POR LUIS MEYER /
La nueva economía ya no basa su funcionamiento en productos materiales, sino en algo etéreo, aunque de un valor inmensurable: el conocimiento. Calcular el valor de las ideas o de los datos resulta complejo; sin embargo, es ahí donde se asienta ahora la riqueza. Esto abre también nuevas cuestiones, como la ética de que sean unos pocos los que se enriquezcan con lo que es, en esencia, de todos.
¿Cuánto cuesta un deseo? ¿Qué valor tiene un momento de duda o uno de plena certeza, el llanto, la excitación sexual o un arranque de creatividad? ¿Cuánto pagarían por saberse la lista de los reyes godos? Desde el inicio del capitalismo, los factores que determinan el precio de un producto en el libre mercado han sido la oferta y la demanda, las políticas monetarias y las materias primas. Nadie sabe responder a cuál es la materia prima del conocimiento, que, sin embargo, es ahora uno de los bienes más cotizados.
El capitalismo se está viendo afectado por la vorágine de cambios de paradigma. «Göran Therborn, catedrático en la Universidad de Cambridge, lo ha explicado muy bien: como tantos otros conceptos de las ciencias sociales, el término globalización implica numerosos significados y contradicciones», recuerda Bárbara Turner, del Observatorio de Economía Política Internacional de la Universidad de Buenos Aires. «Pero no existe solo una globalización, sino varias, que han ido cambiando», matiza Turner, que habla de seis grandes oleadas globalizadoras. La actual arranca a mediados de los ochenta. «Esta última se da con la irrupción de máquinas que revolucionaron la forma de producir y guiar el desarrollo», indica, «y abrió paso a una nueva vertiente del capitalismo». Es la revolución tecnológica, aún en proceso, que aparece «cuando entran en el proceso productivo el conocimiento como capital intangible, las estructuras de redes, la descentralización de la producción y el uso intensivo de la información a través de la computarización». Así ha germinado el capitalismo cognitivo.
El economista francés Yann Moulier Boutang fue de los primeros en darle una definición certera: «Es una forma de capitalismo que se basa en la producción de conocimientos, información y cultura, y se caracteriza por la capacidad de generar valor a partir de la inteligencia colectiva y la creatividad de las personas».
Michel Bauwens, fundador de la Fundación P2P, se refirió al capitalismo cognitivo como aquel que se basa en «la capacidad de producir, distribuir y consumir información, conocimientos y cultura de manera colaborativa y descentralizada». Y Christian Fuchs, profesor de Comunicación Social en la Universidad de Westminster, añade que surge de la centralidad de la tecnología de la información y la comunicación en los procesos económicos, y la creciente importancia del trabajo inmaterial.
El capitalismo cognitivo, tal y como coinciden los economistas, tiene una consecuencia material: hoy en día, ninguna empresa –aunque tenga los mejores productos y las mejores máquinas– será productiva si no invierte en conocimiento. Para entender su funcionamiento hay que fijarse en algunos de los engranajes que mueven su maquinaria. Uno es la economía de la atención, en la que atender a las personas se ha convertido en el recurso más codiciado. Las empresas utilizan cada vez más técnicas de marketing y publicidad para captar a los consumidores y han encontrado en la extracción de datos masiva una herramienta de valor inmensurable. «Esto tiene que ver con la codificación de deseo», advierte la poeta Sara Torres, profesora asociada en la Universitat Autònoma de Barcelona y directora del seminario Corporalidades en Crisi. «Las empresas tratan de entender el deseo para poder proponer cosas que abarquen capital: lo desentrañan para producir, para ofrecer productos y al mismo tiempo lo capturan para engancharlo a los ritmos del capital. El resultado es que muchas veces tenemos necesidades, querencias, que no son reales», afirma.
Información y conocimiento no son socializados
El otro engranaje es la economía de la información. De ahí han surgido las grandes tecnológicas, que han levantado sus negocios en torno a la recopilación y análisis de datos y que, por medio de algoritmos, procesan cantidades ingentes de información para, dicen, ofrecer servicios personalizados a sus usuarios. Esto tiene una letra pequeña mucho más perniciosa, como apunta Francisco Sierra Caballero, catedrático de Teoría de la Comunicación en la Universidad de Sevilla y director del Grupo Interdisciplinario de Estudios en Comunicación, Política y Cambio Social de la Junta de Andalucía: «Muchos académicos, cuando utilizamos el concepto de ‘capitalismo cognitivo’, lo estamos haciendo desde una crítica marxista: denunciamos que la información y el conocimiento no son socializados y accesibles para todos; es decir, se quedan en manos de algunas empresas y por tanto no se están desarrollando todas las potencialidades que la información libre y el conocimiento compartido permiten con la revolución digital».
Sierra Caballero se refiere a los «cercamientos», los procesos de privatización de la información, y pone el ejemplo de Silicon Valley. «Es una apropiación para un uso claramente mercantil en la que somos expropiados de bienes que, en tanto inmateriales, podrían ser universalizados y hacernos avanzar mucho más rápido en la lucha contra el cambio climático o en la investigación para la cura de enfermedades, por poner dos ejemplos que son vitales», asegura. El catedrático explica que la diferencia entre la información y el conocimiento respecto de los bienes materiales es que, cuanto más se comparte, más valor adquiere. «Y, sin embargo, lo que sucede con el capitalismo es que genera, como en la era material, el principio de escasez, cuellos de botella en el acceso a la información y restricciones en el proceso», indica.
La propiedad intelectual es otro valor inmaterial que adquiere un nuevo auge en la era del capitalismo cognitivo: muchos expertos auguran que las patentes cobrarán más fuerza y rigidez ante el flujo cada vez más descontrolado de información. «Yo estoy a favor de compartir conocimiento, pero, nos guste o no, para que siga habiendo creadores, debemos seguir con las reglas del capitalismo», opina Xabi San Martín, compositor, entre otras muchas creaciones, de las canciones de La Oreja de Van Gogh. Y pone el ejemplo del software libre: «Una grandísima idea, pero al final han evolucionado más las empresas privadas de aplicaciones porque tienen a gente detrás que se dedica a la programación como tarea principal, ya que le pagan por ello». Y zanja: «Yo creo canciones porque me pagan por su uso y puedo vivir de ello».
El capitalismo del conocimiento ofrece muchas oportunidades, pero también plantea importantes desafíos, como la amenaza de una automatización descontrolada en la que los trabajadores cognitivos pueden ser reemplazados por máquinas y algoritmos. Un buen uso de los datos y una mayor universalización –para que se compartan y generen mayores bolsas de conocimiento que permitan avanzar como sociedad– son los dos pilares sobre los que debería pivotar esta nueva globalización, opina Sierra Caballero. Y da con la clave: «Más y mejor regulación legislativa que proteja nuestro bien más preciado, aunque sea intangible».
Ethic, España.