POR TELMA LUZZANI
Estados Unidos viene aplicando con intensidad, sobre China, su vieja estrategia de la “zanahoria y el garrote”. Pero el gobierno comunista sabe que nadie puede fiarse de la palabra de la Casa Blanca y no quiere que le pase como a Rusia, que creyó en la promesa estadounidense de que la OTAN no avanzaría hacia su frontera y hoy se encuentra comprometida en una guerra que nadie sabe cuánto durará. Sin embargo, hace diez días, la política de la provocación y la ambigüedad estadounidense se pasó de la raya.
Inmediatamente después de que el canciller Anthony Blinken visitara Beijing (hacía cinco años que ningún alto cargo norteamericano viajaba a China) “para distender la relación bilateral”, el presidente Joseph Biden, provocó, humilló e insultó a su par chino, Xi Jinping. Y no fue por demencia senil.
En China, Blinken fue recibido primero por su par Qing Gang y por el máximo responsable de la diplomacia del Partido Comunista Chino (PCCh), Wang Yi. Sin rodeos, Qing abordó al tema más sensible para su país: Taiwán y los crecientes desafíos de Washington hacia la política de “Una sola China”. Sin recordarle que ya en 1972, cuando el entonces presidente Richard Nixon se reunió con Mao Tse Tung, a través del “Comunicado de Shangai”, EE.UU. había reconocido que “Taiwán es parte de China”, Qing se quejó por la injerencia estadounidense en la isla y reclamó “calma, profesionalismo y racionalidad”.
Wang Yi, por su parte, ofreció a Blinken una propuesta. Para el gobierno comunista que EE.UU. lo considere su “principal rival y el mayor desafío geopolítico”, según consta en los últimos documentos de seguridad estadounidenses, es “un grave error de apreciación estratégica”. Para Wang, la relación entre ambos países “no debe ser un juego de suma cero en el que una parte compita o prospere a expensas de la otra”, sino que debe apuntar a “respetarse mutuamente, coexistir en paz, buscar una cooperación beneficiosa para ambos y explorar la forma correcta de llevarse bien”.
Por último, fuera de agenda y para elevar el rango de la visita diplomática, Blinken fue recibido por el Presidente chino en el Gran Palacio del Pueblo. Según Xi, “ambas partes lograron avances y encontraron terrenos de entendimiento en varios puntos específicos” (no aclaró cuales) y deseó que “el secretario Blinken, a través de esta visita, aportara un resultado positivo a la estabilización de las relaciones”. Menos de 24 horas después, el presidente Xi recibió desde California, una fuerte provocación.
Hostilidad y diplomacia
En un evento de recaudación de fondos para el Partido Demócrata, en California, Biden, calificó a su homólogo chino de “dictador” y se burló de su desempeño como mandatario sugiriendo que lo “puentean” y que no está al tanto de lo que pasa en su país.
“La razón por la que Xi Jinping se enojó tanto cuando derribé ese globo lleno de material de espionaje es que él no sabía que el globo estaba allí. Para los dictadores es una gran vergüenza no saber lo que pasa”, dijo Biden con tonada de cowboy de Hollywood.
Semejante hostilidad, luego de una misión diplomática que buscaba supuestamente “distender” el vínculo, se encuadra en lo que el académico Alexander George, de la Universidad de Stanford, denominó, en 1971, la “diplomacia coercitiva”, una “política estadounidense que usa la amenaza o una fuerza limitada para obligar a un adversario a detener o revertir su acción”. Sanciones económicas, bloqueos técnicos, aislamiento político, amenazas militares, invasiones, son, entre muchas otras, las herramientas. Hoy Taiwán es una de las vías privilegiadas por las que Washington busca ejercer ese tipo de presiones.
Para EE.UU., lo ideal es que la situación en el estrecho de Taiwán –lo mismo que con la guerra en Ucrania- no sólo no se modifique, sino que se eternice. La isla carece de valor en sí misma y sólo es importante para Washington porque es importante para Beijing. Tener esa carta para cuando la necesite es fundamental para la Casa Blanca. ¿Cómo puede desempatar China ese juego?
La vía militar queda descartada y las soluciones coyunturales también. China apuesta a un verdadero cambio de época, lo que incluye una profunda reestructuración del orden global. En ese camino, el pasado 1 de julio entró en vigor la “Ley de relaciones exteriores”, una suerte de “libro blanco” de la diplomacia que busca una nueva concepción en materia de relaciones entre los países.
“A medida que China se acerca cada vez más al centro del escenario mundial –dice un editorial del Global Times, el diario que expresa el pensamiento del PCCh-, se ha vuelto más necesaria una ley integral que establezca los principios rectores, las posiciones fundamentales y el marco institucional de la diplomacia china. Esta legislación no es simplemente una respuesta a corto plazo a los desafíos externos”.
Una ley con dientes
La ley incluye las piedras basales del modelo chino: la perspectiva de desarrollo, los conceptos de seguridad y de civilización, y la idea de una comunidad de destino para la humanidad. “China aboga por la resolución pacífica de las disputas internacionales, se opone al uso o amenaza de la fuerza y rechaza el hegemonismo y la política de poder. Estos principios no solo representan la actitud diplomática de China, sino que también sirven como declaraciones y prácticas legales solemnes”, jura el gobierno comunista.
Pero también advierte: la nueva ley integral de política exterior tiene dientes. “Algunos medios occidentales se pusieron nerviosos por esta legislación e intentaron desacreditarla de inmediato. Esta reacción no es sorprendente. En primer lugar, es una proyección de la larga historia de abuso de acciones legales de EE.UU. Durante décadas, Washington ha pisoteado repetidamente el derecho y las normas internacionales, imponiendo sanciones unilaterales ilegales o intimidando a otros países, causando un daño significativo a muchas naciones”, dice el Global Times.
“Su promulgación tiene un trasfondo: la represión cada vez más irrazonable de EE.UU. a China, Tradicionalmente, nuestro país valora la armonía y es reacio a recurrir a contramedidas. Esta nueva normativa muestra la determinación de salvaguardar la seguridad, la soberanía nacional y los intereses de desarrollo de forma legal. En este sentido, esta ley tiene dientes. Cualquiera que trate con China con intenciones maliciosas e intente infringir sus derechos e intereses legítimos definitivamente sentirá el dolor. Este punto también es muy claro”.
Ambos países pasan por su peor momento desde 1979. Ante la creciente hostilidad de la Casa Blanca, China busca caminos alternativos y da respuestas inesperadas. Una, las nuevas reglas diplomáticas con categoría de ley. Otra, ampliar el tablero estableciendo alianzas con el mundo de los grandes negocios.
Días antes de encontrarse con Blinken, Xi recibió a dos íconos de los tiempos que corren, al CEO del JPMorgan, Jamie Dimon, y Bill Gates, fundador de Microsoft. Especialmente con Gates, Xi tuvo gestos muy elogiosos, lo llamó “amigo norteamericano” y lo invitó a quedarse en la Casa de Huéspedes Diaoyutai, cuyas puertas, históricamente, se abren para los dignatarios extranjeros de alto rango. En un mundo en transformación todos los juegos están abiertos.
El Destape, Buenos Aires.
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