POR SEYMOUR HERSH
La prensa de Washington parece estar haciéndose a la idea de la enormidad del desastre en Ucrania, pero no hay pruebas públicas de que el presidente Joe Biden y sus principales colaboradores comprendan la situación.
El fin de semana del 24 y 25 de junio, la administración Biden tuvo unos días gloriosos. La actual situación provocada por el desastre en Ucrania desapareció de los titulares y fue sustituida por la “revuelta”, como decía un titular de The New York Times, de Yevgeny Prigozhin, jefe del grupo mercenario Wagner.
El foco de atención se desvió de la fallida contraofensiva ucraniana para centrarse en la amenaza de Prigozhin al control de Putin. Como decía un titular del New York Times: “La revuelta plantea una pregunta candente: ¿podría Putin perder el poder?”. El columnista de The Washington Post David Ignatius hizo esta apreciación: “Putin miró al abismo el sábado y parpadeó”.
El secretario de Estado, Antony Blinken –el portavoz del Gobierno en tiempos de guerra, que recientemente habló orgulloso de su compromiso de no buscar un alto el fuego en Ucrania–, apareció en el programa Face the Nation de la CBS con su propia versión de la realidad: “Hace dieciséis meses, las fuerzas rusas estaban… pensando que borrarían del mapa a Ucrania como país independiente”, dijo Blinken. “Ahora, durante el fin de semana, han tenido que defender Moscú, la capital de Rusia, de mercenarios designados por el propio Putin… Ha sido un desafío directo a la autoridad de Putin… Muestra verdaderas fisuras”.
Blinken, que no fue cuestionado por su entrevistadora, Margaret Brennan, como bien sabía él que no lo sería, pasó a sugerir que la deserción del enloquecido líder de Wagner sería una bendición para las fuerzas militares de Ucrania, cuya matanza por parte de las tropas rusas continuaba mientras él hablaba. “En la medida en que supone una verdadera distracción para Putin y para las autoridades rusas, que tienen que mirar –y de algún modo preocuparse– por su retaguardia mientras tratan de hacer frente a la contraofensiva en Ucrania, diría que esto crea incluso mayores oportunidades para que los ucranianos triunfen sobre el terreno”.
¿En ese momento Blinken hablaba en nombre de Joe Biden? ¿Debemos entender que eso es lo que cree el hombre al mando?
Ahora sabemos que la revuelta del crónicamente inestable Prigozhin se esfumó en un día, cuando huyó a Bielorrusia con la garantía de no ser procesado, y su ejército mercenario se mezcló con el ejército ruso. No hubo marcha sobre Moscú, ni una amenaza significativa para el gobierno de Putin.
Lástima de los columnistas de Washington y de los corresponsales de seguridad nacional que parecen depender enormemente de las reuniones informativas oficiales con funcionarios de la Casa Blanca y del Departamento de Estado. Teniendo en cuenta las conclusiones publicadas de esas sesiones informativas, dichos funcionarios parecen incapaces de ver la realidad de las últimas semanas, o el desastre total que ha recaído sobre la contraofensiva militar ucraniana.
Así pues, a continuación se ofrece una visión de lo que está ocurriendo realmente, que me fue facilitada por una fuente bien informada de la comunidad de la inteligencia estadounidense:
“He pensado que podía aclarar un poco las cosas. En primer lugar, y lo más importante, es que Putin está ahora en una posición mucho más fuerte. Ya en enero de 2023 nos dimos cuenta de que era inevitable un enfrentamiento entre los generales, apoyados por Putin, y Prigo, respaldado por extremistas ultranacionalistas. El viejo conflicto entre los combatientes de guerra ‘especiales’ y un ejército regular grande, lento, torpe y sin imaginación. El ejército siempre gana porque posee los activos periféricos que hacen posible la victoria, ya sea ofensiva o defensiva. Y lo que es más importante, controlan la logística. Las fuerzas especiales se ven a sí mismas como el principal activo ofensivo. Cuando la estrategia general es ofensiva, el gran ejército tolera su arrogancia y sus golpes de pecho en público porque las fuerzas especiales están dispuestas a asumir grandes riesgos y pagar un alto precio. Una ofensiva exitosa requiere un gran gasto en hombres y equipamiento. Una defensa exitosa, por otro lado, requiere administrar esos activos”.
“Los miembros de Wagner fueron la punta de lanza de la ofensiva rusa inicial en Ucrania. Eran los ‘hombrecillos verdes’. Cuando la ofensiva se convirtió en un ataque total del ejército regular, Wagner siguió ayudando, pero, a regañadientes, tuvo que pasar a un segundo plano en el periodo de inestabilidad y reajuste posterior. Prigo, nada tímido, tomó la iniciativa de aumentar sus fuerzas y estabilizar su sector”.
“El ejército regular agradeció la ayuda. Prigo y Wagner, como es habitual en las fuerzas especiales, acapararon la atención y se llevaron el mérito de detener a los odiados ucranianos. La prensa se lo tragó todo. Entretanto, Putin y el gran ejército cambiaron lentamente su estrategia de pretender la conquista ofensiva de la gran Ucrania por la defensa de lo que ya tenían. Prigo se negó a aceptar el cambio y continuó la ofensiva contra Bajmut. Ahí radica el problema. En lugar de crear una crisis pública y someter al imbécil [Prigozhin] a un consejo de guerra, Moscú simplemente retuvo los recursos y dejó que Prigo agotara sus reservas de hombres y armas, condenándolo a la retirada. Al fin y al cabo, por muy astuto que sea financieramente, es el expropietario de un carrito de perritos calientes sin logros políticos ni militares”.
“Lo que nunca supimos es que hace tres meses sacaron a Wagner del frente de Bajmut y lo enviaron a un cuartel abandonado al norte de Rostov del Don [en el sur de Rusia] para desmovilizarlo. La mayor parte del equipo pesado se redistribuyó y la fuerza se redujo a unos 8.000 efectivos, 2.000 de los cuales partieron hacia Rostov escoltados por la policía local”.
“Putin respaldó plenamente al ejército que dejó que Prigo hiciera el ridículo y desapareciera en la ignominia. Todo ello sin sudar la gota gorda militarmente ni provocar un enfrentamiento político con los fundamentalistas, que eran ardientes admiradores de Prigo. Bastante astuto”.
Existe una enorme brecha entre la forma en que los profesionales de la comunidad de inteligencia estadounidense evalúan la situación y lo que la Casa Blanca y la supina prensa de Washington proyectan a la opinión pública al reproducir acríticamente las declaraciones de Blinken y sus cohortes de halcones.
Las estadísticas actuales sobre el campo de batalla que me fueron comunicadas sugieren que la política exterior general de la administración de Biden puede estar en peligro en Ucrania. También plantean dudas sobre la implicación de la alianza de la OTAN, que ha estado proporcionando a las fuerzas ucranianas entrenamiento y armas para la actual contraofensiva, que va con retraso. Me han informado de que en las dos primeras semanas de la operación, el Ejército ucraniano únicamente se ha apoderado de unos 114 kilómetros cuadrados de territorio anteriormente en poder del Ejército ruso, gran parte de ellos en campo abierto. En cambio, Rusia ahora controla aproximadamente 103.600 kilómetros cuadrados de territorio ucraniano. Me han revelado que en los últimos diez días las fuerzas ucranianas no han conseguido abrirse paso a través de las defensas rusas de forma significativa. Únicamente han recuperado unos cinco kilómetros cuadrados más de territorio ocupado por Rusia. A ese ritmo, según un funcionario informado, los militares de Zelensky tardarían 117 años en librar al país de la ocupación rusa.
En los últimos días, la prensa de Washington parece estar haciéndose poco a poco a la idea de la enormidad del desastre, pero no hay pruebas públicas de que el presidente Biden y sus principales colaboradores en la Casa Blanca y ayudantes del Departamento de Estado comprendan la situación.
Putin tiene ahora a su alcance el control total, o prácticamente, de las cuatro regiones ucranianas –Donetsk, Kherson, Lubansk, Zaporizhzhia– que se anexionaron públicamente el 30 de septiembre de 2022, siete meses después de comenzar la guerra. El siguiente paso, suponiendo que no se produzca un milagro en el campo de batalla, dependerá de Putin. Podría simplemente detenerse donde está y ver si la Casa Blanca acepta la realidad militar y se busca un alto el fuego iniciando conversaciones formales para el fin de la guerra. El próximo mes de abril se celebrarán elecciones presidenciales en Ucrania, y el líder ruso podría quedarse quieto y esperar a que se realicen –si es que se celebran–. El presidente de Ucrania, Volodímir Zelensky, ha dicho que no habrá elecciones mientras el país esté bajo la ley marcial.
Los problemas políticos de Biden, en cuanto a las elecciones presidenciales del próximo año, son graves y evidentes. El 20 de junio, el Washington Post publicó un artículo basado en una encuesta de Gallup bajo el titular “Biden no debería ser tan impopular como Trump, pero lo es”. El artículo que acompañaba a la encuesta, escrito por Perry Bacon, Jr., decía que Biden tiene “un apoyo casi universal dentro de su propio partido, prácticamente ninguno del partido de la oposición y cifras terribles entre los independientes”.
Biden, como anteriores presidentes demócratas, escribió Bacon, lucha “por conectar con los votantes más jóvenes y menos comprometidos”. Bacon no tenía nada que decir sobre el apoyo de Biden a la guerra de Ucrania porque, al parecer, la encuesta no hacía preguntas sobre la política exterior de la administración.
El desastre que se avecina en Ucrania, y sus implicaciones políticas, deberían ser una llamada de atención para aquellos miembros demócratas del Congreso que apoyan al Presidente pero no están de acuerdo con su voluntad de tirar muchos miles de millones de dinero a la basura en Ucrania, con la esperanza de un milagro que no llegará. El apoyo demócrata a la guerra es otro ejemplo de la creciente desvinculación del partido con la clase trabajadora. Son sus hijos los que han estado luchando en las guerras del pasado reciente y los que pueden estar luchando en cualquier guerra futura. Estos votantes se han alejado cada vez más a medida que los demócratas se acercan a las clases intelectuales y adineradas.
Si queda alguna duda sobre el continuo cambio sísmico en la política actual, recomiendo una buena dosis de Thomas Frank, el aclamado autor del best seller de 2004 ¿Qué pasa con Kansas? Cómo los conservadores conquistaron el corazón de América, un libro que explicaba por qué los votantes de dicho estado se alejaron del partido demócrata y votaron en contra de sus propios intereses económicos. Frank volvió a hacerlo en 2016 en su libro Escucha, liberal: o, ¿qué pasó con el partido del pueblo? En un epílogo a la edición de bolsillo describió cómo Hillary Clinton y el Partido Demócrata repitieron –o amplificaron– los errores cometidos en Kansas cuando iban camino de perder unas elecciones seguras frente a Donald Trump.
Sería prudente que Joe Biden hablara claro sobre la guerra y sus diversos problemas para Estados Unidos, y que explique por qué los más de 150.000 millones de dólares que su administración ha invertido hasta ahora han resultado ser una pésima inversión.
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