POR ARMANDO PALAU ALDANA
La Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca (CVC), fue la primera en crearse en 1954 por el general Rojas Pinilla siendo Presidente, luego en 1960 la Corporación Autónoma Regional de los Valles del Magdalena y el Sinú (que se transformaría en el Instituto de Recursos Naturales), y en 1961 se creó la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca.
Con ocasión de la Constitución de 1991, se creó dos años después el Sistema Nacional Ambiental y el Ministerio de Ambiente como cabeza de éste, se crearon otras CAR más para un total de 33 y se definió a estas como autoridades ambientales y ejecutoras de políticas, planes, programas y proyectos sobre el entorno y sus recursos naturales renovables.
La veterana CAR del Valle del Cauca cuenta con una gruesa planta de contratistas y buen flujo financiero, para este año tuvo 467 mil millones de presupuesto, de los cuales 393 para gastos de inversión en los programas: cobertura del suelo, gestión del recurso hídrico, servicios ecosistémicos, aire y residuos, desarrollo territorial, y transferencia a Cali.
Se dice en los mentideros políticos, que esta jugosa chequera de la CVC cuya composición la definen 11 consejeros directivos presididos por la Gobernación, dos delegados del gobierno, dos alcaldes, y sendos delegados del sector privado, comunidades negras, pueblos indígenas y organizaciones ambientales; pero su repartición la fija el gobierno departamental.
Este fortín burocrático con alta incidencia de los dueños de los ingenios azucareros del valle geográfico del río Cauca y su monocultivo de 400 mil hectáreas, quienes hicieron el lobby para que Rojas creara la C.V.C. logrando que esta autoridad ambiental no les aplique con rigor los procesos sancionatorios por contaminar suelos, agua, aire y quemar la fauna.
Durante estas 7 décadas esa infraestructura de la CVC, que la Presidencia de Gaviria desmanteló quitándole el componente energético (hidroeléctricas de Salvajina, Anchicayá y Calima) para entregárselo al sector privado no ha cumplido vigorosamente su rol de gestor y promotor de un entorno saludable, al lindar con la politiquería y la corrupción.
Hace casi 20 años intenté luchar contra ese flagelo desde el Consejo Directivo, solo logré parar la quema de la caña de azúcar durante 10 meses y evitar que se repartieran a dedo 40 mil millones por medio de Convenios de Asociación, durante el proceso de elección del Director de la CVC de aquel entonces, pero una sola golondrina no hace verano.
Hoy con el mayor sigilo, en un pequeño anuncio en un periódico que cada día circula menos y sin ser titular en el portal de la CVC, se convoca con la misma manguala con la que se maneja la elección del Director General y muy seguramente el actual será reelegido, el esposo de la Subsecretaria Departamental de Ambiente, una subalterna de la Gobernadora.
Así se destila una precaria gestión ambiental y se reparte un botín, asaltando una institución que podría tener una proyección nacional si la sensatez, el conocimiento y la moralidad administrativa fueran las égidas institucionales y los valores con los que los administradores públicos cumplen la función estatal.
Parece que en esos laberintos oscuros suena Cambalache, escrito y musicalizado en 1934 por Santos Discépolo: “¡Hoy resulta que es lo mismo / ser derecho que traidor!… / ¡Ignorante, sabio o chorro, / generoso o estafador! / ¡Todo es igual! / ¡Nada es mejor!/ ¡Lo mismo un burro /que un gran profesor! /No hay aplazaos/ ni escalafón, /los inmorales / nos han igualao”.
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