
POR ATILIO A. BORON /
La democracia que conocemos es solo una fachada, un escenario montado para hacer creer que el ciudadano tiene cierto grado de poder, cuando en realidad todo está controlado por las grandes élites.
¿Qué tan real es la democracia? ¿Nos están vendiendo un sueño? En la práctica, los mercados gobiernan, no el pueblo. Esta es la verdadera cara de las democracias modernas: una plutocracia que ha tomado las riendas del poder, mientras los ciudadanos se ven cada vez más alejados de las decisiones cruciales.
El capitalismo y la democracia son dos fuerzas incompatibles, y esta contradicción se siente en todo el mundo. Esta lucha se refleja en crisis económicas, desigualdad, y el vacío democrático que atraviesan nuestras sociedades.
El sistema democrático contemporáneo constituye la más sofisticada maquinaria de dominación política jamás concebida. No estamos ante una simple distorsión del ideal democrático, sino frente a su completa inversión ideológica.
La «poliarquía» es un término acuñado por Robert Dahl en su clásico libro ‘La Poliarquía: Participación y oposición’ (1971) que hoy cobra un significado radicalmente distinto, dado que dicho sistema opera mediante tres mecanismos fundamentales que hemos identificado tras décadas de investigación:
Primero, la atomización del sujeto político. El sistema ha logrado convertir al ciudadano en un pasivo receptor de políticas, o de “ofertas electorales”, debilitando progresivamente las formas de organización colectiva autónoma. Según las tendencias globales documentadas por el World Values Survey, la participación en actividades políticas más allá del voto, como la afiliación a organizaciones de base, muestra una notable disminución.
Segundo, la construcción de un “consenso manufacturado”, tal como lo estudiara el gran semiólogo estadounidense Noam Chomsky. Los medios de comunicación masivos, dominados por conglomerados globales, han perfeccionado la presentación de los intereses de las élites como el «sentido común» democrático. Según el Media Ownership Monitor, los principales conglomerados de medios incluyen a The Walt Disney Company, Warner Bros. Discovery, Comcast, Paramount Global y Fox Corporation.
Esta concentración mediática facilita la difusión de narrativas homogéneas que favorecen la pasividad de la ciudadanía a la vez que imponen y normalizan perspectivas neoliberales.
Tercero, la neutralización institucional del poder popular. El entramado institucional de la democracia liberal absorbe y desactiva impulsos de transformación profunda. Diversos estudios analizan cómo las reformas estructurales impulsadas por organismos internacionales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), han influido en las decisiones políticas en América Latina. Por ejemplo, el artículo «El FMI como instrumento clave en la lucha de clases» sostiene que este organismo ha desempeñado un papel significativo en la reconfiguración y extensión del dominio del capital financiero internacional sobre los países de la región e inclusive, más allá de ella como en Grecia en 2015 (El Trimestre Económico).
Asimismo, se ha señalado que las reformas estructurales en América Latina han sido incompletas y heterogéneas, con mayores avances en áreas como las reformas comerciales y financieras (publicaciones IDB).
Por consiguiente, esta no es una teoría conspirativa, sino el resultado de análisis rigurosos sobre la evolución del sistema político democrático en el capitalismo tardío. La evidencia empírica es amplia y está documentada en múltiples estudios académicos. En libros tales como ‘Estado, Capitalismo y Democracia en América Latina’ (1992), ‘Tras el búho de Minerva, Mercado contra democracia en el capitalismo contemporáneo’ (2000) y ‘Aristóteles en Macondo’ (2004) he examinado detalladamente estos temas.
La democracia como control social
Los Documentos Federalistas (Federalist Papers) celebrados como la base teórica de la democracia moderna, son en realidad el manual operativo de un proyecto aristocrático disfrazado de democracia. El análisis historiográfico contemporáneo (Wood, «The Creation of the American Republic», 1776-1787) revela una verdad perturbadora que cambiará tu comprensión del sistema político actual.
En efecto, Madison, Hamilton y los demás «Padres Fundadores» enfrentaban un dilema fundamental: ¿cómo crear un sistema que aparentara ser democrático mientras protegía eficazmente los intereses de la minoría propietaria y de los esclavistas del Sur? Su solución fue brillante y a la vez perversa.
La República Extensa: en el Federalista No. 10, Madison sostiene que un territorio amplio dificultaría la organización popular efectiva. Este argumento ha sido respaldado por estudios contemporáneos que indican que las distancias físicas pueden reducir la cohesión social y aumentar los costos de organización.
El Sistema Representativo: los escritos de Hamilton revelan que la representación fue diseñada como un filtro aristocrático, donde los representantes debían ser «los comerciantes, los propietarios y los profesionales», excluyendo a los trabajadores y los farmers (pequeños agricultores). Esto sugiere una intención deliberada de limitar la participación democrática.
El Diseño Institucional: las minutas de la Convención Constituyente muestran discusiones sobre cómo contener el «exceso de democracia». Se diseñó el Senado como una cámara aristocrática y se estableció un sistema judicial no electo para vetar la legislación popular, además de otorgar al ejecutivo poderes significativos en política exterior. Aún más importante, se estableció un sistema indirecto de elección del presidente basado en Colegios Electorales, que sirven como un medio para neutralizar cualquier “exceso” o exigencias planteadas por la masa plebeya.
Este enfoque no se limitó a Estados Unidos. Investigaciones sobre la difusión constitucional en América Latina durante el siglo XIX indican que este modelo se replicó ampliamente, creando estructuras políticas similares en varios países de la región.
La gran estafa ideológica del liberalismo
El triunfo ideológico del liberalismo se considera una de las operaciones de ingeniería social más significativas de la historia moderna. Su efectividad radica en haber transformado un proyecto de dominación de clase en un sentido común democrático y popular ampliamente aceptado.
La resignificación de la Libertad
El liberalismo logró asociar la «libertad» con los derechos de propiedad. C.B. Macpherson lo describió como «individualismo posesivo», donde la libertad se reduce a la capacidad de poseer y acumular. Los registros parlamentarios británicos de 1832, el año en que se sancionó la primera reforma electoral que ampliaba un poquitín el tamaño del electorado, evidencian cómo se rechazaron sistemáticamente propuestas de democracia económica en nombre de la «libertad individual».
La separación estratégica
Una innovación clave del liberalismo fue la separación entre «lo político» y «lo económico». Este análisis se refleja en los debates de la Asamblea Nacional Francesa en 1848, donde se estableció esta división para proteger la propiedad privada frente a las amenazas de la democratización.
La neutralización del conflicto
El liberalismo transformó las luchas de clase en meras «diferencias de opinión» dentro de un marco estatal que se presentaba como neutral. Archivos de instituciones liberales del siglo XIX indican una estrategia consciente para despolitizar el conflicto social, minimizando así las tensiones inherentes a las desigualdades económicas.
Consecuencias de la operación ideológica
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La democracia se redujo a un procedimiento formal de votación.
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Los derechos políticos han quedado desconectados de los derechos económicos.
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La igualdad formal coexiste con desigualdades materiales cada vez más extremas, reflejando una tensión persistente entre el ideal liberal y la realidad social contemporánea.
La arquitectura del poder global: cuando los mercados secuestraron la democracia
La metamorfosis del capitalismo tardío ha producido una mutación fundamental en la naturaleza del poder político. El análisis riguroso de esta transformación revela una verdad perturbadora: vivimos bajo una dictadura del capital financiero que ha vaciado por completo el contenido de la democracia liberal.
Esta dictadura opera a través de una arquitectura institucional sofisticada que ha sido identificada por numerosos autores tras años de investigación.
El primer pilar es la autonomización del poder financiero. Los bancos centrales, a menudo presentados como instituciones «técnicas», desempeñan un papel crucial en la estructura del sistema financiero global y en la economía en su conjunto. La autonomía de los bancos centrales ha sido objeto de análisis, y se ha argumentado que su independencia puede limitar la capacidad de los gobiernos para implementar políticas económicas efectivas. Según un estudio del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), esta autonomía ha llevado a una reducción del control soberano sobre la política económica, favoreciendo los intereses del capital financiero internacional.
El segundo pilar es la captura regulatoria global. Documentos del Fondo Monetario Internacional (FMI) han expuesto que las «condicionalidades» impuestas en los programas de asistencia no solo buscan la «estabilidad económica», sino que también limitan la soberanía democrática en la política económica. De hecho, se ha documentado que el 89 % de los programas del FMI entre 1990 y 2023 incluyeron cláusulas que restringen directamente las decisiones soberanas de la ciudadanía en los procesos electorales.
El tercer pilar es la financiarización total de la existencia social. El capital financiero ha llegado a dominar no solo la economía, sino también aspectos fundamentales de la vida cotidiana. Los datos son reveladores:
Mercado de derivados
A nivel global la suma es impactante: el volumen de negocios en los mercados cambiarios extrabursátiles promedió 7,5 billones de dólares por día en abril de 2022.
Control corporativo: BlackRock, Vanguard y State Street Corporation poseen participaciones significativas en el 90 % de las empresas del S&P 500.
Deuda global: la deuda mundial ya ha alcanzado la cifra récord de 307 billones de dólares en 2023, según el Instituto de Finanzas Internacionales.
Las consecuencias son profundas: la democracia se ha transformado en un proceso formal y ritualizado, mientras que el poder real parece residir en algoritmos de trading y decisiones tomadas por gestores de fondos globales.
Esto plantea serias interrogantes sobre el futuro de la soberanía democrática y el control sobre las políticas económicas.
¿Por qué es imposible democratizar el capitalismo?
La contradicción entre capitalismo y democracia ha alcanzado un punto de no retorno histórico. No estamos ante una simple «tensión» que pueda resolverse mediante reformas: enfrentamos una incompatibilidad estructural que se manifiesta en tres dimensiones fundamentales.
Primera dimensión: La insostenible concentración del capital
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El 10 % más rico de la población mundial se lleva actualmente el 52 % de la renta mundial, mientras que la mitad más pobre obtiene el 6,5% de la misma.
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La riqueza heredada ha superado a la riqueza generada por el trabajo, reflejando una creciente desigualdad en la distribución de recursos.
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El coeficiente de Gini global ha alcanzado niveles históricos, indicando una desigualdad extrema en la distribución de la riqueza.
Esta concentración de capital hace prácticamente imposible cualquier pretensión de establecer una igualdad política real, base de cualquier ordenamiento democrático.
Segunda dimensión: la crisis de reproducción social
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La contradicción entre capital y vida ha llegado a un límite crítico:
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Los sistemas de cuidados están enfrentando un colapso en diversas regiones del mundo.
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La crisis climática amenaza la base material de la existencia humana, exacerbando las desigualdades existentes.
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La precarización laboral ha socavado las bases de la reproducción social, afectando a las comunidades más vulnerables.
Tercera dimensión: el colapso de legitimidad
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Solo el 12 % de la población cree que vive en una «democracia real».
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Un 78 % considera que el sistema ha sido «capturado por élites».
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La participación electoral está en declive sistemático en todo Occidente, lo que refleja una creciente desconfianza en las instituciones democráticas.
Como argumentó Ellen Meiksins Wood, el capitalismo es el primer sistema en la historia que permite una igualdad política formal mientras mantiene y profundiza una desigualdad económica radical. Esta contradicción ya no puede sostenerse sin consecuencias significativas para la estabilidad social y política.
La democracia revisitada