Una “democracia” inmarcesible

POR JULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO

Las “mayorías” obnubiladas por el arrierismo, la publicidad, las falsas promesas y la frivolidad, han convertido la auténtica participación ciudadana, en una simple expresión, bulliciosa y grotesca, de aceptación de cuanto los títeres y titiriteros del régimen, busquen ser elegidos.

A pesar de los pequeños, y tal vez pasajeros, estragos causados por la abrupta irrupción del “progresismo” –representado en la llegada a la Presidencia de la República por parte de Gustavo Petro– en el ‘tranquilo’ discurrir político colombiano, la verdad es que “la democracia más antigua de América” se mantiene incólume, impoluta, tal como ha sido perseverantemente elaborada, tras largos años de ardua e incesante labor de todos esos próceres del quehacer político nacional. “Grandes hombres”, inicialmente representados por las castas y dinastías oligárquicas, legatarias del régimen colonial-hacendatario, con sus preclaros encomenderos, patrones, gamonales y capataces y, luego, por sus aventajados seguidores y epígonos del tradicional bipartidismo, como burócratas amamantados del Estado, entenados de las contrataciones oficiales y, más recientemente, por los subsidiarios y agentes del paramilitarismo y del narcotráfico, sin cuyo aval, aceptación y permiso, sería imposible dar continuidad a este especial modelo de “democracia”, en los distintos municipios y regiones de este descuadernado país.

Toda esta situación de continuidad y fortalecimiento de este régimen históricamente establecido, sería improbable sin la colaboración armónica de esas hordas de idiotas electoreros pacientemente fabricados por dichas ‘élites’ desde cuando grandes mesnadas de conscriptos eran animados, estimulados y arreados, como ganado, a participar en las múltiples guerras fratricidas promovidas por estas castas de defensores de los ‘valores’ estatuidos y, ahora, se trata de masas de sujetos sometidos a la manipulación, religiosa, politiquera y mediática que promueven la sumisión, la obediencia, el consumismo ramplón y la incultura, bajo el ropaje de la farandulería, el eventismo, las modas y los diversos espectáculos idiotizantes. Así mismo, no faltan tanto los ‘teóricos’ del embrutecimiento y la medianía intelectual que enaltecen las tesis de la ultraderecha y el fascismo, como los avezados negociantes, vendedores y compradores de votos y conciencias…

Esas “mayorías” obnubiladas por el arrierismo, la publicidad, las falsas promesas y la frivolidad, han convertido la auténtica participación ciudadana, en una simple expresión, bulliciosa y grotesca, de aceptación de cuanto los títeres y titiriteros del régimen, busquen ser elegidos.

Estos valedores de lo establecido, actúan en todo el espectro social y político como obedientes rebaños, de electores, compradores, vendedores, seguidores, hinchas, fanáticos, o como simples observadores en esta sociedad tan cargada de ídolos, publicitariamente establecidos, tales como ciclistas, futbolistas, en general deportistas y reinitas, cantantes, actores, actorzuelos, faranduleros, politiqueros y “periodistas” –en realidad razoneros, gacetilleros y comunicólogos–, que no son más que personajes encumbrados, mediáticamente, por sus distintos quehaceres, en esta deplorable sociedad del espectáculo. Asumir que el “oficio” que cumplen les concede una capacidad ética o intelectual especial, para dar opinión política calificada o acertada, es, por decir lo menos, torpeza y expresión de su bajo nivel intelectual y de la subalternidad a que están sometidos, pero que, definitivamente, les funciona en estas sociedades de la ignorancia y la ‘infocracia’

Se trata, como ya lo hemos señalado, de personajes de extensas capas formadas o adiestradas por unos patrones conductuales basados en el autoritarismo y la publicidad, sujetos que, habiendo logrado destacarse en diversas actividades, –del deporte, de la farándula y de otros quehaceres vinculados a la entretención y el espectáculo– y habiendo surgido, muchas veces del desarraigo social, que se vuelven trepadores, oportunistas, logreros y pretenciosos; con enormes ínfulas, por los logros obtenidos en sus actividades competitivas y/o actorales, en diversos escenarios. Carentes de una sólida y seria cultura, sin claras ideas políticas, pero, en virtud de ese reconocimiento público alcanzado que les dan sus logros, y la publicidad que les enaltece, se dedican fastidiosamente a dar opiniones y consejos políticos y electorales, a esas masas ignorantes sujetas, como se ha visto, a la servidumbre voluntaria, a la simulación y a la subalternidad, con sus “corazones blindados de rencor”, llegan incluso a creer, a pie juntillas, que la zafiedad, la grosería y la incultura de un patán, de un atarbán, son muestras de valor e independencia crítica y, entonces se convierten en ‘candidatos’ a gobernaciones, alcaldías o corporaciones públicas y… tienen éxito, gracias a la compraventa de los votos y a la repartija de prebendas y amenazas. En donde ya no existen partidos políticos, argumentos, tesis, ni ideologías, sino un conjunto disperso de empresitas electoreras mafiosas y fugaces, conformadas por astutos y acomodaticios pícaros politiqueros que sólo buscan ventajas personales, utilizando mañosamente la encuestología, manipulación mediática, publicidad triunfalista y, por supuesto, el astuto mecanismo de la compraventa de votos.

Petro no ha sido “derrotado”, como tan insistentemente lo plantean tanto los distintos medios y ‘periodistas’ –cagatintas– de esa prensa, que en Colombia funciona, al servicio de las mafias que son sus mismos propietarios. Mafias de politiqueros, clientelistas, contratistas, lumpen-empresarios, narcos y paracos, y otros especímenes de esta enorme fauna, incluidos los domésticos sacamicas y subordinados de toda laya que están felices y alborozados creyéndose “ganadores” y, precisamente, desde esa prensa alcantarilla, lo gritan a los cuatro vientos. Para todos ellos esa expresión del neofascismo, ese estercolero constituye “el centro”, la opción política contra el Gobierno del Cambio, que llegó a enturbiar la placidez de esta “democracia” inmarcesible.

Semanario Caja de Herramientas, Bogotá.

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