POR RICARDO SÁNCHEZ ÁNGEL* /
El golpe de Estado político-simbólico a los tres poderes estatales en Brasil buscó lanzar el golpe de Estado real por parte de las Fuerzas Armadas y un sector de la opinión radicalizada que sigue agrupada con el bolsonarismo, esa pérfida expresión de los reaccionarios tropicales, alborotados y desesperados por el triunfo de Lula como presidente. El golpe de este 8 de enero hay que leerlo como un ensayo de una conspiración de mayor calado que se ha planificado con la aprobación de Jair Bolsonaro.
Los reaccionarios se niegan a aceptar un triunfo épico por parte de Lula, quien literalmente resurgió desde las cenizas de la cárcel, el oprobio, la calumnia y la persecución a sus seguidores, al tiempo que se colocó al frente de la renovación democrática y progresista del Brasil. Yo, que soy tan poco dado a exaltar personas y caudillos, escribo con admiración a favor de la épica de Lula y sus seguidores.
El nuevo gobierno de Brasil ha comenzado una recuperación que incluye una movilización general de los trabajadores y los pobres miserables que defienden su victoria en las urnas y que lo van a hacer -es mi deseo- en las calles, las plazas, los barrios, las aldeas, los pueblos y los grandes complejos económicos del país. Hay que rodear al gobierno de Lula internacionalmente. Toda nuestra América debería movilizarse solidariamente porque lo de Brasil es decisivo en el rumbo del continente, así como para las sentidas aspiraciones de salvar la Amazonía, unir a la América Latina, erradicar la pobreza y el hambre, ampliar la democracia y asumir nuestros pueblos como los protagonistas del progreso. Elevan nuestras propuestas en favor de la paz mundial en Ucrania, Oriente Próximo, Corea, Taiwán, China. Dignifican a Haití y Palestina, dos símbolos de nuestra dignidad atropellada.
Lo de Brasil es un capítulo de las acciones de la ultraderecha en el mundo que alcanzó un punto alto con la toma del Capitolio de Estados Unidos, adelantado por Trump como parte de una intentona golpista: la ultraderecha internacional desnudó sus métodos golpistas, desconociendo las legitimidades democráticas en busca de proteger los grandes intereses creados.
En el vecindario, de esto da cuenta el “golpe de Estado disfrazado” en el Perú, con sus cuarenta y tantos muertos y un pueblo en movilización demandando la libertad de Pedro Castillo. Una singularidad de estas movidas de la ultraderecha es que no acuden directamente a las Fuerzas Armadas, sino que son ellas con sus partidos y personajes los que directamente asumen la primera responsabilidad.
El papel que les asignan a los militares es el de la tras escena, mientras se deciden las confrontaciones. Una contradicción cruda radica en los antagonismos sociopolíticos. Pero sí movilizan la Policía y el Ejército para reprimir sanguinariamente. Buena la postura de los poderes públicos de hacer causa común contra el golpismo. Lo que buscó fue el caos para incentivar el militarismo como alternativa. Brasil tiene aprendida la lección de que la salida golpista, hoy fracasada, fue exitosa en el golpe en “cámara lenta” (así lo denominó acertadamente Lula desde la cárcel) contra Dilma Rousseff, lo cual coloca al pueblo de Brasil y al continente en alerta y movilización para acorralar el golpismo.
La experiencia golpista en Estados Unidos debe ser el espejo para leer lo que acontece en Brasil y Perú. Políticamente, Donald Trump insiste en el retorno al poder y los republicanos aumentan sus influencias. Si Trump no es condenado por delincuente golpista, tiene la oportunidad de repetir Presidencia y esto es extremadamente grave para el mundo. Me parece que Bolsonaro, con su aceitada maquinaria lumpen-burguesa, con apoyo en el golpismo de la ultraderecha gringa, buscará dar batalla política. No hay que cantar victoria a pesar del triunfo contra su proyecto. El gobierno de Lula deberá pasar de la promesa a las realizaciones.
No hay lugar para ilusiones constitucionales creyendo que las instituciones van a detener las acciones desesperadas, incluyendo el terrorismo de la ultraderecha. Estas lo van a hacer si se les da vigor democrático y sabiduría popular con la movilización, las ideas convertidas en fuerzas políticas que hagan real el cumplimiento de las promesas, con el principio esperanza.
Posdata: pésima noticia lo del atentado a Francia Márquez.
*Profesor emérito, Universidad Nacional de Colombia.
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