
POR JULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO /
Ahora resulta que el vetusto y sinuoso Álvaro Leyva Durán, en la precaria decadencia de su figurona vida, es el bullicioso personaje central de un sainete o novelón burlesco, cuyo libreto o guion ha sido elaborado por la ultraderecha neonazi, particularmente por el descolorido congresista gringo Mario Díaz Balart, en contubernio con algunas conspicuas representantes de la “oposición inteligente” de la derecha colombiana, quienes, buscan realizar un complot contra la incipiente democracia colombiana y su institucionalidad, aprovechándose oportunistamente de este senil personaje herido en su petulancia narcisista y egocéntrica, por la pérdida de la investidura de Canciller -que en mala hora le asignara Gustavo Petro-.
Luego de que le suspendiera la Procuraduría General el pasado año, por las irregularidades establecidas en la licitación de pasaportes, arreglada para favorecer a su hijo, resentido también por no lograr heredar el cargo a su preciado vástago, y por la contundente negación de dichos contratos arreglados, pretende ahora dar lecciones de moralidad y acatamiento al ordenamiento constitucional, fraguando todo un entramado de chimes y odio contra el presidente Petro.
Leyva Durán, un conservador que comenzó su carrea burocrática gracias a la impresentable casa Pastrana, siempre fue resaltado por su figuracionismo oportunista y mediático, en arreglos, acuerdos y componendas con los diversos grupos insurgentes, desde las múltiples y variadas militancias políticas que ha tenido.
Tal como lo podemos apreciar hoy, cuando recurre a mostrarnos el supuesto valor que tuvo en la liberación de Álvaro Gómez Hurtado, el hijo del basilisco, del monstruo, Laureano Gómez, quien fuera liberado gracias a su “intervención”. Realmente lo que se confirma con este alborozado “agradecimiento”, que ahora vuelve a publicitar el personaje de marras, es su estrecha condición de godo laureanista y chulavita insertado, como “francotirador” -ese ha sido su acertado apodo-. En realidad, siempre Leyva ha sido un quintacolumnista godo en las estructuras de una fingida “democracia” farsante y “negociadora”, pero de la que nunca han obtenido resultados claros o precisos.
Quintacolumnista, algo muy particular de los falangistas o seguidores de ese fascismo cristianoide de Francisco Franco que el monstruo Laureano Gómez impuso en Colombia a mediados del pasado siglo. Reinsertado, hay que reiterar, como atento negociador y tramitador interesado con las fuerzas insurgentes, pero atento oportunista a ocupar cargos y obtener ventajas.
A este desgastado y ardido simulador y figurón es menester decirle: lo suyo no es más que el patético novelón burlesco de un oportunista senil que siente que no puede seguir presentándose como defensor de una embustera “democracia” que, antaño, contribuyó a edificar con sus teatrales apariciones de componedor de ficticios “acuerdos” y falsos arreglos y convenios, que le garantizaron su teatral figuración.
Pero esas simulaciones ya no seducen o “descrestan” a nadie, salvo a la prensa alcantarilla como El Tiempo y a otros cagatintas y plumíferos del derrotado narcouribismo, de la ultraderecha imperialista gringa y de todos esos neonazis que le han impuesto ese miserable rol de actorzuelo, esos estúpidos roles de moralista golpista al servicio de la imposible regresión, frente la auténtica participación popular y a la imparable política del cambio que representa el Gobierno de Gustavo Petro Urrego.