POR LAURA ARROYO
Durante días hemos visto halagos, aplausos y odas a Mario Vargas Llosa por parte de quienes rechazan -o, al menos, dicen hacerlo- la represión del régimen de Dina Boluarte o de su gobierno. Hemos leído y oído semblanzas orgullosas que se justificaban bajo el paraguas de ese debate amplio y no resuelto sobre el artista y su obra. Y digo «no resuelto» porque encierra algo en el fondo que me hace bastante ruido.
Detengámonos un poco en la frase «hay que separar la obra del artista». Si lo pensamos con cuidado, detrás de esa frase no se están cuidando «las obras» como pareciera ser la intención, sino, por el contrario, se busca excusar a los artistas. Como si no pudiéramos reconocer que si bien una sinfonía wagneriana puede ser maravillosa musicalmente fue escrita por alguien que discriminaba a los judíos señalando que no tenían capacidad creativa (o la tenían limitada). Es más, creo importante valorar las obras sabiendo también quiénes las construyen porque en eso radica también el lugar desde el que son enunciadas. Y ello no le quita valor a las obras, sino que las entiende como algo más que producciones aisladas de la sociedad, pues ninguna obra de arte está jamás aislada de la realidad que la motiva, al igual que ningún artista es apolítico, por más que algunos se esmeran en mentir diciendo que lo son.
Esa intención de limpiar al artista no supone cuidar las obras, por el contrario las percude y percude todavía algo más: percude la memoria.
Puedo decir, sin temor a equivocarme, que ‘La guerra del fin del mundo’ es una gran novela. Y puedo decir también que es una lástima que la escribiera un antidemócrata, racista y misógino como Vargas Llosa. Del mismo modo que puedo decir que es una vergüenza que alguien como él sea el que nos represente a nivel internacional porque no lo hace como escritor, sino como sujeto político. Basta mirar la hemeroteca de sus entrevistas para saberlo. Valorar su obra supone reconocer quién es su artista sin que por eso la obra deje de ser excelente. ¿Por qué? Porque las obras no se disocian de su realidad y por tanto tampoco de quien, en este caso, las escribe.
Pero en el caso de Vargas Llosa esa frase que nos dice «separar la obra del artista» es todavía más ruidosa y hasta perversa. No se trata de un artista que busque el silencio político. Por el contrario, se trata de un artista que busca el reconocimiento de su papel político todo el tiempo y que habla en nombre del Perú y sobre el Perú -y también España- siempre que puede. Es el de las fotos con su gran amigo el Rey Emérito Juan Carlos I, aquel al que no se le puede investigar por corrupción por el pacto de silencio que tiene Casa Real en España. Es también el gran ponente de las conferencias políticas estatales del Partido Popular -el partido más corrupto de Europa- o de los mítines con nada más y nada menos que el fascismo de VOX en la tribuna, con quienes tiene mucho en común. Es también el gran «avalador» (de la mala suerte de momento) de candidaturas como la de Bolsonaro, Kast o Fujimori en las últimas elecciones peruanas. Y uno de los principales defensores de la tesis del fraude por un lado y de la asonada «comunista» (inexistente, por cierto) por el otro. Y nada de esto quita que ‘La guerra del fin del mundo’ sea una gran novela, pero a mí me quita las ganas de considerarlo un artista y por supuesto de aplaudirle cualquier cosa disfrazándola de división objetiva. Ojalá otros artistas de muchísimo nivel -que los hay- pero sobre todo talante democrático y empatía social contaran con los contactos de Mario Vargas Llosa que son en buena cuenta los que le abren también las puertas a una serie de galardones.
Así como una obra de arte no es aislada de su contexto, ¿puede un artista serlo al margen de su tiempo, su contexto y su sociedad? Me parece que no. Por el contrario, es justamente ese contexto y esa realidad las que constituyen la identidad de un artista. Y por eso hoy cuando leo esta carta que Mario Vargas Llosa envió a Dina Boluarte señalando que «viene ejerciendo el cargo de manera muy valiosa» no sólo no me sorprende sino que me invita nuevamente a dejar de lavarle la cara a un sujeto solo porque escribió buenas novelas que he leído con pasión hace muchos años.
Es una vergüenza que alguien así represente al Perú fuera. No hay obra de arte que justifique que quieras eliminar el voto de quienes «votan mal», que justifique señalar que las feministas son feminazis, que justifique la discriminación racista y clasista, que justifique el negacionismo al hablar de un fraude que nunca existió, o que justifique el contubernio con el fascismo europeo sólo porque defiende el modelo económico que tan bien te ha tratado.
Perdonen entonces los adalides de la división «neutral» entre un artista y su obra que ni hoy ni mañana aplauda a su querido Vargas Llosa. Porque esta carta es tal vez la pluma que más deberíamos recordar. La pluma de la complicidad en un momento en que en tu país se está matando a gente y ejecutando extrajudicialmente solo por salir a protestar. Una pluma de vergüenza que ninguna novela puede borrar.
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