POR JOSÉ R. CABAÑAS RODRÍGUEZ*
Prólogo del dossier Soberanía, dignidad y regionalismo en el nuevo orden internacional (marzo, 2023), elaborado por el Instituto Tricontinental de Investigación Social que reúne algunas de las reflexiones sobre el surgimiento de un nuevo ordenamiento mundial que sucederá al periodo de hegemonía estadounidense.
La guerra y la paz en estos tiempos
Un grupo de procesos actuales nos obligan a preguntarnos sobre la eventualidad de la ocurrencia de una conflagración militar que nos afecte a todos. Algunos investigadores se han hecho el cuestionamiento en presente: ¿estamos en guerra?
La respuesta a la pregunta que aparece en el párrafo anterior tiene tantas variantes como países reconocidos en el mundo de hoy, o como comunidades y etnias al interior de ellos. ¿Qué respuesta creen que pueden dar a esa pregunta las y los palestinos, saharauis, sirios, yemenís, iraquíes, afganos, libios?
¿Qué consideraciones pueden ofrecer ciertas comunidades aborígenes, poblaciones afrodescendientes que residen en el llamado primer mundo, o inmigrantes de origen árabe o subsahariano en Europa?
Muchas de esas personas podrán afirmar, sin dudas, “estamos en guerra”, aunque no reciban todos los días impactos de artillería, o aviación. Se trata de miles, quizás millones, de personas que ciertamente no viven en paz. Podría decirse que en este caso nos referimos a un nivel de violencia “aceptada”, con la que se “convive”, a pesar de las declaraciones de solidaridad y los discursos cargados de retórica en eventos multilaterales.
No obstante, la pregunta que se hacían las y los expertos que participaron en la VII Conferencia de Estudios Estratégicos (CIPI-CLACSO) iba dirigida en otra dimensión, pensando en el alcance y la magnitud de las dos guerras “mundiales” anteriores.
Esa consideración no se había presentado con tanta fuerza en los últimos 30 años, después de la desaparición de la URSS y el campo socialista. No se pensó en tal peligro cuando fue desmembrada la antigua Yugoslavia en pleno corazón de Europa, ni cuando Washington anunció la llamada lucha contra el terrorismo que estremeció el Medio Oriente por 20 años, o cuando la OTAN incumplió los reiterados compromisos de no expansión hacia el Este. Entonces ¿qué ha cambiado ahora?
Al recordar las pasadas guerras “mundiales” pensamos de inmediato en la cantidad de hombres sobre las armas, en la multitud de víctimas y medios de combate, en las áreas naturales totalmente destruidas por la pólvora, o los agentes químicos. Pero al ponderar ese peligro que consideramos “futuro” olvidamos datos recientes y cotidianos.
Los presupuestos militares actuales, tomados en su conjunto, son muy superiores a los de aquellas conflagraciones (incluida la inflación); la cantidad de medios militares en frontera y en bases en el exterior es significativa y creciente; las zonas destruidas por derrames de petróleo, deforestación, o contaminación son inmensas; enfermedades curables y pandemias sin control cobran anualmente millones de vidas humanas; la violencia y el uso descontrolado de armas por población civil va en aumento; se reduce de forma acentuada la cantidad de especies animales que se reproducen saludablemente.
Entonces, ¿qué falta para declararnos “en guerra”?, ¿cuál es la “paz” que estamos disfrutando?
En el caso de Cuba, por ejemplo, hemos vivido un asedio de más de 60 años por cometer el delito de aspirar a ser soberanos. Se nos ha impuesto la “guerra-guerra” desde Playa Girón hasta las bandas de alzados en los años 60, las acciones terroristas reiteradas, las medidas coercitivas. La lista se hace interminable. Las y los cubanos nos hemos inventado una “paz” para ver crecer a nuestras familias, educarnos, disfrutar del arte y la naturaleza.
Pero lo cierto es que transitamos por reiteradas situaciones extremas generadas por otros, con ciclos de ascenso y descenso en nuestro PIB, que siempre nos hacen dudar sobre la sostenibilidad o desarrollo de cualquier proyecto.
Algo similar pueden narrar las y los venezolanos y nicaragüenses, por razones conocidas. ¿Han tenido una vida en “paz” las y los bolivianos entre un golpe de Estado y la amenaza del siguiente? Pero la ausencia de paz es una realidad en países latinoamericanos donde el “gobierno” nacional solo decide el estado de cosas en la ciudad capital y un poco más allá, porque en las regiones rurales mandan los cárteles, los grupos irregulares, los narcos y otros ilegales. ¿Hay paz total en aquellos países donde el narcotráfico domina puertos, rutas de suministro y mercados?
Entonces, si todo esto es cierto, qué es lo realmente nuevo cuando pensamos en la eventualidad de una “guerra”, diríamos “otra guerra”.
Lo primero es que el gran hegemón que decidió, planificó, vendió y articuló la mayor parte de los conflictos mencionados ya no es más. Por encima de los problemas de todo tipo que vive la sociedad estadounidense en su interior, el país que una vez fue llamado “the beacon light of liberty” (‘el faro de la libertad’) ya no está en capacidad de ofrecer un modelo que los demás tendrían interés en copiar, ni siquiera una receta económica al estilo “de la globalización neoliberal”.
De hecho, el Made in China es mucho más frecuente que Made in USA y en los manuales de productos de alta tecnología aparece más veces el mandarín que el inglés. En los indicadores de eficiencia, productividad, innovación, las empresas asiáticas dominan.
Washington ya no puede acudir a la tradicional “competencia” para afianzar su lugar en el mundo y, por lo tanto, se sirve cada vez más de acciones políticas, de las sanciones y el juego sucio, para no perder su capacidad de “decisor”.
El nuevo escenario internacional es resultado, entre otros fenómenos, del fracaso de esa globalización neoliberal en su sentido más ortodoxo. La supuesta liberación de los mercados, para la entrada de productos y capitales, la propuesta reducción del Estado frente a la empresa y la desregulación, fueron principios enarbolados hace décadas para una supuesta prosperidad generalizada que nunca llegó.
Pero lo más significativo es que los propios autores de estos principios, desde la escuela de Chicago y otros centros de pensamiento, pretenden ahora fabricar argumentos para balcanizar el mundo y tratar de salvar sólo lo que consideran como “Occidente”, o los lugares de residencia de los “elegidos”. Es cierto que han surgido nuevos esquemas de regionalismo en el mundo subdesarrollado, para enfrentar los retos económicos incrementados por la pandemia de la Covid-19. Pero en su perspectiva más amplia los problemas de la humanidad, como el medio ambiente, la salud y la alimentación, dependerán de soluciones en las que se incluyan los criterios de toda la comunidad internacional.
La otra novedad en el mundo de hoy es que al menos un país multinacional, Rusia, ya no espera de forma inactiva a que se complete el cerco militar alrededor de su territorio. Después de haber alertado de forma reiterada sobre el peligro de una conflagración, Moscú decidió lanzar una operación militar para adelantarse al peligro de ser atacado de forma fulminante y para proteger comunidades nacionales rusas que viven fuera de sus fronteras, según sus declaraciones oficiales.
Se comparta o no la esencia de lo que los propios estadounidenses denominaron en su momento como “guerra preventiva”, o “ir a la fuente”, la realidad es que una Rusia reordenada, fortalecida y que renuncia ya a la aspiración de ser aceptada alguna vez como “occidental”, ha marcado una raya roja sobre el terreno.
A pesar de que el “enemigo” está visiblemente ubicado en la geografía ucraniana, de hecho, detrás de Kiev se han alineado todos los recursos materiales, de inteligencia y políticos de la OTAN. Hasta hoy no han decidido la participación (más allá de los mercenarios) de fuerzas humanas, que nos podrían llevar a considerar que, formalmente, habría un enfrentamiento de otras proporciones.
Varios de los actores comprometidos son poseedores de armas nucleares, por lo que la posibilidad de un error, o su uso consciente, también enciende alarmas.
Es riesgoso el juego en el que se involucra Estados Unidos, con el objetivo de ampliar el mercado de armamentos europeo y para estimular gastos multimillonarios en la renovación tecnológica de los engendros militares, ante la “amenaza rusa”.
Aunque la mayoría de la información pública que se consume tiende a indicar que la alianza atlántica funciona de forma coherente y monolítica en esta “guerra”, vemos noticias a diario que indican lo contrario. Desde el anuncio del apoyo “irrestricto” a Ucrania a inicios del 2022, varios líderes de gobierno han salido de escena y hay otros por hacerlo.
A pesar de la voluntad de no darle cobertura de prensa, casi todos los días hay manifestaciones de diversas magnitudes en ciudades europeas contra la participación de la OTAN. La primera “baja” del conflicto Rusia-OTAN fue paradójicamente el euro y no el rublo.
También es nueva la manera en que han reaccionado los llamados “terceros” en la guerra más mediática que tenemos hoy. Las votaciones en organismos multilaterales indican claramente que no existe un apoyo irrestricto a las posiciones y denuncias de la OTAN. De hecho, Estados Unidos no ha estado en capacidad de imponer su voluntad ni siquiera en el ámbito de la OEA, o las cumbres de las Américas, en este y otros temas.
El fortalecimiento de las relaciones entre China y Rusia, el nuevo no alineamiento, la ampliación del grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y la actitud de países como India, Arabia Saudita, o Turquía indican de forma clara que el mapa geopolítico ha cambiado y lo seguirá haciendo.
En la actuación de terceros hay que incluir a aquellos que han realizado declaraciones, o acciones, sobre los que son considerados sus conflictos más mediatos. Se puede relacionar en este punto lo dicho y hecho en estos meses por la República Popular Democrática de Corea, el Estado de Israel, o la República Islámica de Irán.
En el caso de que sea mayor la posibilidad de una conflagración de carácter más internacional que la actual, no se podría hablar de un solo “frente de combate”, ni de dos “partes”, o grupos de países en disputa.
A pesar de la crisis política interna en Estados Unidos, ese país aún mantiene su capacidad para “liderar desde atrás” e imponer “guerras” e inestabilidad al interior de los países “enemigos” sin trasladar tropas. Washington apuesta por el quiebre de los liderazgos y de los sistemas sociales en los países que no comparten sus “reglas de juego”. Para un imperio en declive siempre será mucho más tentador destruir y causar daños en el entorno ante la imposibilidad de sobrevivir, como lo hicieron antes romanos, otomanos y potencias coloniales europeas.
Convivir con “guerras” en la actualidad parece un fenómeno más común que lo que estamos dispuestos a reconocer. Construir la paz sostenible requerirá de nuevas alianzas, de nuevos conocimientos, nuevos pensamientos, nuevos liderazgos y definitivamente de un nuevo multilateralismo, basado en el principio del cese a lo que Fidel Castro llamó “la filosofía del despojo”.
*Director del Centro de Investigación de Política Internacional (CIPI) de Cuba.
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