POR ALFREDO MORENO /
Un repaso por la concentración de las corporaciones mediáticas, el poder económico, y su vínculo con el debilitamiento de la democracia. El desafío radica en encontrar soluciones que pasen por la intervención política que sometan el funcionamiento de las plataformas y los servicios tecnológicos-comunicacionales a la lógica de los servicios públicos, que los considere un bien común o comunitario que beneficia a los Estados.
No podemos seguir ignorando el papel de las grandes tecnológicas digitales en el afianzamiento de la desigualdad mundial. Para reducir las fuerzas del capitalismo digital, necesitamos de políticas públicas que cuiden y promuevan el bien común del conocimiento, la seguridad sobre los datos y el acceso comunitario a los servicios basados en software e internet.
La derecha política y mediática latinoamericana repite eslóganes y prejuicios contra el Estado y su presencia en políticas públicas de inclusión social y cuidado en salud. Desconoce el debate mundial que apunta a fortalecer la presencia del Estado, no sólo por el papel central ocupado en la pandemia, sino para enfrentar el avance de los gigantes del mundo digital que abusan de la posición dominante de mercado y del mega flujo de datos que alimentan sus algoritmos como “armas de destrucción matemática” [i].
Vivimos en un feudalismo propio a los tiempos tecno digitales, muy alejado de la libertad y la equidad prometida por los mentores de las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC). Bajo el manto de una retórica de democratización y acceso a la información, progreso e innovación se esconde el más puro y antiguo sistema de dominación. Como sostiene Nick Srnicek en su libro Capitalismo de Plataformas, “internet se ha transformado en una suerte de utopía neoliberal desregulada y con pocos ganadores”.
La implementación política, social y cultural de las TIC, la “inocencia de los ingenieros informáticos”, las tecno-corporaciones y sus modelos de negocios “Silicon Valley” configuraron un “mundo feliz” cuyo saldo se verifica en transformación de ciudadano a consumidor de un mercado concentrado en las plataformas digitales.
El ensayo publicado por el investigador Cédric Durand: Tecnofeudalismo, crítica de la economía digital demuestra cómo el capitalismo se renovó hacia atrás. Se instaló en el contexto del medioevo con las herramientas y servicios de la modernidad. No dio ni nos hizo dar un salto hacia el futuro en términos de acceso y representación ciudadana, sino que se replegó hacia atrás y resucitó las formas más crueles de la dominación y el sometimiento.
El mito del Silicon Valley californiano se derrite ante nosotros; acumulación escandalosa de ganancias, tecno empresarios dictadores, desigualdades sociales indecorosas, desempleo crónico, millones de pobres suplementarios y un puñado de tecno oligarcas que han acumulado fortunas jamás igualadas. La tan cantada “nueva economía” dio lugar una economía de la dominación y la desigualdad. Politizar las TIC es una necesidad presente para vivir en el territorio digital.
Yanis Varoufakis afirma que las transformaciones radicales que tuvieron repercusiones trascendentales como la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial, la Gran Recesión y el Largo Estancamiento posterior a 2009, no alteraron la característica principal del capitalismo: un sistema impulsado por ganancias privadas y rentas extraídas a través de algún mercado.
Ahora, en cambio, la extracción de valor se ha alejado cada vez más de los mercados y se ha trasladado a plataformas digitales, como Meta (Facebook), Google (Alphabet Inc.), Apple, Amazon y la regional Mercado Libre que operan como feudos donde los datos son el valor de sus territorios digitales.
Para Varoufakis “Las plataformas digitales han reemplazado a los mercados como el lugar de extracción de riqueza privada. Por primera vez en la historia, casi todo el mundo produce gratuitamente el capital social de las grandes corporaciones. Eso es lo que significa cargar cosas en Facebook o moverse mientras se está vinculado a Google Maps”. Aclara que no es que los sectores capitalistas tradicionales hayan desaparecido puesto que las relaciones capitalistas permanecen intactas, sino que las relaciones tecno-feudalistas han comenzado a superarlas.
Las críticas progresistas al sector TIC se producen en un marco capitalista dominante centrado alrededor del antitrust (el derecho de defensa de la competencia), los derechos humanos y el bienestar de los trabajadores. Formuladas por académicos de élite, periodistas, grupos de reflexión y responsables políticos de los países que conforman el norte global, promueven una agenda reformista con centro en Europa-EE.UU. y que asume la continuidad del capitalismo extractivista que nulos beneficios en los países del sur global.
El reformismo antitrust es especialmente problemático porque asume que el problema de la economía digital es simplemente el tamaño y las “prácticas desleales” de las grandes empresas y no el capitalismo extractivista en sí mismo.
Lo que está en juego dentro de la economía digital es una reconfiguración de las relaciones sociales. Esta reconfiguración se manifiesta a través del resurgimiento de la figura de la dependencia, que era una figura central en el mundo feudal. La idea de la dependencia remite al principio según la cual existe una forma de adhesión de los seres humanos a un recurso.
La pandemia del Covid-19 visibilizó aún más el poder concentrado de las tecno-corporaciones, a partir de la incidencia que tuvieron en el plano de la comunicación, la industria del entretenimiento y los grandes monopolios farmacéuticos, entre otras actividades. Las corporaciones financieras (FinTech) han potenciado exponencialmente sus ganancias, y además, son las principales inversionistas de dineros dudosos (paraísos fiscales) en sus orígenes.
Apple es una de esas corporaciones que no ha detenido su crecimiento. Se ha convertido en la primera compañía en valer US$3 billones (más que el PBI de las 3 principales economías de América Latina). Sin embargo, el poder y ramificación de las tecno-corporaciones basadas en un complejo entramado de acumulación económica y paraísos fiscales; hoy condicionan a gobiernos y sus Estados ya que discuten e imponen negocios en los propios Estados que le dieron vida hace varias décadas como es el caso de Estados Unidos.
En Argentina el caso testigo es con del Decreto 690/20 mediante el cual el gobierno del presidente Alberto Fernández declaro internet como un servicio esencial y puso en el ente regulador (ENACOM) la misión de regular los precios de internet, telefonía móvil y cable. Regulación que el Estado no pudo implementar debido a las empresas Telecom inicialmente y luego Telefónica y Claro consiguieron amparos judiciales que les permitieron desconocer el decreto y aumentar los servicios y función de las ganancias estimadas.
Tres ideas se están debatiendo en los máximos niveles políticos de las potencias, que necesariamente deberían tener influencia en países periféricos como Argentina [ii].
Las multinacionales contabilizan ganancias extraordinarias y, para financiar a un Estado que ha destinado muchos recursos para atender la pandemia, deben pagar un impuesto adicional.
La posición dominante de grandes empresas monopólicas u oligopólicas deriva en aumentos de precios excesivos y en ausencia de competencia.
El cada vez mayor poder de mercado y financiero de las grandes empresas está limitando la efectividad de tradicionales instrumentos de política monetaria, como la suba de la tasa de interés por parte de las bancas centrales para atender tensiones inflacionarias.
Como afirma Zaiat en la nota de referencia, los puntos enunciados surgen como la reacción de un sistema con fuerte presencia estatal que, desde su origen, estuvo aliado y fomentó el desarrollo de las corporaciones digitales. Corporaciones que, a la vez, han condicionado las políticas estatales para despegar a una presencia global y que ahora se han independizando del circuito político y de control económico tradicional de los sistemas estatales, utilizando guaridas fiscales para pagar poco o nada de impuestos en los países de origen.
Las enormes ganancias se han visibilizado en el contexto de pandemia. Por primera vez, una extraordinaria crisis económica-financiera global no afectó en forma negativa el negocio bursátil de las tecno-corporaciones. Por el contrario, el índice promedio de las principales bolsas mundiales está en niveles récord, mientras las economías se derrumbaron y están tratando de recuperar lo perdido, la desocupación se ha disparado y el drama sanitario y social ha sido fulminante.
Este comportamiento divergente entre la economía real y la evolución de las cotizaciones de las Big Tech es uno –no el único- factor que refleja la nueva etapa del capitalismo. En la misma, se está desvinculando la histórica asociación entre los Estados y las corporaciones dominantes del sistema de organización y control tradicional de las fuerzas de producción y las financieras.
Las tres menciones arriba indicadas sobre las multinacionales sólo son la reacción del mundo político de las potencias, en especial las de Occidente, para tratar de no ver disminuida la capacidad de intervención e influencia de los Estados o la pretensión de no perder importancia en las relaciones de poder.
En el seno del mercado hubo una monopolización, por parte del capitalismo, de los medios de producción, pero estos medios han sido plurales. Los trabajadores debían encontrar trabajo y, en cierta forma, podían elegir el puesto de trabajo. Existía una forma de circulación que daba lugar a la competencia. En esta economía digital, en este tecno-feudalismo, los individuos y también las empresas adhieren a las plataformas digitales que centralizan una serie de dispositivos y elementos que les son indispensables para existir económicamente en el territorio digital. El modelo extractivista aplicado a los recursos naturales de nuestros países, se aplica a la sociedad en su conjunto para conocer sus preferencias y opiniones de modo de manipular la información y orientar el consumo.
Se trata del Big Data, de las bases de datos y de los algoritmos que posibilitan el tratamiento de los datos y la producción de conocimiento. Aquí nos encontramos ante un proceso que se potencia a sí mismo: cuantas más personas participamos en la vida de las plataformas digitales, cuantos más servicios indispensables ofrecen, más se acentúa la dependencia. Este ciclo de centralización permanente termina con la idea de competencia, un valor central del capitalismo.
Esta dominación captura y fusiona a los individuos a este trasplante digital. Este tipo de relación de dependencia tiene una consecuencia: la estrategia de las plataformas que controlan esos territorios digitales es una estrategia de desarrollo económico por medio de la depredación, por medio de la conquista.
Se trata de conquistar más datos y espacios digitales. Y adquirir más y más espacios digitales significa acceder a nuevas fuentes de datos. Entramos aquí en una suerte de competición donde, a diferencia de otra etapa, no se busca producir con más eficacia, sino que se trata de conquistar más espacios.
Corporaciones que compran empresas exitosas (startups) como el caso Facebook que incorporó a WhatsApp e Instagram por más de 19 mil millones de dólares para expandir sus políticas de extractivismo de datos. Las plataformas lo controlan todo y cuando algo está fuera de su control compran a las empresas que compiten con ellas.
El desafío para economías periféricas como la argentina, en este mundo en transformación y de pospandemia, es no caer en las trampas de recetas tradicionales de la ortodoxia liberal y potenciar la presencia del Estado y encontrar espacios para el desarrollo nacional que fortalezcan políticas estatales entre las fisuras de esta nueva y compleja etapa de la globalización.
Lo que no cierra es la idea de que existe una solución progresista frente a este movimiento. No seamos inocentes. Hay una preocupación que se torna cada vez más visible. El desafío consiste en encontrar soluciones que pasen por la intervención política que sometan el funcionamiento de las plataformas y los servicios TIC a la lógica de los servicios públicos, que los considere un bien común o comunitario que beneficia a los Estados.
La película de Netflix, No miren arriba, deja una clave sobre la final expresada por Randall Mindy, el científico interpretado por Leonardo DiCaprio que reflexiona: “La cosa es que nosotros realmente lo teníamos todo. ¿No lo creen? Quiero decir, si nos ponemos a pensar”…
Notas
[i] Armas de destrucción matemática. O Neil, Cathy 2018, editorial Capitán Swing.
[ii] https://www.pagina12.com.ar/357029-el-capitalismo-camina-hacia-el-tecnofeudalismo
Radiográfica, Argentina.
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