POR SALVADOR LÓPEZ ARNAL /
Entrevista a la periodista española Helena Villar sobre el libro Esclavos Unidos. La otra cara del American Dream.
Licenciada en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), master en Televisión por la Universidad Rey Juan Carlos I, Helena Villar trabajó inicialmente en El País y en la Agencia EFE de Barcelona.
Tras cursar el Master, entró a formar parte de Televisión Española -Canal 24 horas, informativos, TVE Catalunya, España directo- hasta noviembre de 2014. Fue entonces cuando pasó a formar parte de la plantilla de Russia Today (RT) en español como corresponsal de la cadena en España, hasta que en junio de 2017 fue nombrada enviada especial en Washington DC, con movilidad por todo Estados Unidos.
En 2021 publicó en Akal: Esclavos Unidos. La otra cara del American Dream, prologado por Chris Hedges. En él centramos nuestra conversación.
“EE.UU. es la nación de la libertad que solo da el tener dinero”
¿Quiénes son esos esclavos unidos a los que hace alusión el libro que publicó en Akal en 2021? ¿Por qué habla de la otra cara del American Dream?
Los esclavos unidos son la clase trabajadora estadounidense, una enorme masa social que lucha a diario por sobrevivir al neoliberalismo salvaje. Cautivos de un sistema que lleva apretándoles las tuercas desde el reaganismo, sus expectativas se han reducido a intentar cubrir sus necesidades básicas sin tener margen para un traspié, debido a que el colchón social en Estados Unidos es prácticamente inexistente. Esto en un contexto en el que afrontan un futuro incierto de un imperio en decadencia. Conscientes de ello, la élite dominante se empeña una y otra vez en reinventar un sistema que lleva numerosas crisis presentando claras muestras de agotamiento, a costa del aumento de las desigualdades y el autoritarismo que lo sustenta.
Una de las preguntas que Pascual Serrano, director de la colección, me hizo en pleno proceso de edición es por qué había escrito “la otra cara” y no “la cara oculta”. Mi respuesta fue clara: lo que yo presento en la obra no es un fenómeno que esté escondido, sino una realidad que cualquiera puede comprobar por sí mismo y que además está sustentada por datos, análisis y estudios. Otra cuestión es que la imagen edulcorada que Estados Unidos proyecta al mundo y que consumimos en España a través de los medios de comunicación y de su poderosa maquinaria de ficción sea completamente diferente a la realidad de la gran mayoría de los ciudadanos de este país.
Chris Hedges abre el prólogo que ha escrito para su libro con estas palabras: “Como deja claro Helena Villar en este libro, el sadismo define casi todas las experiencias culturales, sociales y políticas de los Estados Unidos” (Tampoco usted se queda atrás en el epílogo: “Estados Unidos es la nación de la libertad que solo da el tener dinero, de la prosperidad de unos pocos y, más bien, de la pesadilla para la minorías y clase trabajadora en general”). ¿Sadismo no es palabra exagerada? Si fuera ajustada, ¿cómo consiguen tanto apoyo ciudadano las instituciones de una sociedad con esa característica?
Como Chris Hedges ha tenido completa libertad a la hora de escribir el prólogo y es él quien utiliza esa palabra, supongo que esta sería más bien una pregunta para él. Sin embargo, creo que es un ángulo de apreciación muy acertado. Tal y como él explica parafraseando a Johan Huizinga, “a medida que las cosas se desmoronan, se abraza el sadismo como una forma de afrontar la hostilidad de un universo indiferente. Una vez roto el vínculo con un objetivo común, una sociedad fracturada se refugia en el culto al yo”. Estados Unidos funciona (y a la vez se condena) en pro de un individualismo atroz, en el que no existe un bien común y social, donde prima el lucro y el mantenimiento de un sistema que sólo se sostiene a base de competencia cruel e imperialismo. En este sentido, ser capo o colaboracionista de la corporatocracia dominante se convierte en la mayor aspiración de dicha masa social para salir de cualquier sector de la población condenado por el sistema.
Respecto al apoyo institucional, la realidad es que la democracia estadounidense y las instituciones que la sustentan se enfrentan a una crisis de credibilidad. Desgranar las condiciones de cada una de ellas me tomaría bastante tiempo y líneas, pero sirvan algunos datos como ejemplo: 7 de cada 10 estadounidenses abogan por el fin del bipartidismo, la confianza en la Corte Suprema está en mínimos históricos, son más los ciudadanos que desconfían de los medios de comunicación tradicionales que los que no, y los índices de apoyo presidenciales raramente superan el 50%.
Muy, pero que muy significativos, y no muy conocidos.
A la vez, es cierto que la idea abstracta de Estados Unidos como el mejor país posible es una afirmación compartida a nivel interno incluso por los más pobres y castigados. Existen numerosos factores que lo explican y desgrano en el libro, como los altos índices de religiosidad en lo que consideran “la nación de Dios”, el mantra de que es “la tierra de la abundancia” y la creencia de la libertad salvaguardada por el Ejército. Todos estos mitos, que sustentan a esta nación y han sido impuestos a fuego, sangre e ignorancia, pueden ser fácilmente desenmascarados. Creo que uno de los mecanismos que mejor explican su mantenimiento es, volviendo al inicio de esta respuesta, el ultra individualismo. Frente a la venta continua de una nación perfecta, donde todo se reduce al yo y ese yo, siendo cualquiera, puede triunfar; cuando el sujeto fracasa jamás culpa al Estado o al sistema. Esto se traduce, por ejemplo, en unos índices de suicidio, drogadicción y alcoholismo masivos. De nuevo, datos y realidad frente a percepciones y propaganda.
En la misma línea: ¿cómo es posible que un régimen político y social de estas características tenga tanta aceptación internacional? Para muchos ciudadanos del mundo USA sigue siendo algo así como el Paraíso terrenal (o metáfora afín).
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Occidente vive encadenado a un sistema capitalista cuyo imperio central es Estados Unidos. Dicho imperio se sustenta, por un lado, en base a un sistema financiero y de deuda creado por y para la metrópoli, la conocida como la “dictadura del dólar”. Desde la década de 1940, Estados Unidos es el país con la moneda de reserva del mundo y el dólar es la divisa central en el sistema de cambio. Esto supone que, incluso en un momento en el que la deuda está disparada hasta límites insospechados, el país no colapse. Al menos por el momento. Por otro lado, el imperio apuntala su poder utilizando dicho sistema para castigar a las naciones díscolas mediante el sistema de sanciones.
Además de la telaraña económica, está la militar. Estados Unidos tiene 800 bases militares en 70 países y es el motor principal de la mayor alianza ofensiva y guerrista de la actualidad, la OTAN. Cualquier otra experiencia económica y/o política diferente a la “democracia liberal” capitalista estadounidense, sin cese de soberanía de algún tipo a Washington, es considerada un enemigo y se activan todos los mecanismos posibles para conseguir la subordinación o directamente el estrangulamiento.
La mayoría de los ciudadanos desconocen los mecanismos necesarios que mantienen el sistema capitalista en el que viven, muchos ni siquiera han oído hablar de imperialismo en su vida y todos están expuestos permanentemente a la propaganda que valida dicho sistema. Dicha propaganda se centra en reforzar mitos y folclore y destacar logros, minimizando los problemas sistémicos y generales. Fuera de este país, todos conocemos a pies juntillas cómo son las cafeterías y moteles de carretera, los espectaculares fuegos artificiales del 4 de julio, los apartamentos compartidos por veinteañeros en Nueva York o las juergas de Las Vegas; pero estoy segura de que, si hiciéramos una encuesta, muchos desconocen que en Estados Unidos no hay bajas por enfermedad o maternales garantizadas por ley o que un elevado porcentaje de estadounidenses no saben ni lo que son las vacaciones.
Coincido con su apreciación, yo mismo desconocía algunas de esas situaciones.
Usted era corresponsal de RT en Washington mientras escribía el libro (tal vez lo siga siendo). Sin poner en duda su profesionalidad y objetividad, ¿no podría ocurrir que la ideología asociada a esa corresponsalía le hiciera ver las cosas de forma sesgada, algo “antiamericana”?
La realidad es que yo no busqué ser corresponsal en Estados Unidos; de hecho, mi primera reacción fue rechazar el puesto. Acepté por pura curiosidad y ganas de seguir aprendiendo, con la condición de regresar a España en uno o dos años. Si no fuera por una razón estrictamente personal, es muy probable que yo no siguiera en este país. Con esto vengo a decir que, de entrada, yo llegué a Estados Unidos sin la atadura de querer prosperar/mantenerme en un sistema para el que es necesario renovar una VISA, pero a la vez con la mente abierta a cualquier cosa que pudiera pasar.
Enseguida me di cuenta de que lo que se nos vendía distaba mucho de la realidad en la que viven los ciudadanos de este país. Tengo que agradecerle a RT el dejarme concebir la corresponsalía más allá del mero repique de la noticia del día que ya viene marcada por la agenda de los medios estadounidenses, poder trascender a las batallitas internas entre demócratas y republicanos o no caer en la dictadura del pop/entretenimiento. Mi trabajo como corresponsal supone un 80% de lo que es este libro y gracias a la libertad que me ha dado RT a la hora de tratar numerosos temas, he podido viajar, entrevistar, ver, hablar e investigar.
‘Esclavos Unidos’ no es un libro antiamericano, como tampoco lo son mis directos, reportajes o especiales de la corresponsalía. De hecho, ‘Esclavos Unidos’ es un canto y un reconocimiento a la clase trabajadora estadounidense. A sus derrotas, pero también a su resistencia. También es una obra de aviso al resto de trabajadores que viven en países cuyas principales fuerzas políticas básicamente se centran en replicar el modelo estadounidense. Es una advertencia sobre lo que está por llegar o ya están adoptando, que dista bastante de lo que consumen en Netflix.
Desde su punto de vista, ¿Estados Unidos es un país plenamente democrático? ¿Qué tipo de democracia es la democracia usamericana?
Estados Unidos es una democracia con grandes fallas sistémicas que no sólo no trata de enmendarlas, sino que trabaja por reforzarlas y eliminar cualquier atisbo de progreso en ese sentido. Estados Unidos es una democracia que durante el pasado medio siglo ha trabajado para restringir el derecho al voto, con la aprobación de leyes de supresión de votantes, manipulación y redistribución de distritos electorales o ampliación de dificultades para ejercer dicho derecho. Esto, en un contexto cuyo principal enemigo de dicha democracia es el propio sistema electoral, de carácter indirecto. En el libro explico largo y tendido en qué consiste pero, básicamente y a modo de resumen, se trata de una democracia en la que puede llegar a la Presidencia quien ni siquiera ha obtenido el mayor número de votos por parte de la ciudadanía.
Efectivamente, lo hemos visto en varias elecciones presidenciales.
Por si fuera poco, la representación en el Senado, cámara legislativa por excelencia, es extremadamente injusta y dispone de mecanismos tan viciados, antidemocráticos y reaccionarios como el llamado filibusterismo. Todo esto, en un contexto en el que el bipartidismo está completamente blindado y el acceso a la carrera política, salvo contadas excepciones, es imposible sin una enorme estructura financiera detrás, que sólo se obtiene o bien mediante la fortuna individual (élites jugando a la política) o con las corporaciones/lobbies apostando por ti como caballo ganador (y posteriormente cobrándose la apuesta en forma de políticas afines a sus intereses).
El título de su prefacio: “La tormenta perfecta. Cómo la Covid-19 desnudó la crueldad del sistema”. ¿Sigue desnudo el sistema a día de hoy?
Inicié la escritura del libro antes del estallido de la pandemia. Cuando llegó, entendí que debía tratarla mínimamente, pero intentando explicar que la Covid simplemente supuso acelerar o poner de manifiesto los problemas sistémicos que este país ya padecía y que sigue padeciendo. De este modo, escogí una de las semanas fatídicas en cuanto a los efectos de la misma en Estados Unidos para elaborar una especie de introducción y dar algunas pinceladas de los temas que posteriormente iba a tratar en el libro. En esa introducción se habla del catastrófico sistema de salud de este país, del uso de los fondos públicos como instrumento de apoyo a las corporaciones y la élite en lugar de redistribución de la riqueza para combatir la desigualdad, de la masa de esclavos abocada a trabajar en condiciones precarias que pueden llevarles a la muerte, de las crueles condiciones de la enorme masa social encarcelada o de la superficialidad y fragilidad de cualquier mínima esperanza de cambio progresista (ni siquiera de izquierdas), entre otros temas.
Demócratas y republicanos son dos caras de la misma moneda
Usted que ha vivido en tierras americanas en ambas presidencias, ¿observa diferencias sustantivas entre el EE.UU. trumpista y el EE.UU. bidenista?
Empecé a escribir el libro con la idea de que se publicara de cara a las elecciones presidenciales pero, debido a la pandemia y la maternidad, me fue imposible. Sin embargo, enseguida me alegré de que no hubiera sido así porque uno de los mitos que pretendo derribar es el de achacar todos los males de este país a Donald Trump. Siguiendo con el símil médico, la realidad es que Trump tan sólo supuso un síntoma llamativo de la verdadera enfermedad: el neoliberalismo capitalista. Fue utilizado como muñeco de feria para expiar males que son sistémicos y producto del sistema, tal y como desgrano en el libro. A su vez, también sirvió para canalizar una respuesta populista, en este caso de derechas, a la frustración y descontento crecientes en amplias masas de la sociedad estadounidense.
Demócratas y republicanos son dos caras de la misma moneda. Los primeros son más de guardar formas, apostar por discursos elocuentes que luego no llegan a nada o cooptar pulsiones progresistas para posteriormente neutralizarlas en el aparato del partido. Es imposible un cambio de izquierdas en un sistema político alimentado y sostenido por corporaciones y blindado en pro y para la élite. Para hacernos una idea, ante la debacle social y económica derivada de la pandemia, y con un legislativo y un ejecutivo demócratas, Joe Biden no ha sido siquiera capaz de aprobar su gran promesa de campaña (es decir, mecanismo de contención de explosión social) y principal punto en su agenda: la ley social Build Back Better (Reconstruir mejor). Un proyecto de ley fallido que ya llegó a votación con grandes recortes a la par que concesiones. La segunda mayor partida del mismo era una bajada de impuestos a clases pudientes y ni aun así, es decir, ni sobornando a los ricos, ha sido capaz de avanzar una mínima agenda social.
Tomo una idea de Erich Fried: ¿quién manda realmente en Estados Unidos en su opinión? ¿El Gran Hermano Amazon, Elon Musk, Google, Apple, Bill Gates…? ¿El complejo militar-industrial? ¿El Pentágono? ¿Todos ellos?
Estados Unidos es una corporatocracia, es decir, el poder del Estado ha sido transferido a las corporaciones. A esto se le añade que, en las últimas décadas con el aumento de la desigualdad, el país se ha convertido básicamente en una suerte de plutocracia. Es decir, una forma de oligarquía en la que el gobierno está en manos de la clase acaudalada y dominante, aquellos que controlan dichas corporaciones. La barrera entre el Estado y lo privado prácticamente se ha esfumado.
Sirva como ejemplo el Pentágono. Defensa es la mayor partida presupuestaria del país, representando más de la mitad del total del desembolso. Básicamente, se trata de transferir la mayor parte de los impuestos recaudados a la ciudadanía al engorde de un enorme sistema de empresas contratistas militares y, a su vez, la que quizá sea una de las mayores burocracias del planeta: el Pentágono, que a su vez actúa como intermediario para estas empresas. Uno de los puntos que mejor ilustra el hecho de que la corporatocracia apuntala y trasciende al bipartidismo de este país, es que tanto el actual secretario de Defensa de la Administración Biden como el anterior, de la Administración Trump, salen del mismo sitio: de una de estas empresas, concretamente de Raytheon.
Otro de los grandes mitos de defensa de la democracia estadounidense es la separación de poderes y su mecanismo de ‘checks and balances’, que podríamos traducir como frenos y contrapesos. Sin embargo, más allá de las disputas que puedan surgir entre ejecutivo, legislativo y judicial, la realidad es que todo el sistema se asienta sobre el capital, por lo que a la larga y en caso de conflicto, siempre se resolverá en favor de éste, aunque normalmente sea contrario al interés general. Incluso cuando un individuo o grupo social logra ganar en tribunales a corporaciones o industrias, en la mayoría de los casos el litigio siempre se resuelve con el pago de multas que suelen ser inferiores a los beneficios recogidos durante la perpetuación del daño. En el libro pongo como ejemplo a los fabricantes de opiáceos.
El movimiento social que está detrás de Bernie Sanders, ¿representa en su opinión una alternativa de izquierdas y con futuro?
El movimiento social detrás de Bernie Sanders tuvo una importancia enorme en las dos anteriores elecciones presidenciales a la hora de demostrar la dimensión del descontento entre las masas populares estadounidenses y dar forma a ciertas reivindicaciones que estaban diluidas en diferentes organizaciones civiles. Sin embargo, tras lo sucedido, creo que lo más importante del fenómeno Sanders fue poner en claro las limitaciones del sistema político estadounidense. Sirvió para revelar que está diseñado para garantizar que ninguna salida populista triunfe por la izquierda, tal y como explico en el libro. Para ello, ni siquiera hay que desplegar una gran ofensiva desde la derecha; la reacción más peligrosa y efectiva surge desde el propio aparato político y mediático del establishment demócrata. Me gustaría decir que la clase dirigente sintió la presión, tomó nota y se consiguieron concesiones. Desgraciadamente no ha sido así. No obstante, sí me gustaría reconocer que el fenómeno sirvió para generar conciencia en determinados asuntos, como la importancia de la sindicalización y, en respuesta a la parálisis política, se están dando una serie de intentos por impulsarla entre los trabajadores en determinadas industrias y empleos tradicionalmente muy precarios.
En cuanto a Sanders…
Creo oportuno aclarar que Bernie Sanders puede ser considerado de izquierdas desde una perspectiva estadounidense pero, fuera de los marcos de este país, Sanders no deja de ser un socialdemócrata progresista que a nivel discursivo en política exterior nunca ha supuesto una verdadera ruptura con el imperialismo y compra el concepto del enemigo exterior ruso/chino.
Le cito de nuevo: “La macabra paradoja es la siguiente: no hay nación en el planeta que gaste más dinero en atención médica. El gasto en salud por persona en Estados Unidos fue de US$10.224 en 2017, un 28 % más alto que Suiza, el siguiente de la lista, una diferencia que se ha agrandado a lo largo de las últimas cuatro décadas”. ¿A qué vienen entonces las críticas que suelen hacerse, y que usted también hace, al sistema médico usamericano? A mayor gasto médico, mayor calidad y más protección ciudadana. ¿No es eso?
Esa última frase es falaz. Sería lógica si no fuera porque, tal y como explico en el libro, el sistema de salud estadounidense, donde no existe el acceso gratuito ni universal, es un enorme fraude en el que las burbujas de precios, los abusos a los clientes y los sobrecostes con la connivencia estatal son el pan de cada día. El resultado no es sólo la imposibilidad de contabilizar el número de muertes por falta de atención médica, sino la ausencia de voluntad política para hacerlo. Sin embargo, sí sabemos, por ejemplo, que Estados Unidos registra el número más alto de muertes evitables por servicios médicos entre países homologables por PIB, o que medio millón de familias se declaran en bancarrota anualmente por no poder hacer frente a las facturas médicas. En Estados Unidos, 4 de cada 5 diabéticos han contraído una deuda media de nueve mil dólares poder hacer frente al pago de la insulina que necesitan para vivir. ¿Cómo se explica? Básicamente porque el lobby farmacéutico tiene comprado el Congreso, siendo la mayor puerta giratoria entre los representantes públicos estadounidenses.
Habla usted del caballo de Troya de las escuelas chárteres. ¿Qué escuelas son esas? ¿Por qué son un caballo de Troya?
Las escuelas chárteres son similares a las escuelas concertadas en España, pero con importantes diferencias. Reciben fondos gubernamentales pese a operar de manera independiente respecto al sistema escolar del estado de turno y, en el caso de Estados Unidos, están exentas de muchas regulaciones a las que se somete a la púbica, desde los planes de estudio hasta las condiciones laborales de los profesores (aquí hay que recordar el muy desregulado marco laboral estadounidense).
Tal y como relato en ‘Esclavos Unidos’, en la práctica supone alertar un sistema educativo con disparidad de contenido y método (es decir, establecer diferencias educativas entre alumnos del mismo nivel en función de la escuela a la que acuden) o que las directivas marquen las condiciones del trabajo ante la práctica ausencia de un control efectivo sobre el uso de dichos fondos públicos. Esto se da, a la vez, en un contexto de recortes brutales y falta de atención a las escuelas públicas que dura ya décadas. Por lo tanto, cada vez que una de estas escuelas abre al lado de una pública, ésta pierde alumnos y como consecuencia directa, dinero. Diversos análisis muestran que el drenaje de dichos fondos deja a la pública en la estacada, porque tiene que seguir manteniendo diversos costes fijos mientras pierde en pro de las chárteres, que al final no son más que financiación pública de un instrumento para desregular y reventar poco a poco el maltrecho sistema público.
Demonización del sindicalismo y desconocimiento de derechos laborales
¿Observa usted un renacimiento de la lucha de la clase trabajadora usamericana? No es que nosotros podamos dar lecciones a nadie, pero ¿por qué hay tan baja sindicalización?
La baja sindicalización en Estados Unidos es producto del ataque histórico que las organizaciones sindicales han sufrido a lo largo de la historia reciente. El debilitamiento del movimiento sindical se remonta al periodo macartista, que restringió, purgó y aplastó de manera efectiva su poder. Por otro lado, el bombardeo de propaganda anti-sindicalista y de demonización de los sindicatos es constante y las grandes empresas gastan enormes sumas de dinero para neutralizar cualquier intento de creación de alguno de ellos. Los esfuerzos anti-sindicales son tan efectivos que, aunque las encuestas muestran que los estadounidenses son conscientes de que pertenecer a un sindicato mejora las condiciones laborales del trabajador y numerosos estudios avalan esta afirmación, la pertenencia a estas organizaciones es de poco más de un 10%.
Sin embargo, tal y como he referido antes, estamos viviendo en estos momentos un impulso por crear sindicatos, sobre todo en el depauperado sector servicios. El motivo principal es la ausencia de respuesta estatal a demandas básicas que han puesto a estos trabajadores al límite y sin nada que perder, como el aumento del salario mínimo, estancado a nivel federal desde el año 2009. Fue una de las promesas de campaña de Biden y también una de las primeras en sacrificar una vez llegó al cargo. Se da la paradoja de que el propio Biden pretende auto erigirse en presidente pro clase media y sindicatos, escenificando incluso apoyo con los mismos, cuando en realidad se trata de una estrategia política y de pura imagen. Frente a la inactividad de su gobierno y el legislativo y, consciente de que las tuercas están demasiado apretadas, externaliza responsabilidad en los propios trabajadores y las organizaciones laborales.
Vuelvo a citarle (aunque hemos comentado el tema de pasada): «Estados Unidos en la única economía avanzada donde por ley no estás obligado a tener vacaciones pagadas, todo depende del criterio del empleador». ¿Sigue siendo así? ¿Desde cuándo rige esa norma antiobrera? ¿Qué hacen entonces los trabajadores? ¿No toman vacaciones?
Estados Unidos es un gran casino laboral. Es la única economía avanzada donde por ley no se obliga a las vacaciones pagadas, licencias por enfermedad o bajas maternales o paternales. Esto no quiere decir que no existan, sino que todo queda a criterio del empleador. Los derechos sociales o laborales se conciben como beneficios a ofertar por la empresa, es decir, pura moneda de cambio para que apuestes por uno u otro empleo. También la sanidad. Al no existir un sistema público, el seguro médico del trabajo se utiliza como atractivo a la hora de la contratación, también como condena, hay quien no cambia de trabajo por miedo a que un seguro diferente no le cubra el tratamiento o la medicina que necesita. Esto, en teoría, podría ser música para los oídos de cualquier liberal, pero la realidad es el aumento de las desigualdades entre trabajadores, unas condiciones laborales estándares peores al resto de economías avanzadas y al abuso, completamente legal, de aquellos trabajadores en peor posición. Así, se calcula que uno de cada cuatro trabajadores estadounidenses no goza de vacaciones ni festivos remunerados (lo que suele ofrecerse son 15 días anuales) o que sólo la cuarta parte de los empleadores ofrece bajas médicas remuneradas de diez días por año, siempre que se lleve más de un año trabajando en la empresa.
Habla usted de trabajadores de primera y de esclavos. ¿Quiénes esos esclavos?
Ese es el título de un apartado del libro en el que tomo como ejemplo Amazon, la segunda empresa en número de empleados del país, para explicar la dicotomía existente entre trabajadores con estudios superiores que ostentan buenas condiciones laborales y el resto. Más allá del ejemplo de dicha empresa, en términos generales, los esclavos son la gran masa laboral estadounidense que trabaja, en muchos casos a tiempo completo e incluso teniendo dos y tres empleos, y aun así vive en la pobreza.
Para hacernos una idea, no existe ni un sólo territorio en Estados Unidos en el que un trabajador que cobre el salario mínimo y trabaje a tiempo completo pueda alquilar un apartamento de una habitación y llegar sin problemas a final de mes. Se estima que casi la mitad del mercado laboral cobra salarios bajos. Antes de la pandemia, es decir, teóricamente en situación de bonanza, casi un tercio de los estadounidenses vivía por debajo de la línea de pobreza federal, que además se calcula en base a una medida establecida desde hace décadas y que subestima la pobreza real. Mujeres, sobre todo madres solteras, e inmigrantes suelen ser los más castigados.
¿Se puede hablar propiamente de la existencia de un Estado asistencial (o de bienestar) en USA? ¿Para quiénes rige?
El estado del bienestar en Estados Unidos, tal y como puede concebirse desde Europa, prácticamente no existe y ha sido desmantelado, tal y como ya está sucediendo en el Viejo Continente. Eso no quiere decir que no haya programas sociales, los hay, pero están en permanente ataque y a merced de las mayorías y los intereses políticos de turno. Además, los requisitos de acceso para los mismos son muy restrictivos. En Estados Unidos, no sólo es muy difícil ser pobre, sino demostrar que lo eres. En contraposición, la disponibilidad de dinero público para grandes corporaciones o industrias como la armamentística es amplia. No sólo a través de contratos públicos, sino de ayudas millonarias directas cada vez que el sistema se tambalea (como las inyecciones de ayuda económica debido a la pandemia, que supusieron un enorme trasvase de dinero para corporaciones e incluso millonarios), o de un sistema fiscal diseñado para castigar a los más pobres y premiar a grandes empresas y fortunas.
Se da la circunstancia, además, de la generación del siguiente círculo vicioso: los contribuyentes acaban por pagar mediante los míseros programas de asistencia las carencias que muchas de estas grandes empresas no cubren a sus trabajadores. En el libro hablo de Walmart, que pese a pertenecer a una de las familias más ricas del país, pagan a sus trabajadores salarios tan bajos y en condiciones tan precarias, que muchos de ellos deben recurrir a ayudas públicas, por lo que dicha empresa acaba, indirectamente, siendo subvencionada.
Una sociedad muy religiosa, violenta y militarizada
¿Cómo puede explicarse que un país con tantos éxitos tecno-científicos se muestre en muchos aspectos muy influido por corrientes irracionalistas, incluso anticientíficas?
Creo que la principal explicación es el alto índice de religiosidad de este país. Estados Unidos es el país desarrollado más religioso de Occidente. Al menos el 80 % de los ciudadanos creen en algún dios y más de la mitad rezan, a niveles que no se registran en ninguna economía avanzada. Esto tiene un impacto a nivel político, social, educativo e incluso de reacción anticientífica. No en vano, la mitad de los adultos aseguran que la Biblia debería tener mucha o alguna influencia en las leyes del país.
¿Es realmente Estados Unidos una sociedad violenta, militarizada? ¿Por qué no se controla más la venta de armas?
Estados Unidos es una sociedad muy violenta en comparación con el resto de economías avanzadas. Uno de los datos más reveladores es que los estadounidenses tienen 25 veces más probabilidades de morir en un homicidio por armas de fuego que cualquier ciudadano de naciones de altos ingresos. Todo el mundo en este país conoce o conocerá en su vida al menos a una víctima de la violencia armada. Decenas de miles mueren cada año por este motivo. Sólo el fin de semana festivo del pasado 4 de julio, hubo al menos 220 muertos por disparos y 570 heridos. Una organización especializada en violencia armada calcula que, de media, un centenar de estadounidenses pierden la vida cada día por ese motivo.
No existe un control efectivo de las armas, ni siquiera un debate real. La sacrosanta segunda enmienda de la Constitución, que blinda el derecho a poseer armas no se discute. Otra cuestión son las controversias políticas generadas sobre regulaciones y límites, que en realidad son parches no muy ambiciosos, como subir la edad de posesión o endurecer los controles de antecedentes de los portadores de armas. A su vez, la Policía estadounidense está altamente militarizada. Para hacernos una idea, el presupuesto destinado a la Policía en Estados Unidos ocuparía el tercer puesto en gasto militar más alto del mundo, sólo por detrás del propio Ejército estadounidense y del Ejército de China.
Estados Unidos, afirma usted, es el país más peligroso del mundo desarrollado para ser madre. ¿Por qué? ¿Dónde se ubican los peligros a los que alude?
Estados Unidos es el país desarrollado con una mayor tasa de mortalidad materna, según la propia Organización Mundial de la Salud. En las últimas tres décadas, su índice de fallecimientos relacionados con el embarazo o el parto ha aumentado. No en vano, la mortalidad materna subió en un 14 % sólo durante el año 2020. Las causas son múltiples pero una de las principales es el desigual acceso a atención sanitaria y servicios al no existir un sistema de salud público y universal.
Otro factor muy importante es lo que he comentado anteriormente, que no haya bajas maternales pagadas obligadas por ley. Esto supone que el 25 % de las mujeres regresen al trabajo sólo dos semanas después de haber dado a luz, con el riesgo para su propia salud y la del bebé que ello supone. Cabe recordar que la recuperación de un parto vaginal sin complicaciones está entre las seis y las ocho semanas.
Un país construido sobre la esclavitud, el genocidio y el racismo
En términos generales, ¿Estados Unidos sigue siendo una sociedad racista?
Estados Unidos es una sociedad construida sobre la esclavitud, el genocidio y el racismo por lo que, aún hoy y pese a todos los avances en este sentido, este último sigue formando parte del sistema. En el capítulo relativo a la vivienda y las infraestructuras, por ejemplo, explico largo y tendido cómo históricamente se ha torpedeado el acceso a las mismas a barrios de mayoría afroamericana y cómo aún hoy día esos errores no se han corregido por completo. Los guetos siguen existiendo y, en caso de que se renueven, se hacen mediante procesos de gentrificación que expulsan a los habitantes originarios.
Por poner otro ejemplo, no es casualidad que los hombres afroamericanos tengan seis veces más posibilidades de acabar entre rejas que los hombres blancos. Las desigualdades de décadas pasadas en cuanto a inversión pública y a la hora de acceder a los bienes básicos por parte de las comunidades afroamericanas han tenido efectos devastadores de perpetuación de la pobreza por generaciones. Por otro lado, aunque es cierto que hay personas de color entre la élite y cada vez más en muchos casos por una cuestión de mero lavado de imagen política, el hecho de que en las últimas décadas la oligarquía (tradicionalmente blanca) haya aumentado su poder a costa de un empobrecimiento de los demás significa, por un lado, la continuación de esas dinámicas raciales. Por otro, que los blancos de abajo cada vez se han ido depauperando más y por lo tanto acercando a las condiciones económicas que tradicionalmente y de manera racista se han asociado a las minorías.
El título del tercer capítulo: «Cómo sobrevive y se sobrevive al sistema». Le pido un resumen: ¿cómo?
En ese tercer capítulo explico una serie de dinámicas y problemas estructurales que apuntalan el sistema o, más bien, resuelven la tan recurrida pregunta: ¿y por qué no cae, por qué no explota? Yo siempre contesto que Estados Unidos es un país en implosión constante, donde el sistema expulsa, encierra y deshecha a todo aquel que no es capaz de seguir tirando del carro. Así, por un lado, hablo del fenómeno de las muertes por desesperación (los altos índices de suicidio, sobredosis y alcoholismo) y la importancia de los mitos patrióticos y la religión como elementos generadores de fe en el sistema. También de la extrema violencia que genera dicha sociedad y modelo económico a la que me he referido en la anterior pregunta.
Otro de los puntos muy importantes que relato en ese capítulo es el referente al sistema carcelario. Estados Unidos, ese país que se vende como la nación de la libertad, es la que tiene a más ciudadanos privados de la misma en todo el planeta. En números totales y porcentuales. Estar encerrado en Estados Unidos tiene más que ver con ser pobre y por lo tanto más beneficioso para el sistema económico encerrado que libre. Esto en capitalismo es profundamente ideológico, y raramente se da esta importante batalla de ideas a nivel internacional o desde la izquierda.
En ese capítulo también hablo de la trampa de la deuda, nacional e individual, como elemento de atadura esclavista al sistema; así como de la falsa ilusión de democracia participativa estadounidense, que ya he detallado anteriormente en otra respuesta.
El liderazgo de Trump
En su opinión, ¿hubo un intento de golpe el 6 de enero de 2021?
Siendo sincera, tengo sentimientos encontrados sobre la insurrección en el Capitolio.
¿Sentimientos encontrados? ¿Por qué?
Al principio me pareció un claro intento de golpe, casi satírico e histriónico debido a las características únicas sociopolíticas de Estados Unidos y al liderazgo latente de un personaje como Donald Trump. Sin embargo, pasado un tiempo y a medida que conocemos más información y avanza la investigación, paradójicamente, creo que hay suficientes dudas y enigmas sobre quiénes impulsaron lo sucedido o dejaron que sucediera como para poder incluso pensar que fue un «experimento» de cara a medir la respuesta del Estado y/o reforzar el totalitarismo en pro de la defensa de la «democracia liberal».
También hay quien cree, y no me parece descabellado, que se trató de vehicular y arrinconar a las bases trumpistas populares para desactivar la fuerza del movimiento. Me gustaría comentar lo que vi en uno de los primeros mítines de Trump meses después de lo sucedido. Yo creía que la insurrección, así como la censura del expresidente en redes, podría haber asestado un duro golpe a las bases. Me encontré que en Alabama, en medio de la nada, miles de convencidos le esperaban cual Mesías bajo la tormenta, convencidos de que era el enviado de Dios para combatir a la élite corrupta estadounidense. Me impactó el hecho de que todos me dijeran que los de arriba estaban acabando con los de abajo, es decir, con los trabajadores; en una especie de alegato muy de lucha de clases sociales. Sin embargo, todos concluían con una especie del mundo al revés: «los de arriba quieren implantar el socialismo o el comunismo y Trump, un empresario corrupto, es quien nos va a salvar». Hay que tener muy presente la historia anticomunista y la agresiva propaganda desplegada en ese sentido en este país, que supone, como vemos, achacar a ese fantasma males que son intrínsecamente capitalistas y defender soluciones completamente disparatadas.
Afirma usted que «Flint está en todas partes». ¿Qué cosa es esa que está en todas partes?
La concepción capitalista neoliberal de que el Estado sólo debe existir para desmantelar lo público en pro de la empresa privada y los beneficios al coste que sea, incluso si supone ir contra la salud pública y causar muertes. La no rendición de cuentas política y judicial después, la corta memoria mediática de los escándalos y sus víctimas, la ausencia de crítica a un sistema que sólo se dedica a llegar, extraer, sacar beneficios, agotar, abandonar y dejar morir. Todo esto y mucho más sucedió en Flint (ciudad en Michigan), una crisis que contiene todos los elementos que están mal en el sistema. A su vez, la crisis de Flint puede ocurrir en cualquier momento en cualquier parte del país, puesto que la disfunción es latente, generalizada y las soluciones sólo llegan en forma de parches temporales que jamás cuestionan la dinámica real de lo que sucede.
La política exterior de EE.UU. se sustenta en el vasallaje
No hay muchas referencias a la política exterior usamericana en su libro. ¿Mejoran en este aspecto los Estados Unidos?
Es cierto. El libro es sobre Estados Unidos en clave interna, aunque en algún pasaje como el relativo al Pentágono o a la deuda me veo obligada a hacer algunas referencias a la política exterior. Yo diría que es incluso peor que el retrato nacional. La respuesta daría para otro libro pero, básicamente y a modo de resumen, la relación de Washington con los demás se basa en el control económico y/o militar y, si no, en el acoso o el uso del ‘soft power’ para alcanzar el esperado vasallaje. En el peor de los casos, guerra o conflicto indirecto. Uno de los grandes dramas de este país es que los neoconservadores, que creen que Estados Unidos debe mantener la hegemonía mundial a cualquier coste, ocupan siempre puestos clave en la política exterior de este país gobierne quien gobierne, ya sean demócratas o republicanos. Esto, pese a que una y otra vez han abocado a este país y al resto del mundo a desastre tras desastre. Prefieren directamente condenar a la humanidad a la desaparición a aceptar que el tan cacareado excepcionalismo estadounidense es una quimera.
¿Se ha volcado la sociedad norteamericana con la ayuda a Ucrania? ¿Rusia y China son hoy los dos grandes enemigos de Estados Unidos? ¿Más China, pensando estratégicamente?
Hay un poema del año 1970 de Gil Scott-Heron que empieza así:
Una rata mordió a mi hermana Nell.
(con el blanquito en la luna)
Su rostro y sus brazos comenzaron a hincharse.
(y el blanquito está en la luna)
No puedo pagar ninguna factura del médico.
(pero el blanquito está en la luna).
Para quien no lo haya imaginado ya, es una crítica a las condiciones de vida precarias de la clase trabajadora estadounidense de entonces, especialmente los afroamericanos, en un momento en el que a la vez Estados Unidos gastaba ingentes cantidades de dinero para llevar al hombre a la luna.
El día en que la Cámara de Representantes de Estados Unidos debatía sobre la aprobación del paquete de 40 mil millones de dólares adicionales en ayuda a Ucrania, Marjorie Taylor Greene, una representante republicana simpatizante de la teoría conspirativa QAnon y trumpista, hacía un alegato con una cadencia similar a ese poema. Green hacía uso de su palabra asegurando: «Casi 40 mil millones a Ucrania mientras las madres estadounidenses no pueden encontrar fórmula para bebés (una crisis que había estallado por aquel entonces y semanas después aún no ha sido resuelta)».
No hubo ni un representante demócrata que votase en contra de seguir enviando armas sin control alguno a uno de los países más corruptos del planeta. Ni siquiera hubo alguno que, aun mostrándose a favor de dicha ayuda, encendiese las debidas alarmas sobre el enorme gasto público que está suponiendo alimentar una guerra proxy que muy probablemente esté perdida, mientras a nivel interno se acumulan los problemas económicos y sociales.
Con esto quiero decir que el imperialismo ha devorado al progresismo institucional estadounidense, dejándole al rebote la pelota a los elementos más populistas de derechas del panorama estadounidense, que utilizan la oportunidad de manera torticera y puramente electoralista (cuando gobiernan los republicanos, el imperialismo continúa). A juzgar por el poema de Scott-Heron, esto ha debido ser más o menos una constante en la historia reciente de este país, aunque con esteroides desde la llamada «guerra contra el terror».
En cuanto a Rusia y China.
Rusia y China son los enemigos declarados. En planes de Defensa, estrategias de la OTAN, discursos, presupuestos… está escrito negro sobre blanco en todos lados (y aun así hay más de uno que, cuando suceden choques, parece que se sorprende). Estados Unidos se prepara para un enfrentamiento a gran escala con dichas potencias nucleares. En la actualidad la estrategia es intentar desangrar a Moscú vía Ucrania, que les sirve para engrasar la máquina de la guerra y como campo de pruebas para el futuro conflicto.
En resumen, se trata de un choque entre Oriente y Occidente, por la intolerancia de Estados Unidos a un nuevo orden verdaderamente multipolar en el que pierda su hegemonía.
Dedica el libro a su hija. Añade: «Por un mundo en el que la libertad no esté secuestrada por el privilegio». ¿Aspiración alcanzable o deseo utópico bienintencionado? ¿Hay motores sociales usamericanos que trabajen en pro de esa sociedad libre no secuestrada por el privilegio?
Aunque no lo pueda parecer, yo soy una persona bastante optimista. Es decir, creo en la humanidad y en su capacidad para no acabar auto destruyéndose. No sólo eso, creo que tenemos la capacidad y las ganas de poder construir un mundo mejor. Las épocas de crisis e incertidumbre como la que nos está tocando vivir siempre dan paso a otra y, en esa nueva reconfiguración que va a llegar de manera inevitable, me gustaría que avanzásemos hacia una mayor justicia social universal.
Yo sé que tal y como describo el panorama en el libro, el primer pensamiento puede ser derrotista. También que, el hecho de que mi trabajo e incluso mi persona sean víctimas de censura, difamación, etiquetas, sanciones, campañas de desprestigio u ocultación, etc., deberían abocarme a tirar la toalla. Sin embargo, y aunque me equivoco como todo el mundo, se están dando pasos que poco a poco van dándome la razón frente a la propaganda. Y bueno, si al final me equivoco y acabamos auto destruyéndonos, tampoco habrá nadie vivo que pueda echármelo en cara.
Aunque yo soy mucho más pesimista que usted, tiene razón.
Sobre los motores sociales usamericanos, básicamente lo que queda aprovechable son redes de resistencia y solidaridad comunitaria. No me parece poco. De hecho, me parece un buen germen. Lo que no creo que suceda en Estados Unidos, y esto ya es atrevimiento y casi futurología, es una revolución marxista, izquierdista o socialista tradicional, porque es imposible debido a las características intrínsecas de esta nación. Los cambios se darán de otra forma y muy probablemente tras el golpe al que va a llevarles la soberbia de la clase gobernante.
EE.UU. no se toma en serio la crisis climática
¿Estados Unidos se toma en serio la lucha contra el cambio climático? ¿Por qué hay tantos opositores, sobre todo en las filas del partido republicano?
No se la toma en serio para nada. ¿Alguien ha vuelto a oír hablar del zar del clima John Kerry desde su nombramiento? Biden ha seguido aumentando los permisos de perforaciones, aquí no hay ningún plan «verde» a la vista y aún todavía menos desde que pueden esgrimir la excusa de «la guerra de Putin». La realidad es que Estados Unidos sigue con una economía muy dependiente del petróleo y una sociedad y unas infraestructuras, a su vez, muy dependientes del mismo. Para hacernos una idea, Estados Unidos ocupa el puesto 13 en calidad de infraestructuras del mundo y la mitad de la población ni siquiera tiene acceso a transporte público. Es gasolina y más gasolina, vehículo y más vehículo. En Estados Unidos, tener coche puede ser literalmente una cuestión de vida o muerte. Por si fuera poco, al presupuesto del plan de infraestructuras que aprobaron hace unos meses y que era inevitable básicamente para que no se caiga a pedazos lo que hay se lo está comiendo la inflación.
Todas esas transformaciones, paso a energía verde y regulaciones que se están aprobando en Europa aquí sólo se escuchan en discursos de declaración de intenciones y en marcianadas como el plan de adaptación climática del Pentágono, cuando el Ejército de Estados Unidos en uno de los mayores contaminantes climáticos de la historia, más que la mayoría de los países. No se puede sostener un imperialismo no contaminante, es una contradicción, y yo diría que hasta una burla para el ciudadano bombardeado con discursos de reciclaje, gasto de sus ahorros en un coche eléctrico o conteo de la huella de carbono. O se cambia el sistema, o al final lo único que va a resultar todo esto es en un empobrecimiento de la clase obrera, a la que se le va a abocar a renunciar a ciertos tipos de consumo para satisfacer el discurso climático, mientras los que realmente contaminan van a seguir siendo impunes y el planeta a la deriva.
A nivel interno, es cierto que los republicanos son opositores por lo general cuando no directamente negacionistas. Básicamente muchos de ellos tienen sus carreras políticas financiadas gracias a la industria petrolera o derivados. Sin embargo, a nivel social no hay creada una gran conciencia verde, así que tampoco vas a encontrar una mayoría demócrata que apueste por ese discurso todavía.
Cierra su libro con estas palabras: «La ceremonia [la de ser nombrados/considerados ciudadanos norteamericanos] finalizó con unos fuegos que, al ser mediodía, en realidad fueron humo de colores. Blanco, rojo y azul. Blanco, rojo y azul. Blanco, rojo y azul. Aplausos, vítores, toma de fotos. Una vez desvanecido el artificio, en el cielo quedó un gran rastro de humo oscuro. Para cuando se volvió completamente negro ya nadie miraba. Mientras seguía su reflejo en el agua rumiaba la metáfora; ahora sí, con imperceptibles lágrimas en los ojos». ¿Por qué esas lágrimas?
Creo que sólo con ese último párrafo no se puede entender muy bien a qué me refiero, pero voy a intentar resumirlo. El libro finaliza con un epílogo en forma de crónica un tanto personal sobre una de mis visitas a Mount Vernon, lugar de residencia del padre fundador George Washington. En ella, trato de explicar de una manera incluso un tanto novelada, cómo los cimientos de esta nación se asientan sobre el trabajo esclavo, un esclavismo que en cierta forma nunca se abolió, sino que se transformó para adaptarse a los nuevos tiempos. La mayor fuerza de sostenimiento y avance de este país ni es reconocida, ni mucho menos admirada. Los fuegos de colores de artificio, nunca mejor dicho, siempre se los llevan individuales de la clase explotadora dominante, cuando debería ser todo lo contrario. En cierta medida, ‘Esclavos Unidos’ es mi particular homenaje a los de abajo. Por eso, pese a ser un ensayo, el libro está plagado de testimonios con nombres y apellidos con los que intento poner cara y dar voz a aquellos que normalmente nunca son escuchados.
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