POR JULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO
«La guerra es la paz.
La libertad es la esclavitud.
La ignorancia es la fuerza».
– George Orwell
Ante el enorme despliegue realizado por los llamados medios masivos de comunicación en Colombia en apoyo a los montajes persecutorios que los organismos gubernamentales adscritos al régimen oligárquico y mafioso que se niega a ceder el paso y continúan -desde el Congreso, fiscalías, juzgados, procuradurías y otros entes- realizando sus sainete y patrañas contra sus opositores, contradictores e impulsores del nuevo proyecto político que representa el Gobierno de Gustavo Petro; acciones interesadas, según dicen los seguidores y correligionarios, del “matarife” Álvaro Uribe y sus secuaces, exclusivamente encaminadas al cumplimiento de la ley y en procura de la conservación del viejo «orden establecido» por ellos, considero pertinente recordar que George Orwell en su novela ‘1984’ denunció, de manera clara y contundente, el papel que desempeñan los supuestos intelectuales -y simuladores- encargados de engañar conscientemente a las gentes del común mediante una fastidiosa actividad rutinaria que, sistemáticamente, emplea procesos distractivos y de ocultamiento de la realidad, utilizados para legitimar el poder, incluso sin tomar en cuenta flagrantes contradicciones y arbitrariedades.
Esa ampulosa actividad, esa saturación mediática que se suele denominar “periodismo”, fue señalada por Orwell como un mecanismo valioso para lograr el control social, por parte del poder del Gran Hermano.
A esa estructura de vigilancia y control, así como de propaganda del sistema disfrazada de información, que busca el lavado de cerebros y la uniformidad de opiniones, la denominó “doblepensar”, actitud y mentalidad “profesional” con que están pertrechados todos los gacetilleros, cagatintas, recaderos y plumíferos del régimen:
“Saber y no saber, hallarse consciente de lo que es realmente verdad mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos opiniones sabiendo que son contradictorias y creer sin embargo en ambas; emplear la lógica contra la lógica, repudiar la moralidad mientras se recurre a ella, creer que la democracia es imposible y que el partido (que fuera el del gobierno) es el guardián de la democracia…”.
La «neolengua», que es en la novela el recurso idiomático por excelencia de los defensores del poder del Gran Hermano, permite a estos funcionarios de la verdad, manejar el lenguaje de una manera cínica y acomodaticia a los intereses de quienes los sostienen. Así podemos comprender cómo estos “periodistas” señalan como vándalos o como terroristas tanto a las masas de inconformes y protestantes, como a los grupos insurgentes, con quienes, por otra parte, se han venido desarrollando eventuales conversaciones conducentes a tratados de paz,-sistemáticamente incumplidos por el anterior gobierno- mientras simultáneamente dicen esperar resultados positivos de estos diálogos (bueno estos mismos oficiosos informadores o informantes, hacen eco a los retardatarios militares que no cesan de llamar “bandoleros” a aquellos con quienes está el Estado tramitando, subrepticiamente, el fin del conflicto); los bombardeos oficiales sobre la población civil han sido denominados por los militares y por estos recaderos o comunicólogos, “daños colaterales”; los atentados de la guerrilla que afectan a la población inerme se señalan como “actos criminales” y los muertos causados a la insurgencia fueron bandoleros neutralizados o “dados de baja”, mientras que los militares que caen en combate se dice que fueron “asesinados” y se les otorga siempre la condición de «héroes de la patria»…
El propósito es establecer una visión, una concepción, uniforme del mundo, difundida por los medios de comunicación, según lineamientos fijados por los organismos imperialistas, que ya han logrado que la llamada “información” sustituya todo proceso intelectual independiente; que han convertido a los partidos políticos, en empresas electoreras, que han hecho de las instituciones universitarias simples tituladeros y reducido la cultura al acontecer farandulero. En todo ello está metida la mano de los tales “periodistas”.
Este pequeño grupo de fabricantes de consensos que son los “periodistas”, puestos al servicio de la corrupción, de los viejos poderes, de sus dogmas y de sus contradicciones, permanentemente están clamando por la “libertad de expresión” en otras partes, (Venezuela por ejemplo) haciendo eco meramente a los intereses empresariales de la denominada industria de la información, y de conformidad con las patrañas establecidas por la imperial Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).
Como lo ha dicho el profesor Fernando Buen Abad, “en las empresas que han hecho de la información una mercancía caprichosa y desleal con la verdad, el trabajo de los ‘periodistas’ se ha deformado hasta la ignominia de la esclavitud del pensamiento y la explotación de personas obligadas a traicionar la conciencia (individual y colectiva) sobre la realidad. Se vive diariamente un desfalco informativo en contra de todo sentido común y se humilla la inteligencia de los trabajadores de la información sometiéndolos a principios y fines empresariales cada día más mediocres, corruptos y mafiosos”.
A pesar de todo ello, hoy por hoy, el periodismo es una de las profesiones más promovidas, ponderadas y deseadas en el diverso y abigarrado conjunto de ofertas universitarias que se mueven en esta supuesta “sociedad del conocimiento”, que se publicita desde las mismas empresas de la información y la manipulación mediática, como una clara actividad “intelectual” desarrollada por escritores comprometidos con una forma particular de comunicación social y de literatura, lo que por tanto les permite, astutamente, discutir, reclamar y hasta exigir, desde organismos internacionales como la ya mencionada -poderosa e inútil- SIP, por la “libertad de expresión y de opinión’’, cuando en realidad defienden los intereses de los propietarios de los grandes periódicos y agencias informativas, es decir, de los empresarios de las multinacionales de la “información” quienes, en última instancia son quienes definen el curso de la información, de las noticias y hasta de la “opinión” de todos los plumíferos a sueldo de sus nóminas…
Estas mafias han logrado posicionar la función de sus lacayos, como lo corrobora el escritor palestino Edwar W. Said, en su texto «Profesionales y aficionados», escrito con el propósito de intentar explicar el quehacer ético de los intelectuales, periodistas, profesores y escritores:
“La amenaza particular que hoy pesa sobre el intelectual, tanto en Occidente como en el resto del mundo, no es la academia, ni las afueras de la gran ciudad, ni el aterrador mercantilismo de periodistas y editoriales, sino más bien una actitud que yo definiría con gusto como profesionalismo. Por profesionalismo entiendo yo el hecho de que, como intelectual, concibas tu trabajo como algo que haces para ganar la vida, entre las nueve de la mañana y las cinco de la tarde, con un ojo en el reloj y el otro vuelto a lo que se considera debe ser la conducta adecuada, profesional: no causando problemas, no transgrediendo los paradigmas y límites aceptados, haciéndote a ti mismo vendible en el mercado y sobre todo presentable, es decir, no polémico, apolítico y objetivo”.
Nos encontramos con que las instituciones universitarias forman hoy estos “profesionales” periodistas, exclusivamente para satisfacer el mercado de una mediocre pseudocultura que ellos mismos se encargan de reproducir; obsecuente a los poderes establecidos, distorsionadora de los hechos y de la historia, simuladora, consumista y farandulera, y que caracteriza todo este período de decadencia y catástrofe del capitalismo tardío.
Ahora la labor de los “intelectuales” es del tipo periodístico, consiste en manejar como recadistas o mensajeros unos saberes que no dominan en su conjunto, ya que son ignorantes e incapaces de tratar asuntos ajenos a los de sus especializaciones, son una especie de “lisiados al revés”, como les denominara Nietzsche en su ‘Así habló Zaratustra’…, personas a quienes les sobra demasiado de algo careciendo de lo demás.
Estos intelectuales de conveniencia, “puestos al calor del sol que más alumbre”, están realmente es al servicio de la llamada industria del conocimiento, que promueve el uniformismo gregario en materia cultural y educativa, y que bien entienden los llamados “académicos” o profesores universitarios que han hecho de la simulación, de la ‘neolengua’ y del ‘doblepensar’, un habitual modo de pensar y de comportamiento, al asumirse como críticos de una administración (política o académica), mientras obtienen ventajas personales y subvenciones de esa misma administración, para asistir a eventos nacionales o internacionales, orgullosos con las credenciales que ostentan -no siempre bien logradas-, que les permiten competir con sus colegas, para la obtención de estas prebendas, y asistir en representación de expresiones culturales, sindicales o políticas, que no se cansan de considerar como expresiones válidas de la “democracia”.