El genocidio en los tiempos de Uribe

POR JOSÉ ARNULFO BAYONA* /

Las recientes declaraciones en audiencia de reconocimiento de verdad, realizada en Medellín, 25 militares, comandantes de brigada, de batallón, suboficiales y soldados, reconocieron ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) y los familiares de las 49 personas inocentes, haber sido asesinadas por ellos, luego de que fueron reclutadas con engaños y disfrazadas de guerrilleros para presentarlas como “bajas en combate”. Verdades que ya no causan asombro sino indignación por tantos años de complicidad y ocultamiento de los medios de comunicación y columnistas defensores del régimen, sobre centenares de miles de seres humanos asesinados por la acción mancomunada de la canalla militar, policial y paramilitar, al servicio del su criminal régimen, en ejecución de su tenebrosa política de “Seguridad Democrática”. Fueron más de 20 años de la aterradora y larga noche del pánico uribista.

José Arnulfo Bayona

Escandaliza si, el cinismo del cuestionado expresidente quien, a su condición de Comandante en jefe de la Fuerzas Armadas, sumó la de jefe máximo e ideólogo de las bandas paramilitares creadas, armadas y entrenadas por las fuerza pública regular, como parte de su política de Estado (Salvatore Mancuso) que conjuntamente con militares y policías sembraron el terror y la muerte en campos y ciudades, ahora se lave las manos al decir que los militares que cometieron los falsos positivos durante su  gobierno “mancharon la Seguridad Democrática que tanto le sirvió al país”, como si no se hubieran amparado en dicha política para sembrar de muerte de inocentes el territorio nacional.

El impúdico expresidente, que enviaba mensajes televisivos de felicitaciones a quienes  reportaban resultados con abultados indicadores de muertos, o, de advertencia a quienes informaban pocas bajas en combate, “Los comandantes de brigada, de batallón  que vayan bien, magnífico, los que vayan mal y no den resultados que vayan presentando la renuncia”, resultó declarando que le duele y le mortifica que ahora acepten haber cometido falsos positivos y que su  “afectación es mayor” por su “inmenso cariño a los soldados y policías de Colombia”. No manifiesta arrepentimiento, ni se siente culpable, ni ofrece disculpas por haber dado la orden que los altos mandos militares y los capos paramilitares, transmitían a sus tropas y sus bandas, “más allá de que tuvieran combates, tenían que presentar resultados operacionales, que para el comandante del Ejército eran litros de sangre, tanques de sangre”, muertos o no en combate (coronel Gabriel de Jesús Rincón amado), tampoco importaban si habían o no informes de capturas, incautaciones, etc., “lo único que contaba era el número de muertos” (sargento Iván Ochoa Blanco). Asesinato de decenas de miles de seres humanos indefensos e inocentes, que engordaban las listas de “dados de baja en combate”.

Tampoco manifestó condolencias, ni solidaridad con los familiares de las víctimas de su política de muerte, solo hipocresía y lamentos porque los militares traicionaron su política de “Seguridad Democrática”. Con su trino, el exmandatario repite su patrón de conducta que ha mantenido y sus cómplices frente a la verdad reconocida por boca de los propios autores materiales de estos crímenes de lesa humanidad, para legitimarlos y revictimizar a los asesinados, como en el caso de los jóvenes reclutados en Soacha, Cundinamarca, y asesinados en zona rural de Ocaña, Norte de Santander. “No estarían cogiendo café”, declaró en aquella ocasión, o, para salvar su responsabilidad “fuimos engañados por los soldados”, afirmó una vez conocida la verdad sobre esa monstruosidad, para responsabilizar a los militares del crimen, como ocurre con la masacre en Dabeiba, reconocida por las propios asesinos ante la JEP; también para negar las llamadas ejecuciones extrajudiciales “son inventos de la izquierda colombiana”, dijo cínicamente la senadora Cabal.

Gracias a la irreductible perseverancia de las familias de las víctimas, las denuncias de los/as defensores de los derechos humano y sus organizaciones nacionales e internacionales, además del trabajo de la  Comisión de la  Verdad, que documentó por lo menos 4.602 falsos positivos (crímenes de Estado) y el ejercicio laborioso de la JEP –ante la cual han comparecido decenas de generales, centenares de oficiales de todos los galones, suboficiales y soldados, así como, comandantes y troperos de las bandas paramilitares-, la verdad ha emergido desde el fondo del silencio de los inocentes; el pueblo colombiano y la comunidad internacional están cada vez más enterados  y horrorizados de los ríos de sangre de seres humanos inocentes que corrieron por el territorio nacional, por acción de la mortífera maquinaria militar y paramilitar creada y puesta en marcha por el ‘matarife’ durante sus ocho años y más allá, de sus dos periodos de gobierno autoritario, que se destacó como el máximo violador de los Derechos Humanos.

Cada vez que se ventila un episodio del genocidio en los tiempos de la eufemísticamente denominada “Seguridad Democrática”, se reafirma la convicción de que el cínico expresidente era quien daba las órdenes, ejecutadas, unas veces por los militares y otras por los paramilitares. “Pido perdón porque yo lo mandé a matar por órdenes del expresidente Uribe… Cuando el expresidente lo escuchó protestando contra la propuesta del paramilitarismo en Sucre, me dijo que tenía que quitarlo del camino como fuera, que él me sacaba del país si el asunto se calentaba, que los mismos muchachos (paramilitares héroes de los Montes de María) que ellos hacían el trabajo… Por mi error pido perdón a los familiares del ex alcalde Díaz” (confesión ante la JEP del exgobernador de Sucre, Salvador Arana sobre el asesinato del alcalde de El Roble, Eudaldo Díaz) verdad ratificada por el criminal Salvatore Mancuso en su comparecencia “Uribe dio la orden y nosotros los matamos”. Amén, de los procesos penales que cursan en su contra por fraude procesal y soborno, asesinatos extrajudiciales, las masacres del Aro y La Granja, el asesinato del abogado y defensor de Derechos Humanos, Jesús María Valle Jaramillo.

No hay menor duda, Álvaro Uribe dio la orden de integrar militares y paramilitares en un sólo aparato de muerte: “para referirnos a los paramilitares decíamos que eran los primos, los teníamos a ellos como la sexta división del Ejército, en ese entonces eran cinco divisiones” (coronel Gabriel de Jesús Rincón amado). “Nosotros nos disfrazábamos de paracos y ellos se disfrazaban de militares” (sargento Iván Ochoa Blanco). El propio expresidente, se ufanaba ante las cámaras y los micrófonos de Caracol, RCN y otros medios a su servicio, de ser el comandante de militares y ‘paracos’: “pueden decirme lo que quieran, paramilitar o lo que quieran”, afirmaba sin ningún reato. Cada vez que la verdad aflora, Uribe se consolida como el Presidente más criminal de nuestra historia, sobre su conciencia, si la tiene, pesarán las vidas de centenares de miles de seres humanos inofensivos, masacrados por militares y ‘paracos’ bajo su mando, por haber cometido el delito de ser inocentes. ¡Así quedará registrado en la memoria histórica de nuestro pueblo!

*Miembro de la Red Socialista de Colombia.

@TrinoSocialista

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