POR KRISTINA DIETZ /
En el actual contexto geopolítico mundial es preciso tener en cuenta las implicaciones del denominado extractivismo verde en América Latina y las luchas sociales que se le oponen desde hace varios años. Especialmente ante la extracción cada vez más anhelada de materias primas críticas (como el litio y el cobre) para la generación de las energías renovables. A partir de esta perspectiva, la transición energética verde es más bien una transición energética corporativa. La neutralidad climática, que se propone en Europa, podría traducirse en una nueva fase de acumulación mediante la expropiación de materias primas, suelos y propiedades de la naturaleza en el Sur Global.
Nuevo auge de materias primas en América Latina
La transición energética en Europa sugiere un posible nuevo boom de los commodities y el aumento de precio debido a la creciente demanda de las llamadas “materias primas críticas”, es decir, los metales esenciales para una transformación a una economía verde y a sistemas energéticos climáticamente neutrales, como el cobre, el litio y el cobalto. Además, existe un constante aumento de las energías renovables almacenables, especialmente de hidrógeno verde. ¿Hasta qué punto este desarrollo conduce a un nuevo extractivismo, esta vez bajo un signo “verde”, en América Latina, una región rica en materias primas, en sol y en viento? No es solo una cuestión de demanda y precios, sino de las decisiones políticas y de las luchas por la disposición, el tipo de apropiación y el uso de las materias primas críticas. Cuando la regulación ecológica y social del Estado fracasa, los movimientos sociales se enfrentan al reto de movilizarse no solo contra la expansión de la explotación de los recursos, sino también frente a un discurso hegemónico verde-tecnológico y tecno-economicista que dificulta la creación de alianzas internacionales.
Transición energética verde
Desde finales del 2020 todos los tipos de materias primas resumidos en los índices de precios se han encarecido, especialmente y con mayor rapidez, los de las materias primas críticas. Las razones son múltiples: además de las expectativas de crecimiento económico tras la pandemia del coronavirus y las consecuencias de la guerra en Ucrania para el suministro mundial de materias fósiles, los programas gubernamentales y supraestatales anunciados en todo el mundo para la transición energética hacia la “neutralidad climática” también están impulsando las expectativas de beneficios y precios. Uno de estos programas es el European Green Deal de la Comisión Europea, cuyo objetivo es descarbonizar la economía europea hasta 2050, es decir, hacerla neutra desde el punto de vista climático. Dado que se plantea que la neutralidad climática se logra principalmente mediante la electrificación de la economía y la movilidad, es esencial el acceso a metales como el cobre —necesario para conducir la electricidad— o el litio —el cual se almacena en baterías—. La Agencia Internacional de Energía (AIE) prevé que, para 2040, la demanda de litio se multiplicará por 43, con respecto a 2020, y la de cobre lo hará por 28.5
El gobierno alemán persigue objetivos similares con la transición energética, para 2030 se matricularán 15 millones de coches eléctricos, según los deseos de la “coalición semáforo”, nombrada por los colores de los partidos que gobiernan actualmente: SPD (rojo, socialdemocratas), el FDP (amarillo, neo-liberales) y Bündnis 90/Die Grünen (verdes). Con el telón de fondo de la guerra de Ucrania, el gobierno también busca la expansión de las energías renovables en el sector eléctrico, al tiempo que modifica su discurso: en vista de las ahora problemáticas importaciones de gas, carbón y petróleo de Rusia, las energías renovables ya no son solo un medio de protección del clima, sino que se han convertido en una “cuestión de seguridad nacional” y en “energías de la libertad”.
Tanto la Unión Europea (UE) como la “coalición semáforo” alemana centran la transición energética en la modernización ecológica del sistema capitalista, a partir de soluciones tecnológicas, y en la innovación científica para hacer frente a la crisis energética y climática. Estos organismos quieren obtener parte de las materias primas necesarias para esta transición energética verde y corporativa por medio del reciclaje. Sin embargo, la mayor parte se importará de los países que tienen grandes yacimientos y que históricamente han desempeñado el papel de proveedores de materias primas en la división internacional del trabajo de la producción capitalista de mercancías, es decir, las naciones de América Latina y África.
Este posicionamiento encaja con lo que Pablo Bertinat y Jorge Chemes llaman “transición energética corporativa”, un modelo que se caracteriza por una perspectiva “estrictamente tecno-economista hegemónica”. El objetivo principal es emitir menos gases de efecto invernadero, incrementar la seguridad energética garantizando el acceso a nuevas fuentes de energía renovables y recursos estratégicos a nivel global, y sostener un crecimiento verde ilimitado. De esta manera, las relaciones de desigualdad global se mantienen. Corporaciones transnacionales desempeñan un papel importante en esto, ya que son ellas las que invierten y controlan las nuevas infraestructuras, plantas de producción, minas, investigación y transporte.
Por lo tanto, se teme que la modernización ecológica orientada a la descarbonización en el Norte Global pueda promover un nuevo superciclo de los commodities. Esto podría traducirse en una nueva fase de acumulación mediante la expropiación de materias primas, suelos y propiedades de la naturaleza en el Sur Global, como el viento y la radiación solar. A diferencia del último superciclo de principios de la década del 2000, esta vez la atención no se centra únicamente en los combustibles fósiles y en los metales preciosos e industriales, sino también en los “lubricantes” que deben impulsar una economía verde y electrificada de alta tecnología. Además de las materias primas críticas ya mencionadas, esto incluye el hidrógeno verde.
Fundación Rosa Luxemburg, Oficina Región Andina
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