Un socialista llamado Albert Einstein

Albert Einstein (1879-1955).

POR RODOLFO APREDA /

Las ideas del connotado físico alemán para superar los daños del capitalismo.

En un artículo de la revista The Monthly Review, en 1949, Albert Einstein (1879-1955) destacó tres aspectos negativos del capitalismo: concentración económica, codicia y mutilación psicológica.

En mayo de 1949 una revista científica tomó por sorpresa el ambiente político y académico de Estados Unidos. No sólo se instaló en el mundo editorial, sino que subsiste 65 años más tarde. Se trata de The Monthly Review, dedicada a la discusión y divulgación de las ideas socialistas. Sus fundadores, Leo Huberman y Paul Sweezy, fueron formidables exponentes de la izquierda norteamericana.

Cada ejemplar contiene un artículo de fondo, escrito por una personalidad de relevancia. Para el primer número, el trabajo titulado “¿Por qué el socialismo?” se transformaría, hasta hoy, en el más leído y solicitado en la historia del mensuario. Su autor fue Albert Einstein, quien desarrolló en siete páginas el credo socialista que había animado toda su vida.

Por qué el socialismo

Einstein propone adoptar el socialismo para superar los daños que engendra el capitalismo en individuos, grupos sociales o naciones, pero fortaleciendo el proceso mediante una profunda reforma educativa.

“Estoy convencido que hay un sólo camino para eliminar los males del capitalismo, y es a través del establecimiento de una economía socialista, acompañada por un sistema educativo orientado hacia fines sociales. En semejante economía, los medios de producción pertenecen a la sociedad y se utilizan de manera planificada. Una economía planificada es la que ajusta la producción a las necesidades de la comunidad, y que administra el trabajo a realizar por aquellos en condiciones de hacerlo, garantizando así la subsistencia para cada hombre, mujer o niño”, explica.

A continuación, agrega una cualidad diferencial del socialismo, reclamando compromiso y participación de los ciudadanos en la construcción del bien común: “La educación del individuo, además de promover sus habilidades innatas, procuraría desarrollar un sentido de responsabilidad por sus congéneres, en lugar de la glorificación del poder y el éxito que encontramos en nuestra sociedad presente”.

Los males del capitalismo

En vez de proporcionar una extensa lista de fracasos, enfermedades y amenazas del capitalismo, Einstein se detiene en tres de sus aspectos más negativos, los que muestran una singular vigencia cuando los trasladamos a nuestros días:

La concentración oligopólica, sistema por el cual grupos empresariales acumulan poder económico y político que les permite fijar arbitrariamente no solamente los precios de mercaderías y servicios, sino también las condiciones de su venta y financiación, los salarios de los trabajadores y las retribuciones a los proveedores. Por otra parte, transfieren aviesamente y a escondidas recursos materiales y humanos a través de túneles contables, financieros, económicos y sociales, en localizaciones offshore que facilitan la evasión impositiva y el lavado de activos.

“El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a la competencia entre los capitalistas, en parte porque el desarrollo tecnológico y la creciente división del trabajo estimula la formación de enormes conglomerados de producción a expensas de unidades más pequeñas. El resultado de estas tendencias es una oligarquía de capital privado cuya influencia no puede ser contrarrestada de modo efectivo por una sociedad política que se organiza democráticamente”, escribe Einstein.

La plutocracia de empresarios y banqueros aumenta su influencia adquiriendo medios de información masivos y ofreciendo apoyo económico al sector educativo de manera de convertirlo en un instrumento oligárquico y faccioso. “Además, en las presentes circunstancias, los capitalistas privados controlan inevitablemente, de modo directo o indirecto, las principales fuentes de información (prensa, radio, televisión, y educación). Por lo tanto, resulta extremadamente difícil, sino imposible, para cada ciudadano individual, alcanzar conclusiones objetivas o utilizar inteligentemente sus derechos políticos”, sentencia.

Una de sus preocupaciones centrales consiste en la codicia neurotizante y depredadora que persigue el beneficio económico como un fin en sí mismo, a cargo de gerentes, accionistas e inversores financieros. Naturalmente, estos personajes manifiestan un bochornoso desprecio hacia los trabajadores y sus familias, que extienden hacia los desempleados y amplios contextos de la precariedad social que ellos generan y consolidan con indiferencia.

“La búsqueda excluyente de beneficios, junto a la competencia entre los capitalistas, es responsable de la inestabilidad observable en la acumulación y utilización del capital, lo que conduce a depresiones económicas cada vez más severas. La competencia sin límites produce desperdicio o desaprovechamiento de la fuerza laboral, y el deterioro de la conciencia social de los individuos”, resume Einstein.

La mutilación psicológica y social de los individuos. En el capitalismo se enriquecen unos pocos y se pauperizan los grandes colectivos sociales, enajenando a los seres humanos de su entramado social y cultural, convirtiéndolos en commodities, o sea objetos transables en los mercados por un precio antojadizo, y expropiándoles la mayor parte de su contribución a la productividad y la creación de valor.

“Considero esta mutilación de los individuos el peor de los males presentes en el capitalismo, y es el sistema educativo el que lo sufre en mayor medida. El ser humano es capaz de encontrar sentido en su vida sólo cuando se compromete y dedica a la sociedad”, explica Einstein.

Las observaciones de Einstein articulan un camino para acometer con esperanza una visión alternativa. En tiempos actuales, el capitalismo está en un callejón sin salida como muestra el profesor Fred Goldstein en su trabajo más reciente, Capitalism at a dead end, a pesar de ciertos experimentos farandulescos de la extrema derecha en unos pocos países con graves problemas sociales y económicos estructurales.

Esos experimentos han terminado siempre en calamitosas crisis para sus habitantes como ya ocurrió en Argentina en el 2001 y durante el gobierno de Mauricio Macri. ¿Cuesta tanto asimilar lo que explicara hace un siglo el filósofo George Santayana: “Aquellos que no son capaces de recordar el pasado están condenados a repetirlo”?

Página/12, Buenos Aires.