POR JOSÉ ARNULFO BAYONA*
En la 77 Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) del 20 de septiembre pasado, se registró un hecho histórico, por primera vez en los 74 años de existencia de la máxima institución mundial, un presidente progresista, de origen plebeyo y además ilustrado, quebró la tradición de la presencia en ese foro de gobernantes que, más que voceros de la Nación colombiana, actuaban siempre como los procónsules que han sido de los gobiernos imperiales de los Estados Unidos y altavoces de sus políticas hegemónicas.
El presidente Gustavo Petro, habló con voz propia, independiente y soberana, para anunciar al mundo que la política internacional de Colombia cambió el pasado 7 de agosto. Se dirigió en especial, aunque tácitamente, a los Estados Unidos y sus aliados de la Unión Europea. En su discurso, una coherente pieza lírica y retórica, envió varios mensajes referidos a los factores internacionales, determinantes de su propuesta de “Paz total” para Colombia.
Con absoluta franqueza, planteó que Estados Unidos de Norteamérica y la Unión Europea, principales consumidores de cocaína, deben reconocer que la guerra de más de cuatro décadas, contra la planta amazónica de la coca, “planta sagrada de los incas”, ha fracasado. Haber convertido la planta de la coca en la mas perseguida de la tierra, para destruirla a como diera lugar, solo ha dejado trágicas consecuencias, envenenaron las selvas, amazónica, del Pacífico, las tres cordilleras, la Sierra Nevada de Santa Marta, etc., con cuantiosas cantidades de glifosato, las destruyeron y contaminaron los ríos que irrigan nuestro territorio y arruinaron vitales fuentes “que producen el oxígeno planetario y absorben el CO2 atmosférico”. Resulta paradójico que, “la selva que se intenta salvar es al mismo tiempo destruida”; hizo evidente la hipocresía de los países de alto capitalismo, con sus falsas políticas y acuerdos en cumbres multilaterales contra el cambio climático. “Destruir la selva del Amazonas, se convirtió en la consigna que siguen los estados y sus negociantes”, aseveró enfáticamente.
Denunció que, para justificar la destrucción de los cultivos de coca, la demonizan como “la planta que mata” y, a “los campesinos que la cultivan, porque no tienen más que cultivar, los encarcelan y arrojan sus mujeres a la exclusión, no les interesa la educación de los niños, sino matarle su selva y extraer el carbón y el petróleo de sus entrañas”. Acusación que implícitamente aclara que “coca no es cocaína”, que los distintos usos milenarios de la hoja de coca por nuestros pueblos originarios, demuestran que esa hoja no mata, la que mata es la cocaína, por las mezclas con precursores químicos producidos en los Estados Unidos para procesarla y convertirla en el polvo que aspiran las juventudes del país poderoso y los europeos, con cuya distribución llenan las arcas de los bancos con incalculables sumas de dólares y engordan las cuantiosas fortunas de las mafias de narcotraficantes y sus corruptos aliados políticos gobernantes.
En esta guerra contra las plantaciones de coca, han muerto más de un millón de latinoamericanos y, encarcelado a más de dos millones de norteamericanos, principalmente afros, amén del ecocidio irreparable de millones de especies animales y vegetales que habitaban en las selvas arrasadas. Denunció que “el poder mundial” ha ordenado “que la cocaína es el veneno y debe ser perseguida sin importar que su consumo solo cause mínimas muertes por sobredosis”, en comparación con los desastres causados por el uso de los combustibles fósiles, “pero en cambio, el carbón y el petróleo deben ser protegidos, a pesar de que su uso pueda extinguir a toda la humanidad”. Es bueno recordar, que los poderes imperiales declararon la guerra contra Irak, Libia y Siria, para “proteger el petróleo”, despojarlo por la fuerza a sus propietarios y garantizar su explotación, por parte de multinacionales petroleras norteamericana y europeas.
El fracaso de los últimos cuarenta años de lucha contra las drogas, ha derivado en que se han multiplicado los millones de jóvenes drogadictos y “han aumentado los consumos mortales, de las drogas suaves han pasado a las drogas más duras”. Advirtió el Presidente que “si no corregimos el rumbo y esta guerra se prolonga otros cuarenta años, los Estados Unidos verán morir de sobredosis otros 2.8 millones de jóvenes, por consumo de fentanilo, droga que no se produce en nuestra América Latina” y, “verá millones de afros apresados en sus cárceles privadas, morirán asesinados millones de latinoamericanos, llenarán de sangre nuestras aguas y nuestros campos verdes, verán morir el sueño de la democracia, tanto en nuestra América Latina, como en la América anglosajona”.
Desde esa tribuna universal, demandó “acabar con la irracional guerra contra las drogas”, poner fin al genocidio producido en el continente y no seguir llenando las cárceles de millones de campesinos cultivadores de la hoja de coca en nuestro país, que no sigan ocultando “sus propias culpas sociales”,echando las culpas “a la selva y a sus plantas”. Propuso adoptar una nueva política con miras a disminuir el consumo de drogas, lejos de las guerras y las armas. Política que, en nuestra opinión, debe reconocer la drogadicción como una patología y legalizar el consumo. Hacer con la cocaína lo que ya hicieron en Estados Unidos, Uruguay, Europa y recientemente Colombia, con la marihuana. Dicha legalización, debe ser acompañada, con las propuestas de industrialización en el campo de la farmacéutica y la textilería, que hizo la vicepresidenta Francia Márquez en su campaña. Estas son las medidas que contribuirían de manera decisiva a quitarle el poder económico, político y de las armas a las mafias de narcotraficantes y a sus corruptos y poderosos aliados políticos. Es el aporte de los Estados Unidos a la paz que esperan tanto el gobierno del cambio, como el pueblo colombiano que lo eligió para alcanzarla.
En el segundo mensaje, no menos importante, Petro convoca a la ONU y al poder hegemónico del mundo a reconocer que “la lucha contra la crisis climática ha fracasado”. Culpó a los países de alto desarrollo, como los principales causantes de la crisis ambiental y los inculpó de desechar la alerta de los “científicos que hablaron con la razón”, “bautizaron la selva como uno de los pilares climáticos” y “dijeron que se acerca el fin de la especie humana, que su tiempo ya no es de milenios, ni siquiera de siglos…”. Puso al descubierto la hipocresía de las cumbres climáticas y sus falces acuerdos que nunca se cumplen; hizo evidente, sin decirlo, la ficción del llamado capitalismo verde que ha sido diseñado para el lucro y no para salvar de la hecatombe climática a la especie humana y a la madre tierra. Los amos del mundo, hicieron caso omiso de la catástrofe climática que nos amenaza, acentuaron su dependencia del petróleo y continuaron su extractivismo arrasador, envenenando las selvas y los ríos, para sacar de sus entrañas las escasas reservas de carbón, gas, petróleo, oro, plata, etc., y se inventaron las guerras e “invadieron a Ucrania, Siria, Irak y Libia en nombre del petróleo y el gas, guerras, que además les han servido de excusa para no actuar contra la crisis climática”.
Dijo con meridiana claridad, que el capital y el modelo neoliberal, que liberó al mercado de toda clase de regulaciones estatales, son los directos responsables de la crisis ambiental, “la causa del desastre climático es el capital, que ha articulado los motores energéticos del carbón y del petróleo, a la ideología de producir cada vez más, consumir cada vez más, para que unos pocos ganen cada vez más, es la lógica de la acumulación ampliada del capital”, la reproducción ampliada del capital, querría decir, que es la lógica de acumulación del capitalismo. Tiene razón nuestro Presidente al señalar que los dueños del capital padecen la peor de las adicciones, la adicción al dinero y “al petróleo”; en su sentir, “la acumulación ampliada de capital, es una acumulación ampliada de la muerte” y tajantemente afirmó que “detrás de la cocaína y de las drogas, detrás de la adicción al petróleo y al carbón, está la verdadera adicción, la adicción al poder irracional, a la ganancia y al dinero. ¡He aquí la enorme maquinaria mortal que puede extinguir la humanidad!” Y, nuevamente, le asiste la razón.
“Poderoso caballero es don dinero”, dijo don Francisco de Quevedo, en la ideología burguesa, el dinero es el dios, la fuente del poder. Para mantener y aumentar la tasa de ganancia y garantizar la acumulación de capital hacen hasta lo imposible, explotan el trabajo humano, destruyen la naturaleza, invaden naciones, saquean territorios, declaran guerras, promueven, apoyan y realizan golpes de estado, pisotean la democracia y los derechos humanos, estigmatizan y bloquean países y gobiernos, someten los pueblos a situaciones de escasez y de miseria para que “derroquen al dictador” que puede ser cualquier mandatario que se oponga a su supuesta democracia y ponga en peligro su sacrosanta propiedad privada, la libre competencia y el sagrado reino del mercado que son las fuentes de toda su felicidad. La más reciente victoria del capital, en la batalla contra el virus del Covid-19, radicó en que convirtieron las vacunas en mercancías e hicieron el gran negocio a costa de millones de muertos, vidas que se habrían podido evitar, si las vacunas no se hubieran privatizado.
Del discurso de Petro, se deduce que el capital internacional, que él acertadamente asimila al “poder mundial”, es el responsable del éxodo de los pueblos africanos, árabes y latinoamericanos, que emigran hacia el norte, en busca de agua y de fuentes de trabajo para sobrevivir, porque fueron saqueados, les secaron sus ríos, los dejaron en la miseria, muertos de hambre y de sed. “Ustedes los encierran, construyen muros, despliegan ametralladoras, les disparan, los expulsan como si no fueran seres humanos. Quintuplican la mentalidad de quien creó políticamente las cámaras de gas, los campos de concentración, reproducen a escala planetaria 1933, el día del gran triunfo del asalto a la razón”; es el fascismo con toda su brutalidad al que se refiere Petro, afortunadamente derrotado una década después. Pero, ¡Oh desgracia! Derrotaron a Hitler y se quedaron con sus terroríficos métodos, que siguen aplicando para subyugar pueblos y naciones, con tal de mantener su hegemonía mundial.
Finalmente, dilucidó en su mensaje sobre el papel que debe jugar la comunidad internacional, especialmente los Estados Unidos, para lograr la “Paz total”, ojalá “la más completa e integral posible” y les hizo la invitación “a detener la guerra y a detener el desastre climático”, les propuso “acabar con las guerras contra las drogas y todas las guerras y, permitir que nuestro pueblo pueda vivir en paz”. Convocó a “toda América Latina a unirse para derrotar lo irracional que martiriza nuestro cuerpo”. Planteó la creación de un fondo con recursos aportados mundialmente para salvar la vida y revitalizar las selvas; de no ser posible, planteó que la banca financiera mundial reduzca la deuda externa y que, con esos recursos, se pueda realizar la tarea de salvar la humanidad y la vida en el planeta. Si ustedes no quieren, les dijo a los del norte, “les propongo cambiar deuda por vida y naturaleza”. Finalmente expresó que “es la hora de la Paz, que permitan que los pueblos eslavos hablen entre sí”. Convocó a Ucrania y a Rusia hacer la paz y precisó que sin la paz mundial no se podrá “salvar la vida en esta tierra común”. Proclamó que “No hay paz total sin justicia social, económica y política”.
Gustavo Petro alcanzó un lugar en el liderazgo latinoamericano e internacional al abordar los temas cruciales de la crisis ambiental y civilizatoria mundial y llamar a la paz mundial, la democracia y la justicia ambiental. Sería bueno que las autoridades educativas atendieran la sugerencia del profesor Ricardo Sánchez, en su artículo “Hacia la paz” (Un Pasquín No. 110): “Los discursos del presidente Gustavo Petro son una cátedra de paz que suscita gran interés. Y aunque circulan en las redes sociales, deberían ser trasmitidos por la televisión y la radio. La batalla por las ideas hacia la paz debe convertirse en una fuerza colectiva”. Estos discursos deberían ser difundidos y debatidos en todos los centros educativos del país y en la comunidad educativa nacional.
*Miembro de la Red Socialista de Colombia.
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