POR JUAN TORRES LÓPEZ
Durante muchas décadas la inmensa mayoría de los dirigentes políticos de las grandes potencias han repetido una misma cantinela inspirada por los economistas convencionales: el proteccionismo es malo y lo mejor es que los países abran de par en par sus fronteras al comercio y a los capitales. Los economistas críticos (no necesariamente de izquierdas) han denunciado esa idea no sólo porque es falsa y no tiene fundamento científico sino porque, además, es lo contrario de lo que ellos mismos practicaban.
Efectivamente, la teoría económica nunca ha podido demostrar que el librecambio sea más ventajoso que el proteccionismo salvo que se den una serie de condiciones tan estrictas que es prácticamente imposible, por no decir imposible, que se produzcan (las explico con detalle en mi libro Econofakes). Como ha escrito Paul Krugman (a quién le dieron el Premio del Banco de Suecia que equiparan al Nobel en un ardid propagandístico precisamente por sus estudios sobre el comercio internacional) «la teoría económica dice que el libre comercio normalmente hace a un país más rico, pero no dice que normalmente sea bueno para todos».
También es un hecho que ninguna de las economías que ha llegado a convertirse en país desarrollado y menos aún las grandes potencias, ha practicado en algún momento el librecambio. Todas ellas se han protegido y lo siguen haciendo, a través de aranceles, contingentes, ayudas, subsidios, o medidas más sutiles que suponen barreras infranqueables para los productos provenientes de otros países.
La constante a lo largo de la historia es clara: librecambio en la teoría para conseguir que los demás se abran de par en par y se desprotejan, y proteccionismo a mansalva de los ricos.
El lenguaje de los dirigentes políticos ha sido siempre doble e inmoral y cuando alguien osaba poner en cuestión la falsedad sobre la que se basaba la realidad del comercio internacional y la necesidad de proteger los intereses nacionales era condenado o ridiculizado.
Hace unos años, el dirigente de la formación política Podemos de España, Pablo Iglesias, criticó la ideología del librecambio y uno de los más conocidos economistas de nómina españoles, José Carlos Díez, le espetó en Twitter: «Pablo Iglesias discípulo de Marx y contrario al libro comercio. Revival de la autarquía franquista. Menudo elemento».
Es una de las típicas descalificaciones que hace este economista, carentes de fundamento y cargadas solamente de maldad. Por un lado, porque la puesta en cuestión de las ventajas del librecambio no es algo propio de Marx, salvo que se crea que Krugman es marxista. Y, por otro, porque la alternativa que defienden quienes hoy día criticamos la falsedad del librecambio y el doble discurso de quienes lo defienden practicando lo contrario, no es la autarquía y ni siquiera el proteccionismo de antaño, sino un nuevo tipo de regulación comercial internacional que proporcione seguridad, eficiencia, equilibrio, cuidado del medio ambiente y equidad.
Tanto es así, que ha sido nada más y nada menos que el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, quien ha reivindicado hace unos días, sin ningún pudor y expresamente, el proteccionismo económico.
Que un presidente de Estados Unidos tome medidas proteccionistas, como las que ha adoptado Biden en su ley contra la inflación y que ahora defiende, no es ninguna novedad. Todos, absolutamente todos los presidentes anteriores lo han hecho, como he señalado. Lo interesante es que ya no se mantenga el discurso falso habitual, que expresen abiertamente sus propósitos y no tengan miedo de mostrar al mundo que la defensa del librecambio y la reivindicación de sus ventajas es un cuento.
Hace Biden un favor impagable a la teoría económica cuando se expresa en estos términos porque ayudará a que cada día queden más en evidencia los economistas y políticos que defienden lo que la realidad a todas luces contradice. ¿O es que se han vuelto locos los dirigentes estadounidenses y defienden para su economía la peor de las opciones? ¿Cómo es que no optan por el librecambio, si es tan ventajoso, a la hora de diseñar sus políticas industriales? ¿Por qué no protestan las empresas de Estados Unidos cuando el gobierno anuncia docenas de miles de millones de dólares en ayudas y subsidios para que no tengan que depender de la producción extranjera? ¿Alguien puede creer que el librecambio tenga las ventajas que dicen sus defensores y que la primera potencia mundial no lo adopte como estrategia? ¿Es fruto de la casualidad que no sólo Estados Unidos, sino todas las grandes potencias se protejan y que, al mismo tiempo, reclaman a las economías más atrasadas que se abran para que sus capitales las penetren sin freno y para invadirlas con sus productos subsidiados? ¿Seguro que no hay gato encerrado en la defensa a ultranza del librecambio?
Y lo sorprendente de todo esto es que, mientras que Biden se quita la máscara, los dirigentes de la Unión Europea se escandalicen por sus palabras y se empeñen en mantener el doble lenguaje, porque lo cierto es que Europa ha sido y es tan proteccionista o más que Estados Unidos. Otra cosa es a quién protege cada uno y por qué.
Si el puro pragmatismo de los ricos había demostrado que el proteccionismo (como dije, solo equivalente a autarquía para los malvados o ignorantes) es realmente más ventajoso, la pandemia y los problemas de suministro e inseguridad subsiguientes lo han dejado mucho más claro aún.
Las economías que opten por enfrentarse a lo que viene a pecho descubierto, sin defenderse ni protegerse van a resultar heridas sin remedio. El comercio internacional es imprescindible y hay que fortalecerlo, pero debe hacerse sobre bases equilibradas, sin imponer a los demás lo que uno no cumple y garantizando la seguridad y la generación de ingreso. La protección de los intereses nacionales, garantizar el suministro de productos esenciales, promover una reindustrialización orientada a las transiciones que son imprescindibles y salvar el tejido empresarial, el empleo y el bienestar no es una opción, es una exigencia en la economía de nuestro tiempo. Sin ese nuevo tipo de proteccionismo será imposible hacer frente a la crisis que viene. Y, a los economistas que sigan empeñados en defender el cuento del librecambio, terminarán diciéndoles lo mismo que le ha dicho Biden a quienes le criticaban por su defensa de los intereses nacionales de Estados Unidos: «¡Al infierno con eso!».
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