POR JULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO
Los distintos gobiernos (si es que son distintos) del llamado “mundo libre”, nos convocan de manera reiterada y sistemática a superar, a olvidar ese “pasado” oscuro del nazi-fascismo que, según ellos, de manera extraña habría interrumpido abruptamente la limpia evolución y desarrollo de la “democracia” occidental. Sin embargo, tenemos que reconocer que ese “pasado” nazi-fascista ha condicionado de una manera ineludible todo el devenir histórico y la estructura de la llamada “democracia” y sus instituciones.
El fascismo, que se nos presentaba antes como la antítesis de la democracia, hace mucho tiempo que “contaminó” desde dentro el contemporáneo régimen liberal ya universalizado, es más, desde siempre el fascismo habita en las entrañas mismas de la llamada democracia. Sólo que hoy las reglas del llamado Estado Social de Derecho, han sido sustituidas por lo que se consideraba “excepción”, ese umbral de indeterminación entre la democracia y el autoritarismo o absolutismo, que pasó a convertirse en el “paradigma de gobierno dominante en la política contemporánea”.
Lo más grave, lo peor, de esta situación, es que estamos condenados, no solamente a la cotidiana y tediosa repetición de toda esa macabra teatralidad militarista y policiaca establecida por el nazi-fascismo con sus símbolos, imágenes, emblemas, distintivos, insignias, uniformes, pautas y consignas, sino, al ocultamiento de las verdaderas intencionalidades fascistas que les mueven.
Después del nacionalsocialismo y del fascismo; después de la segunda guerra mundial, paulatinamente, los distintos Estados y gobiernos del mundo nos han ido habituando a toda esta parafernalia, tanto como a la asiduidad y al horror de la muerte administrada por los agentes estatales, convirtiendo en cultura cotidiana, en práctica justificada legalmente, en comportamiento de vigencia universal, la llamada “defensa de la democracia” por parte de sus fuerzas militares, policivas y paramilitares. Esa supuesta obstinación por la defensa de “la democracia” de lo existente, esconde y disimula la real defensa del poder autoritario, totalitario, despótico, militarista que representan, pero que les es necesario enmascarar. En realidad, se trata de un velado triunfo póstumo de Hitler y de Mussolini.
El hecho de que algunos despistados policías, incurran en un abiertos homenajes a toda esa parafernalia simbólica nazi, no es más que la punta del iceberg de esa especie de “patrimonio cultural” inevitable que se ha establecido, no sólo en los organismos de vigilancia, control y represión, sino, también, en todo el engranaje político, empresarial, jurídico, profesional, científico, investigativo y académico de las sociedades “democráticas” occidentales, que acogieron con frenesí los aportes de la Alemania Nazi, llegando a crear entidades herederas de dicho régimen.
Instituciones prestigiosas como la llamada “Escuela de las Américas”, fundada un poco después del cese de la segunda guerra mundial, en el año de 1946, que inicialmente operó en la zona del canal de Panamá, bajo la administración colonial gringa y, ahora, en la base militar de Columbus en Georgia, siempre bajo la dependencia del ejército de los Estados Unidos, ha tenido líderes tan destacados como el criminal nazi Klaus Barbie -El carnicero de Lyon- quien, protegido y amparado por el gobierno norteamericano, se convirtió en asesor militar y anticomunista de varios Estados, bajo la tutela de los organismos de seguridad estadounidenses. El propósito fundamental de dicha “Escuela” es entrenar y asesorar a los militares latinoamericanos, no sólo en las técnicas de represión y tortura -forjadas en las diversas guerras que fomenta el imperio, como las del Vietnam, Camboya, Irán, etc.- contra el comunismo y contra los movimientos insurgentes, sino, como lo tuvo que reconocer el propio gobierno norteamericano, promover métodos de represión, técnicas de interrogatorio, tortura, asesinato selectivo y terrorismo de Estado.
A partir del 2001 la Escuela de las Américas fue rebautizada como “Instituto de Cooperación y Seguridad del hemisferio occidental”. Sin perder el rumbo, ha continuado en la formación de militares asesinos, pero ahora encubiertos con lemas y objetivos publicitarios como la promoción de los derechos humanos, la libertad y la democracia. Por supuesto han sido muchos los militares colombianos “formados” en esta “Escuela”.
Como si fuese poco, en los años 80 del pasado siglo las Fuerzas Militares y de Policía en Colombia contaron con la valiosa asistencia y apoyo del militar israelí Yair Klein quien -como lo confesó el propio mercenario- ayudó a organizar, a petición de empresarios, de políticos, del mismo ejército, y de otros organismos estatales, las fuerzas paramilitares que tantos resultados “positivos” han tenido para el mantenimiento del orden establecido. Asimismo, el señor Alexis López, un delirante neonazi chileno, faro intelectual del expresidente Álvaro Uribe Vélez, recientemente fue conferencista invitado por las fuerzas militares de Colombia para explicarles su arrevesada doctrina de la confrontación a la “Revolución molecular disipada”, un bodrio que pretende explicar de manera falseada, enredada y manipulada, las tesis de Félix Guattari.
Mientras estos aventajados alumnos de las escuelas de opresión y de tortura cumplen, a cabalidad, con sus emprendimientos, bombardeando niños -asumidos oficialmente como “máquinas de guerra-, reprimiendo la protesta ciudadana y desapareciendo y matando líderes sociales, defensores de derechos humanos, periodistas, campesinos y estudiantes, el pasado gobierno del subpresidente Iván Duque y su patético ministro de Guerra, Diego Molano, ante la teatral visita de la denominada Comisión Interamericana de Derechos Humanos, publicitaron con gran algarabía, la puesta en marcha una “reforma estructural” para las fuerzas policíacas, que consistió en el cambio de uniformes y el establecimiento de algunas normas para el ascenso y el escalafón de los uniformados.
Estas instituciones, adicionalmente, están marcadas por unos reiterados e incómodos escándalos, como lo certifican las múltiples denuncias contra prácticas inmorales realizadas en cuarteles y otras dependencias y sectores -como el suscitado con lo que dio en llamarse “La comunidad del anillo”-, lo que nos permite, precisamente, poner en evidencia taras, que constituyen algo así como el velado quehacer de todas estas beneméritas instituciones, cobijadas por el misterio y el silencio que imponen sus jerarquías.
Wilhelm Reich en su obra «La psicología de masas del fascismo», nos advirtió que la represión sexual, que se da en estas formaciones colectivas cerradas, cumple una función política de regulación, ordenamiento y aseguramiento de las relaciones políticas establecidas por los grupos hegemónicos, causando entre sus integrantes la sensación de disfrute y exaltación de cuanto hacen.
En fin, el capitalismo, que engendra el fascismo, pretende borrar mediante acciones publicitarias y de propaganda, los “errores cometidos en el pasado”, mientras continúa sosteniéndose, de manera irrevocable, en los arteros mecanismos de represión y control legados por los nazis, como ha podido evidenciarse con los macabros descubrimientos de las ejecuciones extrajudiciales de un gran número de jóvenes efectuadas por los militares y que eufemísticamente, el gobierno y sus medios de comunicación, llaman “falsos positivos”.
El fascismo no se puede seguir entendiendo como un ‘horror’ enterrado para siempre en el pasado; ha sido y es una alternativa permanentemente paralela y funcional a la llamada democracia. Está ahí presente, siempre ha estado ahí, porque, inexorablemente la democracia liberal ha conducido a un fascismo de nuevo tipo, hoy mundializado, y que tiene sus fundamentos conceptuales en las propias teorías de la Ilustración ya puestas en evidencia. Se trata de un fascismo “nuevo” con un formato distinto al “antiguo”, pero idéntico en sus caracteres básicos: subalternidad de las gentes, amplio despliegue de símbolos, alegorías y emblemas, movilización total de las masas, manipulación mediática de las emociones de los sectores populares y, por supuesto, la promoción de unos supuestos esfuerzos abnegados, inteligentes y “patrióticos” de las tan permanentes como agresivas y criminales fuerzas armadas, así como ausencia de oposición, carencia de crítica y de resistencia; cooptación generalizada, es decir, ‘docilidad’ de la población; expansionismo, afán de universalización, belicismo y voluntad de exterminar todas las diferencias (culturales, psicológicas, políticas, económicas…) bajo el manto de un monótono pensamiento único, uniformador.
Superpuesto en el aparato político de la llamada democracia, con todos esos grupos llamados partidos o movimientos políticos, -que en realidad son empresas electorales-, con el ritual electorero, el parlamento, las ramas del poder, una fingida prensa “libre” -en realidad razoneros de las mafias y publicistas fletados-, etc., vivimos ya de manera generalizada ese fascismo democrático instalado cómodamente en nuestras sociedades. Las grandes movilizaciones de antaño, el ciego seguidismo a mesiánicos caudillos, el fervor que acompañó a los fascismos antiguos, hoy parece sustituido por una total “falta de entusiasmo”, por la despolitización de la sociedad debido a la práctica insulsa del liberalismo político.
Vivimos ya una “democracia” que logró despolitizar la población, ahuyentando a los ciudadanos de la política y dejando esa actividad en manos de reducidos círculos de pequeños seres humanos, mezquinos, ambiciosos, mediocres y corruptos, comprometidos solamente con el pragmatismo cínico de sus intereses personales, cuando no con los intereses imperiales.
El fascismo que solía ser explicado como un horroroso fenómeno “aislado” que respondía a causas muy determinadas, propias de un tiempo y de unos países, de hombres perversos y de mentalidades oscuras que poco o nada tendrían que ver ya con nosotros, con “extraños” planteamientos xenófobos, racistas, nacionalistas, autoritarios, totalitarios, ahora ya es un asunto cotidiano, de tranquila aceptación por parte de una ciudadanía aletargada, de unos sujetos sometidos que aceptan las represiones policiacas y los permanente crímenes de Estado, como algo ordinario, corriente, habitual…
“La sombra larga y oscura” del nazi-fascismo está ahí y continuará ahí, vigente y contundente, con una policía que controla y reprime hasta el pensamiento, marcando los derroteros de la democracia occidental, pues, como lo expresara Imre Kertéz, sobreviviente de los campos de concentración y de exterminio y Premio Nobel de Literatura del año 2002: “La sombra larga y oscura del holocausto se proyecta sobre toda la civilización en que ocurrió y que debe seguir viviendo con el peso de lo ocurrido y con sus consecuencias…”.