Hegel y Haití

POR DARÍO HENAO RESTREPO*

Hace muchos años, de la mano del filósofo Augusto Díaz, leí sobre la dialéctica del amo y el esclavo, un concepto medular de La fenomenología del espíritu’ de Georg Wilheln Friedrich Hegel. No volví nunca más al libro hasta ahora que vuelvo a releer la traducción de Wenceslao Roces publicada por el Fondo de Cultura Económica. Recuerdo muy vagamente los conceptos después de tantos años en la explicación de mi querido maestro, quien llevaba el texto en alemán para traducir los fragmentos analizados, a los cuales sus alumnos habíamos accedido en la versión de Roces y sobre la cual Augusto hacía correcciones, precisiones y aclaraciones en las cuales demostraba su sólida formación filosófica y el conocimiento de la lengua alemana.

Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831).

He vuelto en los últimos meses a pensar en la dialéctica del amo y el esclavo. A desempolvar estos recuerdos y a leer de nuevo, a lo mejor los mismos fragmentos leídos con mi maestro en el texto de Hegel.  ¿Tengo ahora algún interés particular por Hegel? Sinceramente no. He vuelto a causa de la lectura de ‘Changó, el gran putas’ de Manuel Zapata Olivella, la saga sobre la diáspora africana en las Américas. Llevo un buen tiempo investigando para hilvanar una interpretación sobre esta gran novela de la literatura latinoamericana, con el ánimo de subsanar el descuido de la academia colombiana con este hermoso y extraordinario libro. No es el tema reflexionar acerca de las razones de esta situación, habrá ocasión.  El caso es que Changó me llevó de nuevo a Hegel. Y todo por Haití y la revolución protagonizada por los negros y su religión de origen dahomeyano, el vudú. La primera revolución de esclavos victoriosa de la historia.  La tercera parte de la novela está dedicada a estos acontecimientos con el significativo título: “La revolución de los vodús”.

¿Cómo entra Hegel en esta historia? Según el revelador ensayo de la filósofa norteamericana Susan Buck-Morss –Hegel, Haití y la historia universal–, el alemán  conocía la existencia de esclavos reales y  sus luchas revolucionarias. En la que tal vez sea la expresión más política de su carrera, Hegel usó los espectaculares acontecimientos de Haití como el eje de su argumento en la ‘Fenomenología del espíritu’. La triunfante revolución de esclavos caribeños contra sus amos es el momento en el cual la dialéctica lógica del reconocimiento se vuelve visible como tema de la historia universal, la historia de la realización universal de la libertad. Los esclavos rebeldes de ese diminuto y, hoy en día, empobrecido país caribeño pusieron a prueba, machete y tea en mano, los límites de las ideas de la Ilustración, las cuales siguen, en el presente, moldeando muchas de nuestras nociones acerca de lo que implica ser humano.

La conexión haitiana de Hegel, ignorada durante 200 años por los especialistas, reaparece rastreada con lujo de detalles en el ensayo de Susan Buck-Morss a partir de la lectura de Minerva, el periódico que mejor cubrió la revolución haitiana en Francia, de propiedad de su compatriota Johann Wilhelm von Archenholtz, un intelectual ligado a la masonería con la cual también tuvo nexos Hegel. Por más abstractas que parezcan la reflexiones, lo que queda bien claro es el papel de estos acontecimientos y de la Revolución francesa como materia prima real del pensamiento filosófico de Hegel.

El conocimiento profundo y al detalle de estas transformaciones revolucionarias le permitieron tan extraordinario nivel de conceptualización. Y por tanto resultan fascinantes las revelaciones de Susan Buck-Morss, tanto más cuando pasaron desapercibidas para varias generaciones de estudiosos de la obra de Hegel. Ni siquiera los marxistas lo advirtieron, pues también los contaminó lo que la autora llama con aguda ironía “una ceguera parcial entre océanos de perspicacia”. Suele suceder en la historia humana. El historiador haitiano Michel-Rolph Trouillot llamó a estos olvidos “silenciamiento del pasado”—sobre todo el de Haití—en su extraordinario libro Silencing past’ (1995). Allí Trouillot discute las diferentes “fórmulas de borramiento” por las que las historias generales han producido esa invisibilidad. Por eso Buck-Morss propone que la relación entre “el fenómeno llamado Hegel y el fenómeno denominado Haití”, que originalmente estaban interconectados, quedaron radicalmente disociados como resultado de “la historia de su transmisión” como objetos de conocimiento.  En su razonamiento devela dos historias fundamentales: “cómo se ha elaborado el eurocentrismo y de cómo la construcción de un objeto de investigación a lo largo del tiempo puede ocultar tanto como lo que ilumina”, (pp. 12-13). Y procede con una demoledora demostración de las inconsistencias del pensamiento iluminista.

La autora rescata la voz del filósofo senegalés, Pierre Franklin Tavarés, como pionera en reconocer la conexión de Hegel y Haití en dos artículos disponibles en internet: “Hegel et Haití, ou le silence de Hegel sur Saint-Domingue” (1992) y “Hegel et l´abbé Grégoire: Question noire et révolution française” (1993). Y avanza en el camino abierto por Tavarés con una rigurosa pesquisa de cómo surgió la idea de la dialéctica del amo y el esclavo en Hegel, en Jena entre los años 1803 y 1805, de la lectura de la prensa –diarios y revistas-. Su conclusión es contundente: Hegel, el filósofo de la libertad, no fue tan ciego como Locke y Rousseau en su capacidad para ocultar la realidad que transcurría ante sus ojos; muy por el contrario, “sabía que existían esclavos reales rebelándose exitosamente contra amos reales, y elaboró deliberadamente su dialéctica del amo y el esclavo dentro de este contexto contemporáneo” (p.58).  Esa conexión hace poderosa y certera su teoría, pese a que en la Fenomenología del espíritu’ no hay menciones ni de Haití, ni de la Revolución francesa.

Una razón de peso para esta omisión, para pensarla con mucho detenimiento y en otra ocasión, según la autora, ha sido seguramente la apropiación marxista de una interpretación social de la dialéctica hegeliana. La lucha del amo y el esclavo fue abstraída de cualquier referencia concreta y leída una vez más como metáfora, esta vez como metáfora de la lucha de clases. Interpretación hegeliano-marxista que contó con poderosos defensores en el siglo XX, como Georg Lukács y Herbert Marcuse, y Alexandre Kojeve, cuyas lecciones sobre la Fenomenología del espíritu’ fueron importantes para pensadores como Jean Paul Sartre y Jaques Lacan. Señalo el asunto y llamo la atención para la variante interpretativa de los marxistas negros (C.R.L James en Los jacobinos negros; Franz Fanon en Los condenados de la tierra; Eric Williams en Capitalism and Slavery) que introdujeron otras miradas y le dieron importancia a la esclavitud más allá de la consideración simplista de institución pre-moderna, valorándola como la quintaesencia de la institución moderna de explotación capitalista. El pensador afroamericano W.E.B. Du Bois, a inicios del siglo XX, también había afirmado esta misma posición: “Los esclavos negros de América representan la peor y la más baja de las condiciones entre los trabajadores modernos”. Otras lecturas más actuales, señaladas por la autora, (Gilles Deleuze, Jacques Derrida y Judith Butler) según sus propias palabras, “confrontan la lectura de Kojeve con la fábula de Nietzsche del amo y el esclavo, desplazando el significado social del debate. Nietzsche atribuye mentalidad de esclavo a aquellos que se someten al Estado y sus leyes, instituciones que Hegel afirma como la encarnación del reconocimiento mutuo y, por consiguiente, de la libertad concreta”.

¿Y de qué manera iluminan estas revelaciones y análisis de Susan Buck-Morss la interpretación de La revolución de los vodús de Manuel Zapata Olivella?  Después de una relectura atenta de ambos textos, las conexiones que sugiere este ejercicio comparativo, entre el universo de las reflexiones filosóficas y el de la representación literaria de la triunfante revolución de los esclavos de Haití, además de múltiples, resaltan la poderosa imaginación poética del autor de Changó, el gran putas’. Las soluciones narrativas para expresar los acontecimientos de la Revolución haitiana se equiparan a la fuerza cognitiva de muchas de las certeras conceptualizaciones de Hegel. Zapata Olivella aterriza en el mundo de los esclavos reales la autoconciencia hegeliana y su desafiante lucha a muerte por la libertad. En este contexto, aporta mucho la clave ofrecida por Susan Buck-Morss, la de leer la dialéctica del amo y el esclavo a través de un diálogo imaginario entre Napoleón y Toussaint, como sugiere David Brion Davis en su monumental libro El problema de la esclavitud en la cultura occidental’.  Clave que abre una apropiada perspectiva para el análisis de la novela de Zapata, quien, con mucha sabiduría poética, comienza su relato sobre Haití con el diálogo imaginario sugerido por Brion Davis.

                 Napoleón se quedó de pie, las polainas mojadas. Nunca el prisionero de una isla logra huir sin el consentimiento de la madre Yemayá. Desde entonces comprendo que ella había sido cómplice en su visita.

                 —Veo que imitaste tristemente la vanidad de Dessalines. La corona de emperador no siempre es un símbolo de grandeza. Muchas veces solo oculta la pequeñez de quienes la ciñen.

                 Me miró con amargura. La muerte nos limpia de vanidad dejándonos el resentimiento de no poder engañarnos.

Toussaint Louverture y Napoleón Bonaparte

                 —Es cierto Toussaint —su voz había perdido el acento de los que en vida hablaban a nombre de los orichas—. Esta corona me pesa y doblega mi frente pero los remordimientos, ahora mis únicos dioses, no permiten que me la arranque. Condenado estoy a pasear en la muerte la falsa grandeza de mis glorias. Afortunado tú que rechazaste a mis carceleros de hoy cuando quisieron coronarte.

                 Empalidecido se retira de mi presencia y después de cerrar la reja, sus arrepentimientos le obligaron a revelarme:

                  —Juré no dejar un solo entorchado sobre el hombro de los negros de Santo Domingo. Sin embargo, ahora debo confesarte que una de mis grandes locuras, de la cual me arrepiento, fue intentar restablecer la esclavitud en la isla. (Changó, el gran putas,  243).

Este diálogo imaginario entre Toussaint L` Overture y Napoleón Bonaparte, opera en la apertura del relato como un ajuste de cuentas frente a la Historia -la triunfante rebelión de los esclavos que selló la independencia de Haití en 1804-. Hablan sus espíritus sobre esa revolución en la cual protagonizaron roles antagónicos: el amo y el esclavo. Episodio dramático animado por el protocolo ceremonial del vodú haitiano, sin el cual resulta imposible entender la poderosa síntesis poética de Zapata Olivella sobre la primera revolución negra de las Américas.

Manuel Zapata Olivella (1920-2004).

Haití es el escenario de la primera rebelión exitosa del Muntu en las Américas. Yemayá propicia este encuentro, la noche en la cual muere Napoleón en Santa Elena, lejos de la falsa grandeza de sus glorias, mientras el líder de la independencia haitiana, Toussaint Loverture, recuerda sus tiempos de infancia en la prisión del Fort de Joux, a donde la traición maquinada por el emperador francés lo ha confinado. En el mundo de los espíritus se trastocan los tiempos en uno solo para recrear la Revolución haitiana. Esa es la genialidad de Zapata, seguramente sin conocer las conexiones entre Hegel y Haití, y lejos de las revelaciones de Susan Buick-Morss y la sugerencia del historiador David Brion Davis, pero quizás estimulado por la lectura de Franz Fanon, quien, según la autora, fue uno de los pensadores negros que estuvo más cerca de ver la conexión entre Hegel y Haití, aunque no fue de su interés ocuparse del tema. En Zapata se trata de una certera intuición surgida de su inmersión en la cultura y los acontecimientos libertarios de esta pequeña isla caribeña.

Estas breves reflexiones y la clave de lectura señalada abren caminos para una probable y prometedora interpretación de Changó, el gran putas’. Y por supuesto para volver a la historia de Haití.  Caminos a favor de la interpretación política de los textos literarios, que, sin desdeñar otros métodos, y valiéndose de muchos de ellos, configuran el horizonte absoluto de toda lectura. Labor que comporta un enorme reto, y más aún cuando se trata de una monumental novela como Changó, el gran putas’.

*Profesor Universidad del Valle.