Folclor y mercantilismo

POR JULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO 

Los astutos mercantilistas de la cultura popular, que convirtieron el folclor en mera farandulería y en bochornoso espectáculo de buhoneros y de falsa alegría alcohólica, están dispuestos a emplear todos los mecanismos que esa falsa cultura les dispone. Incluso ahora desde el mundillo universitario.

El folclor, decía Antonio Gramsci, debe ser estudiado como una plural concepción del mundo y de la vida, que está inserta en los imaginarios colectivos de los estratos populares de la sociedad.

El conjunto de las clases subalternas, en su múltiple y hasta contradictorio desenvolvimiento histórico, ha contrapuesto a las concepciones “cultas” y oficiales, otras visiones, otras nociones que no necesariamente se acoplan a las promovidas y estatuidas por las elites.

Se trata de una “aglomeración de fragmentos”, que se han ido armando e insertando, como las piezas de un rompecabezas, en el entramado general de las tradiciones. No se puede entender el folclor más que como el reflejo de las condiciones de vida de los pueblos, es la expresión más precisa de lo que se conoce como la identidad regional, así se trate de combinaciones y extrapolaciones que resulten extravagantes o chocantes a los sectores dominantes: el folclor es la cultura popular.

La pretensión de sistematizar y organizar esa dispersa multiplicidad de expresiones y costumbres, para presentarlas como algo ordenado y uniforme, obedece a los intereses normalizadores y regularizadores de las elites gobernantes.

También ese supuesto “buen gusto” que promueven los administradores de la cosa pública, los falsos eruditos, los intelectuales fletados, los intermediarios y gestionadores culturales, no es más que la sumisión y dependencia a los padrinazgos empresariales, comerciales y politiqueros, que se imponen sobre las tradiciones y costumbres, buscando exclusivamente la obtención de lucro.

Así, el sentido de las fiestas y de los carnavales, como expresiones claras de esa filosofía popular del mundo y de la vida, han sido tergiversadas, reduciéndolas tan sólo a ferias, a negocios, a eventos y a ganancia.

Pequeños círculos faranduleros han sustituido, por acción del mercantilismo y del desarraigo, a los creadores populares, a los autores, intérpretes y compositores, que continúan viviendo y muriendo en la miseria, mientras estos simuladores y sus empresas se enriquecen, degenerando el folclor y convirtiendo a las masas populares, en anónimas montoneras impotentes, que sólo asisten como consumidores y espectadores a estos eventos y espectáculos comerciales.

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