POR ATILIO A. BORON /
Este martes 29 de marzo comenzó en Washington la Segunda Cumbre sobre la Democracia. El miércoles será el día de la reunión plenaria. El evento es convocado por el gobierno de Estados Unidos a través del Departamento de Estado pero, como es habitual, unos “gobiernos aliados” también aparecerán como anfitriones: Costa Rica, los Países Bajos, Corea del Sur y Zambia. De este modo la Administración de Joe Biden quiere hacer aparece a este cónclave como la altruista respuesta de Washington ante una demanda de muchos gobiernos democráticos preocupados por el futuro de ese régimen político. Se procura así restañar el menguado prestigio internacional de la democracia estadounidense y de paso instalar la idea de que hoy la lucha internacional se libra, como en Ucrania, entre democracias y autocracias. Subyace a esta iniciativa el hecho de que el régimen democrático de Estados Unidos exhibe inéditos grados de descontento popular: ¡sesenta y dos por ciento de la población encuestada así lo expresa!, según el Pew Research Center; y también sufre de un marcado deterioro luego del asalto a la sede del Congreso de los Estados Unidos el 6 de enero de 2021 y las continuas denuncias de Donald Trump -y gran parte de sus electores- diciendo que las elecciones del 2020 fueron un fraude.
“Paz duradera”
En el primer día de la Cumbre, este 28 de marzo, habrá un panel presidido por el secretario Antony Blinken para subrayar la necesidad de una “paz justa y duradera en Ucrania” que contará con el presidente Volodymyr Zelensky como orador principal. Ambos se supone que examinarán, junto a los ministros de Relaciones Exteriores de diversos países, los pasos a seguir para alcanzar una “paz duradera” en Ucrania, aunque todas las políticas impulsadas por la Administración Biden no han hecho otra cosa que atizar el fuego del conflicto. Aparentemente, quedaron atrás los días en que la prensa europea, y en parte también la estadounidense, caracterizaban a Ucrania como el país más corrupto de Europa y a Zelensky como un líder despótico e igualmente corrupto. En 2015, el diario británico The Guardian lo calificó de ese modo. Siete años más tarde, casi un año después del inicio de la guerra en Ucrania, otros informes de prensa decían que “la guerra con Rusia no ha cambiado esa situación”.
Lamentablemente, al momento de escribir estas líneas se desconoce la lista completa de los países invitados a la Cumbre -que originalmente se había concebido como una actividad presencial- y que dejará afuera a los “autócratas” y acogerá en su seno a los “demócratas” de todo el mundo. Un dato para nada anecdótico es el hecho de que en su sesión final del jueves, dedicada a los peligros del autoritarismo digital, el orador principal será el Ministro de Asuntos Digitales de Taiwán, Audrey Tang. Esto constituye una abierta provocación a China porque se supone que los invitados a la Cumbre son representantes de países independientes y Taiwán no lo es. Ni siquiera es reconocido como tal por el propio gobierno estadounidense, pero la intención es clara: alentar el separatismo taiwanés, hostigar a China y para provocar una respuesta militar de Beijing que pueda luego utilizarse para justificar una aventura militar en la región.
Expansión imperial
Los latinoamericanos sabemos muy bien que si hay un país en el mundo que jamás podría dar lecciones de democracia es precisamente Estados Unidos. Su ataque a cualquier proyecto democrático que supo florecer en nuestros países ha sido una característica permanente desde el inicio de la expansión imperial estadounidense a finales del siglo XIX. Si confeccionáramos una lista de los golpes patrocinados o directamente ejecutados por Estados Unidos en Latinoamérica y el Caribe esta nota se convertiría en un voluminoso ensayo. Solo mencionaremos unos pocos casos.
En Argentina los sangrientos golpes militares de 1966 y 1976 fueron patrocinados y protegidos por Washington. En Chile, el brutal golpe de Estado perpetrado el 11 de septiembre de 1973 y la posterior muerte en combate de Salvador Allende fueron orquestados desde Washington por el presidente Richard Nixon y su asesor de Seguridad Nacional, y luego secretario de Estado, Henry Kissinger. El golpe de Estado que tuvo lugar en Brasil en 1964, y que perduró hasta 1985, contó con el entusiasta apoyo de Washington, al igual que su homólogo uruguayo de 1973, que también se extendió hasta 1985 cuando Washington se dio cuenta de que su desembozado apoyo a las feroces dictaduras latinoamericanas dañaba su imagen internacional y que había llegado el momento de apostar por la democracia, pero tomando las debidas precauciones. Antes, en 1965, el presidente Lyndon Johnson había despachado 40.000 marines a la República Dominicana para tumbar el gobierno constitucionalista de ese país. No debemos olvidar que Washington preparó un enfrentamiento armado que duró diez años (1979-1989) contra el gobierno sandinista y que años más tarde utilizó todos los medios a su alcance para desestabilizar al gobierno del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador. También sostuvo la dictadura de los Duvallier, padre e hijo en Haití; de los Somoza en Nicaragua; de Stroessner en Paraguay y de Trujillo en República Dominicana. La lista sería interminable.
Retórica democrática
La desgastada retórica democrática de esta segunda versión de la Cumbre no alcanza para disfrazar las perversas intenciones de sus mentores: potenciar las posibilidades abiertas por el uso del “poder blando” para atenazar a los gobiernos progresistas o de izquierda. Esto va desde las “condicionalidades” del Banco Mundial y el FMI al control oligopólico de los medios y al adoctrinamiento de jueces y fiscales para poner en práctica maniobras de “lawfare” concebidas para eliminar del campo de la política electoral a líderes considerados como indeseables por el imperio. Ejemplos: Lula en Brasil, Correa en Ecuador, Cristina en Argentina, Lugo en Paraguay, Zelaya en Honduras, Evo en Bolivia y hace apenas unos meses Pedro Castillo en Perú. La historia y el presente demuestran que pese a sus amables declaraciones una república imperial como Estados Unidos necesita vasallos, no socios o pares, sobre todo cuando el imperio transita, furioso y con ánimo de venganza, su irreversible declive. En momentos como estos las democracias, como expresión de la soberanía popular y la autodeterminación de las naciones, no podrían ser más inoportunas para el imperio. Por eso la Cumbre por la Democracia es otra farsa más, un montaje propagandístico cuyo verdadero objetivo es consolidar una nueva guerra fría que sitúe del “lado bueno” los amigos y aliados de Estados Unidos, que serán considerados “demócratas”, mientras que los adversarios de Washington (o aquellos, que sin serlo, no están dispuestos a someterse a sus dictados), serán satanizados como perversas “autocracias” a las que se combatirá por todos los medios disponibles, desde sanciones económicas, bloqueos, ofensivas diplomáticas, terrorismo mediático e, inclusive, guerras. ¡En guardia!
Página/12, Buenos Aires.
.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.