publicó el informe Los medios y el genocidio de Ruanda, editado por Allan Thompson (2007), donde se cita una declaración de Kofi Annan, exsecretario general de la ONU. Hablando en la Escuela de Periodismo y Comunicación de la Universidad de Carleton en Ottawa, denunció Annan que

los medios de comunicación fueron usados en Ruanda para diseminar odio, para deshumanizar a la gente, y más aún para guiar a los genocidas hacia sus víctimas. Tres periodistas y propietarios de medios han sido encontrados culpables de genocidio por el Tribunal Criminal Internacional para Ruanda, y también de incitación al genocidio, conspiración y de cometer crímenes contra la humanidad. Debemos encontrar una vía para responder a tales abusos de poder.

Esta declaración fue silenciada en todo el mundo. En el caso de Ruanda, Thompson habló de «los medios del odio en Ruanda —a través de sus periodistas, locutores y ejecutivos— que jugaron un rol instrumental en el establecimiento de las bases para el genocidio, luego participaron activamente en la campaña de exterminación». Así, al evaluar el veredicto de culpabilidad emitido por el Tribunal del Crimen Internacional en el juicio, sostuvo que

el propósito de revisar el rol de los medios en el genocidio de Ruanda no es sólo para recordar. Aún tenemos mucho que aprender sobre este particular y examinar la manera en que periodistas y empresas de medios se condujeron durante la tragedia, y esto no es sólo un ejercicio histórico. Tristemente, da la impresión que no hemos discernido ni entendido completamente las lecciones de Ruanda.

El juicio estaba referido a los sucesos en Ruanda, cuando el 6 de abril de 1994 el presidente de ese país, Juvenal Habyarimana, fue víctima de un atentado contra el avión en que viajaba, produciendo que se estrellara. Estos sucesos ocurrieron cuando se había logrado firmar la paz en Arusha, Tanzania, en 1993, entre una población mayoritaria hutu y la minoría tutsi. El mismo día de los sucesos, el 6 de abril, medios locales atribuyeron el crimen a los tutsis y en la noche comenzaron los asesinatos de miles de ruandeses. Escuadrones de la muerte lanzaban granadas en todos los lugares y refugios. Algo similar a lo ocurrido en 1948, cuando fue asesinado en Colombia el líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, que con un discurso socialista original era respaldado por las mayorías populares. La mano de la CIA actuó entonces y la rebelión del pueblo fue sofocada por una brutal represión y el uso de los pájaros (paramilitares) que sembraron la muerte en los campos colombianos. Se calcula en 300 mil los muertos por la llamada «violencia» de entonces.

En Ruanda se calcularon alrededor de un millón de muertos y, en el año 2003, en el veredicto en el juicio a los medios de los ejecutivos de la estación RTLM y el periódico Kangura, el Tribunal Criminal Internacional para Ruanda confirmó sin ninguna duda el rol de los medios privados de comunicación en los asesinatos […], demonizando a los tutsi y acusándolos de poseer inherentemente condiciones diabólicas, igualando grupos étnicos con «el enemigo» y presentando a sus mujeres como «seductores agentes» enemigos. Los medios llamaron a la exterminación de los grupos étnicos tutsi como una respuesta a la amenaza política que ellos asociaban con esta etnia (1).

Thompson estima que gran parte de la matanza hubiera podido evitarse de no haber sido por el papel jugado por los medios, y finalizó su trabajo con un grito «de la humanidad» a los periodistas para que asuman sus responsabilidades.

Si he citado la tragedia de Ruanda es para preguntar: ¿qué nos recuerda todo esto, mientras el mundo mira impasible el genocidio en el plan de exterminio de Israel contra el pueblo palestino? Además, en estos momentos Estados Unidos y sus acólitos han instalado la censura a nivel global para desinformar al mundo sobre el origen del enfrentamiento de Rusia con Ucrania y la realidad sobre lo que se está jugando en esos territorios: nada más y nada menos que el destino de la humanidad.

No basta con denunciar las consecuencias del accionar de un capitalismo salvaje en plena decadencia. Para que existiera la posibilidad de invadir y ocupar países colonialmente en el siglo XXI, se necesitó de un periodismo mercenario que se prestara a la confabulación más grosera de la mentira. Los medios mintieron a sabiendas de que cada palabra mataba a centenares de seres humanos. ¿Quién los castiga, quién los castigará?

Europa y los pueblos europeos no reaccionan, sólo obedecen las órdenes de un imperio decadente que está condenando a sus poblaciones a un suicidio colectivo. Nuestra región, que sigue resistiendo desde hace siglos, puede convertirse en la vanguardia de un proyecto de liberación e independencia definitiva. Debemos decidir entre esa independencia o la recolonización que nos imponen a través de todo tipo de guerras contrainsurgentes, donde la información es el primer disparo y detrás llegan los misiles.

La Operación Colombo

De la misma manera que en el caso de Ruanda, recientemente se silenció el castigo de la justicia chilena a los medios de comunicación y periodistas que participaron en la Operación Colombo, planeada por la dictadura de Augusto Pinochet con la ayuda de la CIA, los escuadrones de la muerte de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) y sectores de inteligencia y seguridad del gobierno argentino de entonces (1975).

La prensa fue clave para este engendro contrainsurgente de guerra sucia, cuando Pinochet elaboró un plan para engañar a las Naciones Unidas que le reclamaba por una lista de 119 personas desaparecidas. Entonces se decidió que harían aparecer cadáveres en Argentina en distintos lugares, a los que se colocó documentos falsos que tenían el nombre de cinco de los chilenos que demandaba la ONU. Pero además, sobre los cadáveres se extendieron pancartas donde supuestamente se trataba de una venganza del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) de Chile. Es decir, que los presuntos exilados se estaban peleando entre sí. Por otra parte, se armó un conjunto de informaciones en medios de Argentina, Brasil y México que debían ser tomadas por la prensa chilena —entre ellos el diario El Mercurio—, mintiendo sobre un enfrentamiento en la zona de la frontera argentino-chilena entre grupos de guerrillas que supuestamente intentaban entrar —como si fuera un juego de niños cruzar la cordillera— para actuar en Chile, lo que agregaba otros 69 muertos supuestamente en enfrentamientos que nunca sucedieron.

Esta información apareció, entre otros medios, en el diario O’Día de Brasil, al que se le entregó una buena suma de dinero cuando estaba en quiebra. En Argentina los hombres de José López Rega, el exministro de Bienestar Social del último gobierno del general Juan Domingo Perón (entre 1973 y 1974) y creador de la Triple A, hicieron publicar por una sola vez la revista Lea, en cuya edición la presidenta María Estela Martínez de Perón, que había sucedido a su esposo fallecido en julio de 1974, dijo estar asqueada «por la peleas en que se estaban matando los izquierdistas chilenos».

Lo cierto es que todos los de la lista estaban desaparecidos en Chile y hasta ahora nadie sabe a quién pertenecían los cadáveres encontrados en Argentina.

La justicia llegó tarde, pero llegó, y en este caso 33 años después se impuso el pago de una indemnización al periódico El Mercurio y otros que participaron en esta ronda de ocultamiento y muerte. Y también se impusieron castigos a los periodistas participantes en esta siniestra acción contrainsurgente.

Vale recordar que cuando los comandos de la CIA, la DINA y los grupos terroristas cubano-estadunidenses de Miami asesinaron en septiembre de 1976, en un atentado en Washington, a Orlando Letelier, exministro del heroico presidente chileno Salvador Allende, el entonces jefe de la CIA, George Bush (padre) dijo a la prensa de su país, siguiendo el esquema de la Operación Colombo, que había sido «una acción de venganza de izquierdistas refugiados». Bush sabía muy bien quién había matado a Letelier, porque eran sus propios hombres de la CIA y los grupos cubanos que visitaban a diario sus oficinas, donde se trazaban infinidad de ataques terroristas como el que sucedió poco tiempo después contra el avión cubano en Barbados y que dejó 73 víctimas.

Ahora la posibilidad de hacer lo mismo que se hizo en aquellas operaciones contrainsurgentes se puede escenificar a nivel mundial, ya que una sola potencia y sus comerciantes de la información controlan la mayoría de los medios. En nuestros países los medios masivos y monopólicos son simplemente reproductores conscientes de un proyecto de desinformación que puede llevar muerte y destrucción y violar derechos soberanos y universales.

Ya en los años 90, en los nuevos trazados de la guerra de baja intensidad, los enemigos eran el narcotráfico, el terrorismo, el narcoterrorismo y las insurgencias ligados a éstos, previendo así conflictos sociales de envergadura, resurgimientos indígenas y campesinos, como una respuesta al plan neoliberal sin anestesia que se impondría.

Uno de los planes estratégicos prioritarios fue el apoderamiento de todos los medios masivos de comunicación concentrados bajo un poder central. La TV en sus manos, el control de las nuevas tecnologías significaba asegurar el primer golpe de la guerra que ya se trazaba como lo que es ahora.

Nota

  1. Veredicto del tribunal, 2003, parágrafo 72.

Revista Conciencias, México.

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