Mercenarios

POR LUIS BRITTO GARCÍA

Según Clausewitz, la guerra es la continuación de la política. Pero ésta es prolongación de la economía, por lo cual la privatización de la economía lleva consigo la de la guerra. El objetivo de toda contienda, advertía Voltaire, es ante todo el robo.

Durante siglos  se disfrazaron los conflictos armados con los más extravagantes pretextos religiosos, políticos o ideológicos. Hoy en día, salvo  en las luchas defensivas o las de liberación, que son lo mismo, detrás de cada campaña opera el latrocinio corporativo.

A tal guerra, tales medios. Si se las emprende  para pillar recursos, para explicarlas se puede robar ideas. Decía el irrecusable Maquiavelo que hay tres categorías de tropas: las nacionales, las aliadas y las mercenarias. Serían estas últimas las más costosas, inútiles y  peligrosas, porque sólo se mueven por la recompensa; su único interés es cobrarla,  y  abandonan o traicionan a quien las contrata.

La Historia confirma todas y cada una de estas afirmaciones de manera contundente: desde la caída del Imperio romano a manos de los mercenarios que lo abandonaron, hasta la ramplona huida de los estadounidenses de Afganistán, la circense invasión a Venezuela contratada con Silvercorp y la bufa incursión contra  Rusia cómicamente desorganizada por Yevgeni Prigozhin.

Estados Unidos  eliminó la recluta obligatoria desde su colosal fiasco en Vietnam, pues sus jóvenes se resistían a invadir países desconocidos para ser muertos por patriotas anónimos. Tsam Gurkham, experto en la materia, nos informa que  hoy en día  50 % de las personas en el esfuerzo bélico estadounidense son “contratados civiles”. Ello quiere decir que más de la mitad de los 1.258.472 efectivos estadounidenses que operan o apoyan sus 800 bases en 70 países son mercenarios contratados a sueldo. O más, pues el mercenario no aparece en estadísticas.

Tras amplia encuesta nos explica Gurkham por qué Estados Unidos prefiere usar mercenarios en lugar de soldados regulares:

Costo: los mercenarios pueden costar más inicialmente, pero permiten ahorrar en entrenamiento y  pensiones posteriores.

Vidas: el Ejército estadounidense gasta enormes cantidades en formar un soldado, y las pierde si éste muere o es lisiado, en cuyo caso se vuelve una carga; si el mercenario muere, no registra tal pérdida.

Desinformación: generalmente, EE.UU. usa mercenarios para evitar declarar bajas en combate. Cuando  mueren, sus bajas no son reportadas.

Irresponsabilidad: EE.UU. utiliza contratados que no están bajo una cadena de mando formal para cumplir misiones que requieren una denegabilidad plausible.

Riesgo: los contratados pueden ser colocados en situaciones de excesivo riesgo directo, o de ejecutar actos que no sean del  agrado de los políticos, pues “los medios estadounidenses han convencido a una generación de idiotas de que  su país debe pelear guerras en las cuales nadie es muerto y ni siquiera herido”.

Extraterritorialidad: “Los paramilitares son como mercenarios corporativos. Son contratados por los poderes fácticos. La CIA tiene unidades paramilitares fuera de la ley pero pagadas por el gobierno de Estados Unidos. Definitivamente fuera de su ley tradicional. Definitivamente trabajando fuera de los límites estadounidenses”.

Blackwater empresa mercenaria estadounidense.

Outsourcing es la moda con las grandes compañías, y los gobiernos son administrados como grandes compañías de accionistas. Así, tanto EE.UU. como la Rusia de Putin tercerizan laboralmente sus soldados y alquilan mercenarios. “Las principales compañías contratistas están en Estados Unidos y Gran Bretaña; es un negocio de 250 billones de dólares al año”.

Esta colosal suma de recursos y seres humanos fuera del imperio de la ley y de la responsabilidad corporativa y gubernamental inspira varias reflexiones.

Hay dos categorías de personas: las que producen vidas y bienes económicos, y las que destruyen bienes económicos y vidas. El segundo tipo de actividades sólo reviste legitimidad cuando el Estado, en representación y defensa de la colectividad, inviste explícitamente de manera soberana a algunos de sus miembros de la competencia legal para ejercer la violencia en la defensa común contra infractores internos o agresores externos.

En el empleo de mercenarios resalta una turbia elusión de  responsabilidad. El Estado encomienda de manera indirecta, mediante contrato e intermediarios, y fuera de la ley, a particulares y corporaciones para que destruyan vidas y bienes,  mientras evade la responsabilidad por ellos y sus actos colocándolos en situación “Especial” de  outosourcing o extraterritorialidad, como no personas situadas fuera de la obligatoriedad y protección de las leyes.

Esta extraterritorialización contractual de los productores de destrucción y muerte  corre paralela  con la  extraterritorialización contractual de los productores de  vida y  bienes económicos contratados en Zonas Económicas “Especiales” donde no rigen  leyes ni  tribunales locales, y Estados y corporaciones eluden las responsabilidades hacia sus ciudadanos.

Es obvio que el trabajador así “extraterritorializado”, al igual que el mercenario, sale más barato que el protegido por las leyes, es sustituido sin costos cuando fallece o queda inválido, puede ser sometido a labores riesgosas o inhabilitantes y  desechado sin que nadie responda por los daños que  sufra.

El gran capital corporativo arriba así al punto culminante de su dominación colonialista, al disponer tanto de fuerzas de trabajo “extraterritoriales” enteramente desechables, sin derechos laborales ni sociales, como de fuerzas represivas igualmente extraterritoriales, baratas y desechables sin límite de legalidad ni responsabilidad  judicial o política por sus actuaciones.

Es muy rentable el negocio de suministrar mercenarios por parte de compañías militares y de seguridad privada.

La proliferación de ejércitos mercenarios sin más estatuto que contratos privados multiplica el número de actores violentos y posiblemente antagónicos en el campo social y el estratégico, a la vez que brinda a sus promotores la posibilidad de  eludir toda responsabilidad por sus actos. Tanto los productores de vida y de bienes como los productores de muerte no son más que carne de cañón sin derechos.

Volvemos a un feudalismo con infinidad de ejércitos manejados por entes distintos del Estado. Se avecina una Edad Media bélica peleada con las armas del Apocalipsis.

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