Trump II: ¿hoy Ucrania, mañana Taiwán?

El presidente taiwanés William Lai a la espera de que el magnate estadounidense Donald Trump dé señales respecto del decurso de las relaciones diplomáticas entre Washington y China.

POR XULIO RÍOS /

El giro de 180 grados de la Administración Trump a propósito de la guerra en Ucrania deja muy en el limbo el futuro de la relación de Washington con Taipéi. En las nuevas circunstancias, ¿es más verosímil que nunca un cambio de actitud similar a propósito de Taiwán? ¿Podría Trump propiciar un giro sustancial en la relación con China de igual modo que está haciendo con Rusia?

La primera Administración Trump marcó un punto de inflexión en el apoyo a Taiwán, reflejado en un mayor énfasis de la defensa del statu quo, del rechazo a la unificación, incremento del aval diplomático, de la asistencia en defensa, etc. Recuérdese la llamada de felicitación de la presidenta Tsai Ing-wen, sorpresivamente hecha pública por el equipo de Trump. Joe Biden siguió la misma senda, reforzando incluso algunos parámetros.

El Gobierno del presidente William Lai ha tomado buena nota de las invectivas de la nueva Casa Blanca para no perder tiempo en alinearse con los intereses de Trump. De este modo, ha mostrado su total disponibilidad para efectuar ajustes en importaciones, en corrección del déficit comercial, en inversiones, en compras en defensa, abriéndose incluso a considerar la idoneidad de alianzas complejas (Intel) en el sector tecnológico, etc. En Taipei se ha asumido la necesidad de hacer sacrificios importantes para mantener el apoyo estadounidense, incluyendo asuntos críticos. En la misma línea cabe situar el anuncio de Lai de aumentar el gasto en defensa hasta el tres por ciento.

Bien es verdad que el problema es que podría no ser suficiente. Si EE.UU. lleva hasta el extremo las exigencias en materia de semiconductores, dejaría a Taiwán sin el principal escudo que hoy le protege dado su papel en la cadena global.

Por otra parte, es obvio que Trump se ha desprendido de la retórica de los ideales, valores, el supuesto “orden basado en reglas”, la defensa de la “democracia”, para hacerlo depender todo de la maximización inmediata de los intereses de EE.UU. Solo si Taiwan le hace ver que puede contribuir de forma significativa a recuperar el poder estadounidense quedaría convencido de su “utilidad”.

No obstante, dado que los recursos de Taiwán son más limitados, China siempre podría ofrecer más. Y EE.UU. exigir más a Taipéi, que tendría pocas garantías de futuro con cada cesión sustancial. La situación política interna de Taiwán no ayuda y es probable que la oposición dificulte los planes de Lai.

Por otra parte, las preocupantes insinuaciones expansionistas de Trump, de consumarse sobre todo de forma no pacífica, brindaría un argumento de difícil contestación a Beijing para operar de igual manera: si EEUU puede, ¿por qué China no?

No obstante, a China, sin descartar el aprovechamiento de cualquier oportunidad estratégica que surja en un escenario tan volátil, lo que más le preocupa ahora es relanzar su economía a sabiendas de que los próximos diez años serán determinantes para dar un salto de gigante que le sitúe en la cima del poder económico y tecnológico global.

En el equipo de Trump son muchos y bien conocidos los valedores de Taipéi. Los pasos dados por su administración han jugado a la ambivalencia habitual, pero en su mayoría apuntan a elevar el nivel de exigencia, pero no a cuestionar de raíz la orientación tradicional. El Departamento de Estado ha eliminado de su web la mención al no apoyo a la independencia de Taiwan o suprimido la mención de la condición de Estado en el estímulo a la participación internacional de Taiwán. Biden hizo algo parecido, que deshizo tras las inevitables protestas de Beijing.

Si la estrategia de Trump hacia China no ha cambiado, Taiwán seguirá exhibiendo un alto valor estratégico para EE.UU. en la competencia bilateral. China se sigue definiendo como la mayor amenaza para los intereses globales de EEUU. Puede que la negociación que se presagia inminente se limite a un nuevo acuerdo comercial o que ambicione una redefinición más profunda.

Por el momento, las apuestas más fuertes sugieren que lo acontecido en Europa va camino de liberar recursos para presionar a China en Asia, incluso para un alineamiento más estricto con sus intenciones estratégicas. En la misma línea se insertarían los anuncios de nuevas restricciones de inversión en China ordenadas por Trump.

Si lo que subyace es la formulación de un nuevo equilibro de poder, EE.UU. bien podría acabar retirando a Taiwán cualquier garantía de seguridad dejándole a la intemperie en aras de un acuerdo con Beijing. No obstante, los parámetros expansionistas y basados en la definición de esferas de influencia pudieran no encandilar del todo a China. El enfoque de su diplomacia apostando por un nuevo modelo de relaciones internacionales es otro, una apuesta por una influencia global basada en la fuerza de su economía y su ascendente capacidad tecnológica. En todo caso, cualquier mera insinuación sustancial por parte de EE.UU. en esa línea supondría una afectación significativa de la estrategia Indo-Pacífica cuyo epicentro es imponer restricciones a las ambiciones de China. Y afectaría medularmente su credibilidad regional y global mientras China seguiría sumando simpatías internacionales.

El secretario de Estado Marco Rubio ha revalidado la posición tradicional de EE.UU. en relación a Taiwán. Y Trump ha presentado el acoplamiento de Taipei a sus exigencias como uno de los éxitos más sobresalientes en su primer mes al frente de la Casa Blanca. No parece que por el momento se den las condiciones para un abrupto cambio de guion como el apreciado en Europa; no obstante, con Trump nunca se sabe.

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