POR LUZ MARINA LÓPEZ ESPINOSA
“Si debo morir, debes vivir para contar mi historia”.
– Refaat Alareer
El impío, impiadoso -¿qué palabra utilizar?- fusilamiento de niños y aun de neonatos, conjugación verbal absurdamente ennoblecida como calificación de tal acto de ferocidad y barbarie, es una especie de signo de identidad de lo que es y significa el sionismo. Tanto más fácil comprenderlo, cuanto son sus líderes e ideólogos quienes reivindican esa vocación de odio que le es inmanente a la doctrina y lleva a sus adictos a realizar conductas tales y considerarlas justas e irreprochable. ¿Acaso no hablan abiertamente ellos de exterminar al pueblo palestino como condición esencial de la consolidación del ente estatal sionista a cuya existencia a su vez condicionan su sobrevivencia? Y con tal impostura, reivindican los crímenes más abominables como actos de “legítima defensa”. De ahí, ese proyecto de construir un “hogar nacional judío”, es decir, uno racista y excluyente que -proclaman sin escrúpulos- tiene derecho a dominar todos los territorios que en la remota antigüedad constituyeron los imperios egipcio, persa y sumerio, y que les habría otorgado el mismísimo Dios.
¿Y en ese propósito no comienzan por declarar algo inconfesable e insostenible bajo cualquier doctrina política, religiosa o moral: que los palestinos son “animales no humanos”, consideración que de una parte los autorizaría a exterminarlos físicamente como en efecto lo están haciendo en estos años de horror de 2023 y 2024, y de otra, los pone fuera de la jurisdicción penal internacional que califica tal acto como crimen de genocidio y así lo repudia y castiga? Juricidad internacional que no entendemos por arte de quién o qué -¿el oro del mundo?– el ente llamado Israel lleva setenta años violando con total impunidad.
Esa apelación tan fiel y directa al nazismo que calificaba de “piojos” a los judíos como los sionistas hoy califican de “serpientes” a los palestinos y con derecho a eliminarlos, muestra la identidad de las dos ideologías. ¿Y habrá que decir de la calidad innata de ambas, signo de identidad, su carácter racista y supremacista, así sea de la apelación a la violencia como argumento para hacerlo valer?
Por ello, en este año de muerte y olvido de 2023, hemos visto cómo además de las multitudinarias manifestaciones en todo el mundo repudiando el genocidio, grupos auténticamente judíos, es decir lo que esta fe tiene de religiosa y espiritual, se pronuncian con fuerza contra esa vulgar instrumentalización de la cultura y tradición judías que es el sionismo, doctrina materialista de poder y dominación. Inclusive, sorprendente, nos recuerdan cómo ya en 1948 un judío sionista, Judah L. Magnes en una carta al medio Commentary, decía sentirse avergonzado del tratamiento dado a los palestinos. Y con una lógica demoledora, recriminaba que al tiempo de instalarse los judíos en Palestina invocado como justa razón el ser unos desplazados, estaban produciendo una nueva generación de desplazados, precisamente los ocupantes ancestrales de Tierra Santa. Se refería Magnes nada menos que a las atrocidades de la Nakba.
Y no es sólo ese judío el que reprocha la brutalidad de los actos cometidos por los sionistas que gobiernan Israel, escudados en el relato judío, remontándose al Antiguo Testamento y aun justificándose en disposiciones divinas nada menos. Como alguien anotó acertadamente, un Dios en el que no creen, pero les habría adjudicado esa tierra. Contemporáneamente son muchos intelectuales de reputación internacional que plenos de argumentos políticos, jurídicos y morales, demuelen el edificio de mentiras con las cuales Israel pretende legitimar la ocupación de Palestina. Y reivindican el incontestable derecho de los palestinos de vivir en su tierra. Entre esos pensadores, Gideón Levy, Ilán Pappé, Noam Chomsky y la ya fallecida Hannah Arendt. ¿Será que de ellos se puede predicar el embeleco de “antisemitas”?
Hannah Arendt por ejemplo, con hondura política y filosófica trató el tema del sionismo y su incidencia en lo que vino a ser el conflicto árabe-israelí. Ella, quien acompañó el proyecto sionista en sus comienzos –lo cual no es poco decir– y elaboró teorías que lo legitimaban históricamente, pronto descubrió lo ahistórico del mismo y la contradicción esencial que entrañaba. Aún más: la imposibilidad de que concebido como estaba, él permitiera que los judíos pudieran vivir y progresar con paz y seguridad como era la supuesta idea. Entre las muchas razones que su posición de intelectual honrada no podía pasar por alto, está la de que el proyecto sionista estaba basado en una impostura monumental: los judíos que eran un pueblo sin tierra, se asentarían en una tierra sin pueblo. ¡Y este sería Palestina! La consecuencia de una falsedad tal no podía ser otra que mediante el exterminio de ese pueblo por milenios allí asentado, hacer verdad eso de una tierra sin pueblo. De ahí atrocidades cono la Nakba de 1948. Con mejores palabras no lo pudo decir Hannah: “El proyecto sionista habría de conducir a una crisis moral y política marcada por el terrorismo y el aumento de los métodos totalitarios que se toleran en silencio y se aplauden en secreto”. Ella que murió hace más de treinta años parecería estar hablando en este diciembre de 2023 cuando el terrorismo vislumbrado escaló al nivel de genocidio. Y en cuanto a la crisis moral y política tan acertadamente prevista, Israel jamás se recuperará de la injuria de haber realizado una limpieza étnica contra un pueblo que lo único que reclama es vivir en paz en la tierra heredada de sus mayores, en la que convivían en armonía con comunidades judías minoritarias. Y tanto esa crisis, que por toda parte abundan los análisis serios que resaltan los concluyentes signos de identidad entre sionismo y nazismo, y las caricaturas inteligentes que igualan a Netanyahu con Hitler.
En los lujosos tours que interesadamente las autoridades de Israel programan cada año para periodistas influyentes del mundo -con todos los gastos pagos desde luego – se esfuerzan en mostrar y promocionar los encantos de “la única democracia del Medio Oriente”. Democracia que era otro de los objetivos promesa del sionismo. Engaño que han develado entre muchos, los mismos pensadores judíos mencionados. Básicamente, no puede haber democracia cuando la mayoría de la población del territorio del supuesto Estado, está excluida. Aún más: se la desconoce. Pero como la demografía no deja mentir y la tiranía de los números echa por tierra el sofisma democrático, entonces los pregoneros de “la única democracia del Medio Oriente”, apelan a una “solución final” para “el problema palestino” y así poder ser una verdadera democracia: limpieza étnica; eliminarlos. ¿Reinharsd Heydrich el nazi creador de la “solución final” para “el problema judío”? ¿Hitler? ¿Goebbels? Himmler? Creemos que todos juntos.
De ahí, que en este año de injurias y sepulcros del 2023 y 2024 que con tan pérfidos augurios comienza, la humanidad haya presenciado escenas que en su lento y penoso devenir, supuso por siempre jamás canceladas y depositadas en la alcantarilla del nunca más. Escenas que ni siquiera a modo de ilustración se pueden describir. Baste aludir apenas a los miles de niñas y niños asesinados a sangre fría, algunos en las incubadoras; las madres infructuosamente cubriendo con sus cuerpos sus pequeños bajo la placa de hormigón, los médicos sepultados junto a sus pacientes en el quirófano, mujeres y hombres aplastados con su familia en el refugio del hogar, sanitarios humanitarios del mundo entero masacrados…
En medio de este desesperanzador panorama, no podía ser infiel la Caja de Pandora; una luz sale de ella. Esa que con enorme preocupación admiten los autores del genocidio, es que nadie con tanta convicción en su fe, en su Dios y en la justicia de su causa, que el pueblo palestino. Y que por eso, mientras sobreviva uno, su lucha persistirá siendo el martirio sólo un precio a pagar por ella. Tal la razón por la que desde los escombros de los edificios derruidos que sepultan a miles, un coro como de ultratumba atormenta al ocupante: “Desde el río hasta el mar, Palestina será libre”.