POR RENAUD DUTERME /
Supuestamente el rol del Banco Mundial es el de favorecer el desarrollo y mejorar las condiciones de vida de las poblaciones de los países que a él se acogen. Pero eso solo está en el papel porque en la realidad no es así.
Lejos de asumir esos objetivos, el Banco Mundial, históricamente controlado por Estados Unidos para satisfacer sus intereses económicos y usurarios, es un instrumento de subordinación de los países endeudados en relación con las potencias más industrializadas, con graves consecuencias a nivel humano y medioambiental.
Militante infatigable, fundador y portavoz del Comité para la Abolición de las Deudas Ilegítimas (CADTM), Éric Toussaint, historiador y economista belga, acaba de publicar una requisitoria superdocumentada contra el Banco Mundial. Allí, denuncia a una institución que avanza en la sombra a pesar de una influencia capital (y capacidad de daño) en el maldesarrollo (1) de una buena parte del mundo.
Toussaint describe la trayectoria de este organismo internacional desde su fundación, en 1944, hasta nuestros días, desenmascarando sus políticas, su modo de funcionamiento y a sus dirigentes. Además, se incluyen siete estudios más detallados de países sobre la política del Banco Mundial, sus mecanismos y sus consecuencias: Filipinas, Turquía, Indonesia, Corea del Sur, México, Ecuador, Ruanda, así como se analiza el caso de Timor Oriental.
Banco Mundial. Una historia crítica devela una serie claves para responder un conjunto de interrogantes sobre esta cuestionada institución global que con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial de Comercio (OMC) constituye el ‘Vaticano’ del neoliberalismo mundial.
¿El Banco Mundial busca combatir la pobreza en el mundo? ¿Cuál es el balance de su acción que se extiende a lo largo de más de siete décadas? ¿Quién dirige el Banco Mundial y cómo funciona? ¿Cuáles son sus relaciones con las grandes potencias y en particular con Estados Unidos? ¿Qué relaciones mantiene con otras importantes instituciones internacionales como la ONU, el FMI, la OMC? ¿Por qué las políticas que recomienda no garantizan a las poblaciones la satisfacción de sus necesidades básicas y sus derechos? ¿Por qué el Banco Mundial apoya regímenes dictatoriales? ¿Por qué interviene para desestabilizar o ayudar a derrocar gobiernos que buscan un camino original? ¿Por qué dice que el aumento de la desigualdad es necesario para el desarrollo? ¿Por qué afirma que los países del Sur deben endeudarse para desarrollarse? ¿Es responsable del estallido de las crisis de la deuda en los países en desarrollo? ¿Cuál es el impacto de su acción en la seguridad alimentaria, en el medio ambiente, en la salud pública, en las mujeres, en quienes viven de su trabajo? Todos estos sugerentes interrogantes son respondidos en el libro de Toussaint.
En el prefacio de la obra, Gilbert Achcar, profesor libanés de Estudios de Desarrollo y Relaciones Internacionales en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres señala que tantos el Banco Mundial como el FMI han hecho estragos principalmente en los países del Sur, lo que explica en parte la tutela y los retrasos de éstos países en relación con las naciones del Norte.
Achcar anota que ambas instituciones han implementado las medidas clave del cambio neoliberal imponiendo sus principales axiomas: la privatización de las empresas públicas; la reducción del sector público, que ocupa un lugar mucho mayor en las economías del norte; la precarización del trabajo con aún menos derechos que para los trabajadores del norte; la reducción de los déficits presupuestarios y, por lo tanto, del gasto social y de la inversión pública; la opción por la inversión privada libre de cualquier regulación pública. El neoliberalismo tiene aún mayor peso en los países del Sur, especialmente porque ya ni siquiera le importa pretender la democracia liberal y apoya sistemáticamente las dictaduras. La palanca del neoliberalismo ha sido constituida por la deuda.
Se echaba en falta una historia crítica de la actuación del Banco Mundial desde 1944 a la actualidad. Este libro que viene a llenar ese vacío, adopta un enfoque cronológico para analizar el Banco Mundial desde sus orígenes hasta 2021.
Préstamos, geopolítica y maldesarrollo
En esta entrevista Toussaint se refiere al alcance de este su más reciente trabajo bibliográfico.
¿Puedes recordarnos brevemente el origen y el papel oficial del Banco Mundial?
El Banco Mundial fue creado en 1944, pero comenzó su actividad al año siguiente, con un mandato inicial que era el otorgamiento de préstamos para la reconstrucción de Europa. Sin embargo, desde 1948, Estados Unidos prefirió ejecutar el Plan Marshall que proponía dar donaciones en lugar de préstamos. Por lo tanto, este Banco fue relegado a ser un Banco de Desarrollo. En esa época, una gran parte de África y una parte de Asia estaban todavía bajo tutela colonial. Por consiguiente, sus clientes eran, por tanto, sobre todo las metrópolis coloniales como Portugal, Francia, los Países Bajos, Bélgica, Reino Unido, por un lado y los gobiernos suramericanos y los países recién descolonizados del subcontinente indio, por otro.
Desde sus comienzos, el concepto «desarrollo» significó para el Banco Mundial, como para la mayor parte de gobiernos occidentales, integrar a los países del Sur al modelo Centro-Periferia y dotarlos de infraestructuras (puertos, ferrocarriles, centrales eléctricas, etc.), destinadas a exportar las materias primas para el mercado mundial. Hasta 1962, no se pudo registrar ningún préstamo para escuelas, hospitales o un sistema cloacal.
Tú muestras que, desde sus comienzos y todo a lo largo de su existencia, el Banco Mundial colocó a la ideología en el centro de su política de préstamos, contrariamente a sus estatutos. ¿Podrías desarrollar este tema con ejemplos concretos?
El Banco Mundial prioriza, efectivamente, sus objetivos políticos en su selección de préstamos. El primer préstamo que otorgó, en 1947, fue a Francia y se lo condicionó a que se excluyera del gobierno de De Gaulle al Partido Comunista (PC) francés. Y ese préstamo se concedió al día siguiente de la partida del PC francés. En 1953, el Banco respaldó a Estados Unidos y al Reino Unido en el derrocamiento del gobierno de Mossadegh en Irán, un gobierno que quería nacionalizar una parte de la producción de petróleo del país. Al año siguiente, en Guatemala, el Banco apoyó el golpe de Estado militar contra el presidente Árbenz Guzmán que promovía una reforma agraria y exigía la recuperación de las tierras de la United Fruit Company.
Esos son algunos ejemplos (entre otros que documento en el libro) que demuestran que el Banco es ante todo un instrumento destinado a responder a los intereses geoestratégicos de las grandes potencias. Y, aunque sus propios estatutos estipulan, negro sobre blanco, que la política no debe entrar en consideración en la concesión de préstamos, los hechos están en total contradicción con esa idea.
Desde los orígenes hasta hoy, Estados Unidos tuvo y tiene una enorme influencia sobre el Banco Mundial.
Efectivamente. Todos sus presidentes, desde 1944 hasta hoy, fueron ciudadanos estadounidenses designados por el Presidente de Estados Unidos en persona, sin deliberación del Congreso y cuyo nombramiento es ratificado por el organismo de dirección del Banco Mundial.
El Banco cuenta con 189 miembros y es una agencia especializada de las Naciones Unidas. Pero, en los hechos el Banco no aplica las normas de la ONU. En lugar del principio «un Estado, un voto», el derecho a voto de un país se atribuye en función de su parte en el capital del Banco, y esa parte se decide entre un puñado de países. En 1947, Reino Unido, Estados Unidos y Francia disponían y, solo estos tres Estados, con más del 50% de los votos. Japón y Alemania integraron ese círculo en 1952.
Además, la dirección ha de hacer concesiones a determinados miembros. En 1973, cuando Nixon decide ir a Pekín para firmar una serie de acuerdos con la China de Mao (especialmente, para impedir el apoyo chino a gobiernos hostiles a Washington), la sede del país fue transferida de Taiwán a China continental, una situación que, actualmente, aún perdura. No obstante, China posee solamente un 4,8% de derecho a voto mientras Estados Unidos tiene un 15,5%. Arabia Saudí, aliada estratégica del país del Tío Sam, que cuenta con 35 millones de habitantes, tiene el privilegio de ocupar, en solitario, su asiento en la dirección del Banco Mundial y dispone del 2,7 % de los votos, mientras que 48 Estados del África subsahariana, donde viven más de mil millones de personas, solamente cuentan con dos asientos y en total tienen el 3,9% de los votos. En resumen, el reparto de los derechos de voto depende ante todo de negociaciones y sobre todo del interés que tiene Estados Unidos en otros países. E incluso, peor que eso, es que ese reparto le otorga, de facto, un derecho de veto a Estados Unidos. Al comienzo del Banco, Estados Unidos tenía el 36% de los votos mientras que la mayoría calificada necesitaba el 65%. A medida que se sucedían las nuevas independencias y la adhesión de nuevos miembros, aceptaron disminuir su parte al 15,5%, ¡con la condición de aumentar la mayoría calificada al… 85%!
Y todavía más, ningún presidente del Banco Mundial tenía experiencia en materia de desarrollo. En general son banqueros (el actual trabajaba para un gran Banco que quebró en 2008) o estrategas militares, como Robert McNamara, organizador de la intervención estadounidense en la guerra de Vietnam o Paul Wolfovitz, iniciador de la doctrina de la guerra preventiva y uno de los responsables de la invasión a Irak en 2003.
Finalmente, una anécdota geográfica reveladora: la sede del Banco Mundial está en Washington DC, a unos cientos de metros de la Casa Blanca, al igual que el FMI.
En materia económica, demuestras que, a pesar de los supuestos modelos para el Banco, en realidad, este llevó a cabo políticas contrarias a esos modelos, que el Banco preconizaba habitualmente. Especialmente, es el caso de Corea del Sur, país sobre el cual tú profundizas.
Para ese país, la geografía es, justamente, una de las claves de comprensión, en particular su posición estratégica —situada en la punta de un bloque constituido por China comunista y la antigua URSS, enfrente de Japón, aliado de Occidente—.
Después de la guerra de Corea, había en el sur una simpatía popular por el modelo comunista. Estados Unidos vio el peligro y sostuvo la implantación de una dictadura brutal que, a pesar de todo, realizó políticas sociales, y, en particular, una reforma agraria radical, con un máximo de tres hectáreas por familia. La implantación de esa reforma fue bastante «fácil» ya que numerosas tierras recuperadas fueron expropiadas al ocupante japonés, y no pertenecían a empresas estadounidenses como pasó en Guatemala. La reforma, por lo tanto, no afectaba a los intereses de Estados Unidos.
La política económica surcoreana se caracterizaba por una fuerte recaudación de impuestos sobre el campesinado, así como por enormes inversiones públicas en la industria naval y en la siderurgia. Esa intervención estatal, en las antípodas del laissez faire liberal, se vio acompañada de una política estadounidense de donaciones y no de préstamos, similar a las del Plan Marshall.
En resumen, hasta los años 1990, Corea del Sur nunca siguió las recomendaciones del Banco Mundial, y sobre todo se le autorizó a no seguirla, a pesar de algunos préstamos concedidos en los años 1970. Si el país hubiese seguido las políticas preconizadas por el Banco Mundial, su economía, sin ninguna duda, jamás hubiera conquistado los mercados mundiales con sus grandes marcas que se convirtieron en referencias.
Hay que señalar que con la misma indulgencia se trató a la isla de Taiwán, que también aplicó una política intervencionista y proteccionista, en total contradicción con los preceptos neoliberales favoritos del Banco Mundial.
¿Por qué el Banco Mundial no tiene la relevancia del FMI?
Indudablemente, porque lo esencial de sus actuaciones se sitúan en el Sur Global. El FMI, por el contrario, goza de un primer plano porque intervino durante los últimos quince años en el Norte, en los países de la zona euro como Grecia, Irlanda, Portugal, Chipre, los tres Estados Bálticos, sin olvidar Islandia que no está en la Unión Europea. También porque su política tiene por objetivo, ante todo, el reembolso que deben hacer los países endeudados con respecto a los grandes bancos privados (y, con frecuencia, occidentales). En cambio, el Banco Mundial otorga préstamos a más largo plazo y de modo más estructural. Dicho esto, estas dos instituciones operan concertadas y se reúnen conjuntamente dos veces al año.
Pero aunque el Banco Mundial esté menos expuesto a la actualidad, su actuación es totalmente determinante. El Banco aporta su respaldo a la industria extractiva, a proyectos de centrales térmicas y a numerosas dictaduras. Adulaba a los regímenes autoritarios de África del Norte antes de la sacudida de la Primavera árabe. Bajo la cobertura de la integración de género en sus políticas, hizo que millones de mujeres cayeran en las garras del mercado. Resumiendo, en los países del Sur, las poblaciones sufren cotidianamente los efectos de sus políticas y escuchan hablar de ella con frecuencia. Y tanto más, cuando muchos de sus gobiernos se felicitan por los préstamos de los cuales se beneficiaron.
Finalmente, hasta hace poco, el Banco Mundial realizaba un informe titulado Doing business (Haciendo negocios) en el que establecía una clasificación de los países en función de su actividad con respecto a las inversiones extranjeras. Nada sorprendentes son las medidas que, facilitando los despidos o la reducción de impuestos a las empresas, colocaban a los países en una posición más favorable. Su influencia teórica no es para nada insignificante.
¿Qué futuro ves para el Banco Mundial?
Desde el punto de vista de la propia institución, las cosas van bastante bien, a pesar de sus numerosas situaciones comprometidas. Además de las ya citadas, hay que mencionar el apoyo a Mobutu en su política de saqueo del Congo-Kinshasa, el respaldo a la dictadura de Ceausescu en Rumania y también su responsabilidad en la política genocida de Ruanda.
Y, al mismo tiempo, una enorme mayoría de gobiernos del Sur siguen dócilmente sus recomendaciones y permanecen entrampados en la ideología neoliberal. Mientras que los pueblos no se liberen de esos gobiernos, el Banco Mundial tendrá un brillante porvenir. Las revueltas populares de estos últimos años (Túnez, Egipto, Sri Lanka, etc.) no acabaron, desgraciadamente, en un cambio profundo de régimen y asistimos a una continuidad en materia de política económica. Si esos movimientos populares no consiguen que lleguen al poder otras fuerzas políticas para implantar otro modelo de desarrollo, el Banco Mundial tiene el futuro asegurado.
Nota:
[1] Múltiples autores vienen trabajando esta categoría. Maristella Svampa y Enrique Viale consideran que en el marco del Consenso de los Commodities, en el que cobra centralidad la dinámica de desposesión y el extractivismo, el concepto de “maldesarrollo” apunta a subrayar el carácter insostenible o insustentable de los “modelos de desarrollo” hoy vigentes; insustentabilidad que es necesario leer desde diferentes dimensiones: social, económica, ecológica, cultural, política, de género, sanitaria, entre otras. Hablar de maldesarrollo nos ilumina no solo sobre el fracaso del programa de desarrollo (como ideal, como promesa), sino también sobre las diferentes dimensiones del “malvivir” (Tortosa, 2011: 41) que puede observarse en nuestra sociedad, producto del avance de las fronteras del extractivismo.
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