POR JUAN DIEGO GARCÍA
¿Qué motivos han llevado a los Estados Unidos a declarar a Venezuela como un peligro inminente para sus intereses nacionales? El gobierno del señor Obama fue el primero en tomar esta decisión, la misma que mantuvo Trump y que acaba de reiterar la nueva administración del señor Biden. Ni las dimensiones de su territorio y de su población, ni menos aún su potencial militar u otras consideraciones de rigor explicarían el conjunto de medidas que Washington ha impulsado contra el gobierno venezolano y que han ocasionado allí el profundo deterioro de la vida cotidiana de millones de personas; medidas de todo tipo, incluido el apoyo directo a diversas formas de terrorismo con la complicidad del gobierno colombiano.
Los gobiernos de Chávez y de Maduro no han tomado medidas que puedan considerarse socialistas, en el sentido tradicional del término; no ha habido expropiaciones importantes que no se hayan compensado con la indemnización correspondiente; los excesos de la fuerza pública frente a las protestas de la oposición (aceptados y sancionados por las autoridades) resultan nimiedades frente al terrorismo callejero (las llamadas ‘guarimbas’) de grupos armados, entrenados y financiados desde el exterior, que se reclutan entre el lumpen y la delincuencia común de bajo rango, ni existen evidencias serias de manipulación de las elecciones que en las dos décadas pasadas han dado –en general- la victoria a las fuerzas del gobierno. El llamado “socialismo del siglo XXI”, que ha sido el proyecto de Chávez y de Maduro, al menos hasta ahora, parece más un deseo legítimo de construir un orden social alternativo que un propósito “comunista”. En realidad, la violenta reacción de Estados Unidos frente a un gobierno popular y nacionalista (con aspiraciones a un socialismo de impronta caribeña) trae a la memoria el golpe militar propiciado por Estados Unidos contra el gobierno progresista de Jacobo Árbenz que se atrevió a afectar las tierras de la United Fruit Company en Guatemala. Para muchos analistas una tal intervención de corte claramente imperialista tenía, en su momento, el objetivo de prevenir movimientos de reforma en el resto del continente; las consignas anticomunistas contra Árbenz eran solo propaganda, excusas para conseguir el apoyo del resto de las satrapías del continente, que por supuesto no deseaban en sus países gobiernos reformistas como el de Guatemala. Las reformas allí tampoco eran socialistas; en realidad, resultaban compatibles con un capitalismo moderno y sobre todo democrático, al menos desde el punto de vista burgués.
Todo indicaría que en el caso de Venezuela se estaría asistiendo a un proceso similar de medidas de prevención para detener un avance que afectaría de lleno a la oligarquía caraqueña y mostraría que es posible para el país alcanzar un puesto diferente en el entramado regional, más allá del tradicional sometimiento a Washington. Al gobierno de Estados Unidos le preocuparía, más que el llamado socialismo del gobierno de Caracas, permitir que se consolide otra Cuba en el continente; o sea, que se demuestre que un país puede salir del atraso, la pobreza y la falta de una democracia real si afecta de lleno los intereses de una oligarquía criolla carente de proyecto nacional, sumisa al extranjero, satisfecha e indolente, aislada en su oasis de lujo y comodidad en medio del desierto de la miseria de las mayorías; y por supuesto, si se genera otra relación con Washington.
A los Estados Unidos les preocupa sobremanera que se consolide un proyecto que compruebe la posibilidad de ejercer razonablemente la soberanía nacional sin la cual siempre se estará sometido a las exigencias de las naciones metropolitanas del capitalismo. Si Venezuela consigue salir airosa del actual desafío (con unos costes muy altos en todos los sentidos) demostraría que la hegemonía estadounidense en el continente ha terminado y que estos países tienen posibilidades de buscar, en el actual escenario mundial, socios y amigos que pueden reemplazar a Estados Unidos como potencia referente (mercados, tecnología, financiación, etc.), ya sea para empeñarse valientemente en el desafío de construir un socialismo propio (en realidad, todos los socialismo son diferentes pues dependen de las condiciones concretas de cada país) o sencillamente para modernizar su sistema capitalista y encontrar un lugar distinto en el entramado complejo del mercado mundial moderno.
Ambos son desafíos para los pueblos de Venezuela y del continente en general. Y, como resulta evidente, esa afirmación contundente de la soberanía nacional, ese rompimiento de la manera como hoy se depende de los Estados Unidos preocupa mucho a Washington que no desea “otra Cuba” en su vecindario. Si ayer el Campo Socialista ofreció a Cuba la oportunidad de reemplazar la relación con Estados Unidos y sobrevivir en el empeño, ahora son China o Rusia principalmente las alternativas para conseguir mercados para sus productos, tecnologías y conocimientos para impulsar sus proyectos de desarrollo y modernización, créditos para no depender de los actuales mecanismos imperialistas que controlan el sistema de préstamos en el mundo, y por supuesto los sistemas de defensa indispensables. Que al menos una parte de la burguesía local apueste por esta alternativa nacionalista y democrática es uno de los retos internos de Maduro, no menos que conseguir el apoyo entusiasta de las mayorías populares. Multiplicar las relaciones con las potencias emergentes en el mercado mundial para no depender completamente de Occidente es el reto en lo externo.
Por su parte, los Estados Unidos parece no reconocer siquiera la realidad de los cambios en la región, y en particular aceptar que Venezuela prosiga por su propio camino. Todo indica que se mantiene (al menos por el momento) la política de hostilidad y de agresión sin medida contra Venezuela “para impedir otra Cuba”. Cabría pensar que en el caso cubano, el camino socialista que tomó su revolución en no poca medida se facilitó por la respuesta agresiva e imperialista de Washington a las medidas de reforma agraria que afectaban a los latifundios azucareros de empresas estadounidenses en la Isla; medidas que no eran propiamente socialistas, como no lo eran las de Árbenz en Guatemala. En realidad, unas y otras eran mucho más moderadas que las duras medidas de reforma agraria que los Estados Unidos impusieron a Japón tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial.
Hasta ahora Caracas sale airosa en la contienda con Washington, a un precio muy alto, sin duda; pero tiene perspectivas de ganar más terreno pues el aliado interno de la estrategia imperialista no podría ser más torpe y más impopular. Además, Caracas ya cuenta con aliados extranjeros que le facilitan las cosas (China y Rusia, sobre todo). Existe además un factor que no suele valorarse debidamente: el sentimiento nacional. Aquí como en Cuba ese sentimiento nacional, el orgullo frente a la grosera imposición extranjera es una fuerza incalculable para sobrellevar los múltiples sacrificios que se impone a los venezolanos. Por encima de todo, la gente ama mucho a su país y detesta que otros vengan a decidir por ellos. Washington parece no entenderlo ni haber aprendido de las muchas guerras que lleva a cabo por doquier.
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