CRONICÓN.NET /
¿La rápida degradación del planeta a causa de un sistema capitalista depredador se podrá frenar con las tímidas medidas adoptadas en la versión 27 de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP27), tras más de dos semanas de complicadas negociaciones? Ese es el interrogante que hay que hacerse luego de la finalización este 19 de noviembre de dicha conferencia realizada en Sharm El-Sheik, Egipto.
En medio de una crisis energética y de precios a escala global, con una guerra en el corazón de Europa y con la atención internacional alejada de la crisis climática, los representantes de las casi 200 naciones que han participado en esta cumbre, lograron concretar un acuerdo que puede ser determinante si hay la suficiente voluntad política para el futuro de los países más vulnerables al cambio climático.
En efecto, el compromiso al que se llegó al cierre de la COP27 es el de crear un fondo económico destinado a las naciones más expuestas para que puedan hacer frente a las pérdidas y daños que está generando el calentamiento del planeta y que continuará teniendo graves consecuencias.
Empero, de esta cumbre no salió el llamamiento que querían algunos países y organizaciones ecologistas en el sentido de eliminar progresivamente el uso de todos los combustibles fósiles.
Este encuentro anual para debatir sobre el colapso climático se había planteado por Naciones Unidas y por los países en vías de desarrollo que sea el “de las pérdidas y daños”. Bajo esta premisa se tuvieron en cuenta los estragos irreversibles que está causando la crisis climática y que tendrá severas consecuencias en el inmediato futuro. Por ejemplo, las islas que desaparecerán debido al aumento del nivel del mar y los impactos que generan en los Estados más pobres los fenómenos meteorológicos, que cada vez son más intensos y frecuentes, como las inundaciones que ha sufrido Pakistán este año y que anegaron un 10% de su territorio y causaron 30.000 millones de dólares de pérdidas.
Incierta financiación del fondo
El debate sobre las pérdidas y daños ha sido siempre el gran tema aplazado en las cumbres del clima que se vienen celebrando desde 1995. Pero el incremento de los eventos extremos —que van más deprisa de lo que se había pronosticado hace años—, y la presión de las naciones más vulnerables —que son a la vez las menos responsables del problema—pusieron en el centro de la agenda climática por primera vez las pérdidas y daños. De ahí que se haya conseguido la creación de un fondo, algo que al inicio de esta COP27 parecía imposible por el rechazo de las potencias como Estados Unidos, la Unión Europea y Japón, que temen que se pueda abrir el espacio para reclamaciones y compensaciones multimillonarias a corto y mediano plazo.
La mayoría de naciones se unieron durante la cumbre para exigir a los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el órgano propagandístico del neoliberalismo a nivel planetario, la creación de ese fondo. Ante tal presión la Unión Europea terminó cediendo y propuso la creación de un fondo, aunque destinado a las naciones especialmente vulnerables y no a todos los países en vías de desarrollo. Quién está o no dentro de esa categoría de muy vulnerable se tendrá que decidir en próximas reuniones, además de cómo se financiará dicho fondo.
Las aportaciones a ese mecanismo era otra de las claves de este asunto, porque las naciones desarrolladas no querían ser las únicas financiadoras y pedían que otros Estados con un peso mayúsculo en cuanto a emisiones, como es el caso de China, también colaboraran.
Finalmente, la redacción última del acuerdo de creación del fondo es tan abierta —incluye, por ejemplo, menciones explícitas al Banco Mundial, al Fondo Monetario Internacional (FMI) y la búsqueda de otras formas de financiación— que no vincula exclusivamente a ningún bloque, ni a los países desarrollados ni al resto. Cómo se conformará ese fondo es algo que se tendrá que decidir en los próximos meses. La idea es que pueda entrar en operación a partir de 2023, pero todo dependerá de la voluntad para determinar la manera de su financiamiento.
La declaración final de la cumbre de Sharm el Sheij no retrocede respecto a Glasgow, pero no da los pasos que se requieren para que los resultados constituyan una respuesta contundente que permita enfrentar de manera más efectiva el desafío de la crisis climática, habida cuenta que la presión de los países petroleros y productores de gas pesa mucho.
El año pasado en la declaración final de la cumbre de Glasgow se abogó por reducir gradualmente el uso del carbón para generar energía, así como por la eliminación paulatina de las ayudas públicas a los combustibles fósiles. En esta COP27 se pretendía ir un paso más allá, incluyendo una referencia expresa a la reducción de gas y de petróleo, pero no fue posible encontrar un consenso para ello.
Las decisiones en estas cumbres se toman por unanimidad, con lo que uno solo de los casi 200 países que participan en estas conversaciones pueden bloquear un tema. Y en este asunto hay bastantes países que se verían afectados, como las naciones petroleras del golfo Pérsico o Rusia. En el otro lado, a favor de esta mención a todos los combustibles fósiles, estaban más de 80 países.
Tímidas medidas para enfrentar la multicrsis que genera el colapso climático
Nuevamente la versión 27 de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático no da respuestas y menos soluciones determinantes que permitan ser optimistas respecto de encarar un tema tan delicado como el calentamiento del planeta. La creación del fondo económico que se anunció al final de esta cumbre constituye una medida tímida que no permite vislumbrar acciones contundentes para enfrentar responsablemente esta crisis multidimensional.
Al fin y al cabo el colapso climático forma parte de una multicrisis más amplia que el capitalismo con un modelo exterminador como el neoliberalismo definitivamente no puede gestionar. Los pilares del orden económico internacional se agrietan a medida que las placas tectónicas de la geopolítica se desplazan bajo ellos. “El mundo está entre órdenes; está a la deriva”, escribió el diplomático indio Shivshankar Menon el pasado mes de agosto.
Como todo en el capitalismo, las COP terminaron convertidas en un negocio y en una multinacional vacacional para delegaciones de altos funcionarios de todos los países y de una cantidad de directivos de organizaciones no gubernamentales.
En efecto, estas conferencias organizadas cada año por Naciones Unidas para debatir sobre un tema tan sensible y urgente como la crisis climática se han transformado, sin duda, en uno de los mayores fracasos y engaños a los ciudadanos del mundo. Es claro que no hay interés en procurar un cambio. No hay soluciones coherentes que logren sustentarse en el tiempo. Se alteran informes de científicos como el del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), para minimizar las conclusiones del mismo.
Lavado de imagen
Cada año las COP durante su desarrollo organizan eventos y debates que solo sirven de lavado de imagen y en los que los países despliegan sus intereses turísticos. Se firman acuerdos que nunca se cumplen. Todas estas conferencias de Naciones Unidas se desarrollan y acaban de igual forma. Se dejan asuntos pendientes para la siguiente COP y así se alimentan los intereses de la gran multinacional en la que se ha convertido lo que debería ser una asamblea seria para buscar soluciones categóricas y viables a uno de los grandes retos de la sobrevivencia planetaria en los que se está enfrentando la humanidad por la irresponsabilidad de los que dominan el mundo.
Además, las COP también sirven como “lavado verde” para aquellos gobiernos, sobre todo de países que se conocen con la denominación de “desarrollados” que no están comprometidos con la crisis climática y que de labios para afuera lanzan frases o discursos que simulan preocupación por una grave problemática que ellos mismos han provocado.
Todo ello llevó a la reconocida activista sueca Greta Thunberg junto a otros ecologistas a boicotear la COP27.
En esta COP27, por ejemplo, fue evidente el interés corporativo y de marketing de una empresa cuestionada como Coca-Cola que tuvo la desfachatez de ser patrocinador del evento, cuando está comprobado que es una de las empresas que genera un altísimo grado de contaminación en el mundo. Como lo informó The New York Times, la multinacional de la “chispa de la vida” generó entre 2019 y 2021 un total de 3,2 millones de toneladas de plástico con las consecuencias de impacto negativo al medioambiente.
El fracaso de esta versión de la COP27, como de todas las anteriores, quedó evidenciado en que los organizadores debieron ampliar sus deliberaciones un día más, es decir, hasta el 19 de noviembre, porque no había consenso en cuanto a cómo se financiarán las pérdidas y daños a los países en desarrollo, y el modo en que se reducirá la emisión de gases contaminantes.
Por un nuevo orden
La multicrisis sistémica que afronta actualmente el mundo y que ha llevado a la humanidad a tener que soportar una espiral devastadora de hambre, desempleo, inflación, guerra y colapso climático tiene ecos de la década de 1970, cuando los conflictos globales por el territorio, los recursos y el sistema monetario generaron una profunda incertidumbre sobre la forma del mundo que vendría. Hoy, como entonces, el mundo espera “un nuevo orden”.
En la década de 1970, los pueblos del Sur Global no se limitaron a esperar a que las “grandes potencias” reordenaran el mundo a su alrededor. En Accra, Argel y Hanoi, lideraron valientes luchas de liberación nacional. En Bandung, El Cairo y Dakar, formaron un movimiento no alineado para promover los principios de paz, soberanía y coexistencia. Y en Nueva York, propusieron una visión de un Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI), expuesta en una Declaración de la ONU para su establecimiento.
La crisis civilizatoria en que se debate el mundo en la actual coyuntura histórica tiene un acelerador adicional: un clima que cambia rápidamente. Las sequías, las inundaciones y los huracanes amplifican las crisis adyacentes y agudizan los conflictos entre pueblos y naciones. Sin embargo, se requiere una nueva respuesta a las mismas viejas preguntas de la crisis de los años 70 del siglo pasado: ¿cuáles son las instituciones que se deben construir? ¿Cómo hay que democratizar la utilización de los recursos monopolizados en su producción y comercialización por las grandes transnacionales? ¿Cómo se deben distribuir los recursos entre los pueblos y naciones del mundo?
Las respuestas a estas preguntas aparecen hoy con más fuerza y frecuencia. En el momento más crítico de la pandemia del Covid-19, se llamó a suspender las protecciones de la propiedad intelectual que favorecían las ganancias farmacéuticas por encima de las vidas humanas. En la Asamblea General de la ONU, en septiembre pasado se formuló una invitación a cancelar la deuda del Sur a cambio de la acción climática. En palabras del presidente colombiano Gustavo Petro se trata de “cambiar deuda por vida”. Y en las negociaciones de la COP27 en Egipto se ventiló la propuesta de facilidades por pérdidas y daños para compensar a los países del Sur por la destrucción provocada por una crisis climática de la que no tienen culpa.
El clima subordinado a maquinaciones imperialistas
La COP27 se vio atravesada por la guerra Rusia-Ucrania en la que tiene metidas sus garras injerencistas la belicista OTAN que se viene preparando para un enfrentamiento con China, lo cual ha desencadenado un nuevo reparto del mundo entre las potencias imperialistas. Dentro de este contexto la “protección del clima” se ha subordinado a las maquinaciones geopolíticas y para los principales actores en el tablero mundial ha pasado a un segundo plano, pese a la gravedad del asunto.
Esta situación ha llegado a tal punto que el objetivo de limitar el calentamiento global a 1,5 °C comparado a niveles preindustriales, que fue fijado en la Conferencia Climática Mundial de París en 2015, ya fue abandonado hace mucho. La Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) ha calculado que las emisiones aumentarán 10,6 por ciento para 2030, incluso si todos los países acatan los planes de Contribución Nacionalmente Determinada (NDC, por sus siglas en inglés) definidos por ellos mismos. Para el objetivo de 1,5 °C, sería necesaria una reducción de 43 por ciento. En el mejor de los casos, los planes actuales limitan el calentamiento global a 2,5 °C para 2100, según la CMNUCC. Pero, hasta la fecha, solo 26 de los casi 200 países han presentado un NDC.
La catástrofe ya se puede avizorar. Si bien la Tierra tan solo se ha calentado 1,15 °C desde fines del siglo XIX, los eventos meteorológicos extremos como las olas de calor, las lluvias pesadas y los huracanes ya están destruyendo los medios de vida de millones. El aumento del nivel del mar como resultado del derretimiento de los glaciares y los casquetes polares entraña desastres aún mayores. Y lo triste y desafortunado es que la Organización de Naciones Unidas (ONU) no da, a través de sus Convenciones Climáticas que se realizan cada año, ninguna respuesta contundente que posibilite afrontar de manera responsable y coherente el colapso que amenaza con la sobrevivencia del planeta.
.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.